OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI |
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FIGURAS Y ASPECTOS DE LA VIDA MUNDIAL I |
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LA REVOLUCION CHINA*
Ensayemos una interpretaci�n sumaria de la actualidad china. Del destino de una naci�n que ocupa un puesto tan principal en el tiempo y en el espacio no es posible desinteresarse. La Chi�na pesa demasiado en la historia humana para que no nos atraigan sus hechos y sus hombres. El tema es extenso y laber�ntico. Los acon�tecimientos se agolpan, en esa vasta escena, tu�multuosa y confusamente. Los elementos de es�tudio y de juicio de que aqu� disponemos son escasos, parciales y, a veces, ininteligibles. Este displicente pa�s, tan poco estudioso y atento, no conoce casi de la China sino el coolie, algunas hierbas, algunas manufacturas y algunas su�persticiones. (Nuestro �nico caso de chinofilia es, tal vez, don Alberto Carranza). Sin embargo, espiritual y f�sicamente, la China est� mucho m�s cerca de nosotros que Europa. La psicolog�a de nuestro pueblo es de tinte m�s asi�tico que occidental. En la China se cumple otra de las grandes revoluciones contempor�neas. Desde hace trece a�os sacude a ese viejo y esc�ptico imperio una poderosa voluntad de renovaci�n. La revoluci�n no tiene en la China la misma meta ni el mis�mo programa que en el Occidente. Es una revoluci�nn burguesa y liberal. A trav�s de ella, la China se mueve, con �gil paso, hacia la Demo�cracia. Trece a�os son muy poca cosa. M�s de un siglo han necesitado en Europa las instituciones capitalistas y democr�ticas para llegar a su plenitud. Hasta sus primeros contactos con la civiliza�ci�n occidental, la China conserv� sus antiguas formas pol�ticas y sociales. La civilizaci�n china, una de las mayores civilizaciones de la historia, hab�a arribado ya al punto final de su trayecto�ria. Era una civilizaci�n agotada, momificada, paral�tica. El esp�ritu chino, m�s pr�ctico que religioso, destilaba escepticismo. El contacto con el Occidente fue, m�s bien que un contacto, un choque. Los europeos entraron en la China con un �nimo brutal y rapaz de depredaci�n y de conquista. Para los chinos era �sta una invasi�n de b�rbaros. Las expoliaciones suscitaron en el alma china una reacci�n agria y feroz contra la civilizaci�n occidental y sus �vidos agentes. Provocaron un sentimiento xen�fobo en el cual se incub� el movimiento boxer que atrajo so�bre la China una expedici�n marcial punitiva de los europeos. Esta beligerancia manten�a y es�timulaba la incomprensi�n rec�proca. La China era visitada por muy pocos occidentales de la categor�a de Bertrand Russell y muchos de la categor�a del general Waldersee. Pero la invasi�n occidental no llev� s�lo a la China sus ametralladoras y sus mercaderes sino tambi�n sus m�quinas, su t�cnica y otros instrumentos de su civilizaci�n. Penetr� en la China el industrialismo. A su influjo, la econom�a y la mentalidad china empezaron a modi�ficarse. Un telar, una locomotora, un banco, contienen impl�citamente todos los g�rmenes de la democracia y de sus consecuencias. Al mismo tiempo, miles de chinos sal�an de su pa�s, antes clausurado y hura�o, a estudiar en las universidades europeas y americanas. Adquir�an ah� ideas, inquietudes y emociones que se apodera�ban perdurablemente de su inteligencia y su psicolog�a. La revoluci�n aparece, as�, como un. trabajo de adaptaci�n de la pol�tica china � una econo�m�a y una conciencia nuevas. Las viejas insti�tuciones no correspond�an, desde hac�a tiempo, a los nuevos m�todos de producci�n y a las nue�vas formas de convivencia. La China est� ya bas�tante poblada de f�bricas, de bancos, de m�qui�nas, de cosas y de ideas que no se avienen con un r�gimen patriarcalmente primitivo. La indus�tria y la finanza necesitan para desarrollarse una atm�sfera liberal y hasta demag�gica. Sus in�tereses no pueden depender del despotismo asi�tico ni de la �tica budhista, tao�sta o confucio�nista de un mandar�n. La econom�a y la pol�ti�ca de un pueblo tienen que funcionar solidariamente. Actualmente, luchan en la China las corrien�tes democr�ticas contra los sedimentos absolu�tistas. Combaten los intereses de la grande y pe�que�a burgues�a contra los intereses de la cla�se feudal. Actores de este duelo son caudillos militares, tuchuns, como Chang-So-Lin o como el mismo Wu Pei Fu; pero se trata, en verdad, de simples instrumentos de fuerzas hist�ricas superiores. El escritor chino F. H. Djen remarca a este respecto: "Se puede decir que la ma�nifestaci�n del esp�ritu popular no ha tenido hasta el presente sino un valor relativo, pues sus tenientes, sus campeones han sido constan�temente jefes militares en los cuales se puede sospechar siempre ambici�n y sue�os de gloria personal. Pero no se debe olvidar que no est� lejano el tiempo en que acontec�a lo mismo en los grandes Estados occidentales. La personali�dad de los actores pol�ticos, las intrigas tejidas por tal o cual potencia extranjera no deben impedir ver la fuerza pol�tica decisiva que es la voluntad popular". Usemos, para ilustrar estos conceptos, un po�co de cronolog�a. La revoluci�n china principi� formalmente en octubre de 1911, en la provincia de Hu Pei. La dinast�a manch� se encontraba socavada por los ideales liberales de la nueva generaci�n y descalificada, �por su conducta ante la represi�n de la revuelta boxer�, para seguir representando el sentimiento nacional. No pod�a, por consiguiente, oponer una resistencia seria a la ola insurreccional. En 1912 fue proclamada la rep�blica. Pero la tendencia republicana no era vigorosa sino en la poblaci�n del sur, donde las condiciones de la propiedad y de la industria favorec�an la difusi�n de las ideas liberales sembradas por el doctor Sun Yat Sen y el partido Kuo-Ming-Tang. En el norte prevalec�an las fuerzas del feudalismo y el mandarinismo. Brot� de esta situaci�n el gobierno de Yuan Shi Kay, republicano en su forma, mon�rquico y tuchun en su esencia. Yuan Shi Kay y sus secuaces proced�an de la vieja clientela din�stica. Su pol�tica tend�a hacia fines reaccionarios. Vino un per�odo de tensi�n extrema entre ambos bandos. Yuan Shi Kay, finalmente, se proclam� emperador. Mas su imperio result� muy fugaz. El pueblo insurgi� contra su ambici�n y lo oblig� a abdicar. La historia de la rep�blica china fue, despu�s de este episodio, una sucesi�n de tentativas reaccionarias, prontamente combatidas por la revoluci�n. Los conatos de restauraci�n eran invariablemente frustrados por la persistencia del esp�ritu revolucionario. Pasaron por el gobierno de Pek�n diversos tuchuns: Chang Huin, Tuan Ki Chui, etc. Creci�, durante este per�odo, la oposici�n entre el Norte y el Sur. Se lleg�, en fin, a una completa secesi�n. El Sur se separ� del resto del imperio en 1920; y en Cant�n, su principal metr�poli, antiguo foco de ideas revolucionarias, constituy�se un gobierno republicano presidido por Sun Yat Sen. Cant�n, ant�tesis de Pek�n, y donde la vida econ�mica hab�a adquirido un estilo an�logo al de Occidente, alojaba las m�s avanzadas ideas y los m�s avanzados hombres. Algunos de sus sindicatos obreros permanec�an bajo la influencia del partido Kuo-ming-tang; pero otros adoptaban la ideolog�a socialista. En el Norte subsisti� la guerra de facciones. El liberalismo continu� en armas contra todo intento de restauraci�n del pasado. El general Wu Pei Fu, caudillo culto, se convirti� en el in�t�rprete y el depositario del vigilante sentimien�to republicano y nacionalista del pueblo. Chang So Lin, gobernador militar de la Manchuria, cacique y tuchun del viejo estilo, se lanz� a la conquista de Pek�n, en cuyo gobierno quer�a co�locar a Liang Shi Y. Pero Wu Pei Fu lo detuvo y le infligi�, en los alrededores de Pek�n, en mayo de 1922, una tremenda derrota. Este suce�so, seguido de la proclamaci�n de la indepen�dencia de la Manchuria, le asegur� el dominio de la mayor parte de la China. Propugnador de la unidad de la China, Wu Pei Fi trabaj� entonces por realizar esta idea, anudando relaciones con uno de los leaders del sur, Chen Chiung Ming. Mientras tanto Sun Yat Sen, acusado de ambi�ciosos planes, y cuyo liberalismo, en todo caso, parece bastante disminu�do, coqueteaba con Chang So Lin. Hoy luchan, nuevamente, Chang So Lin y Wu Pei Fu. El Jap�n, que aspira a la hegemon�a de un gobierno d�cil a sus sugestiones, favorece a Chang. En la penumbra de los acontecimientos chinos los japoneses juegan un papel primario. El Jap�n se ha apoyado siempre en el partido Anf� y los intereses feudales. La corriente popular y revolucionaria le ha sido adversa. Por consiguiente, la victoria de Chang So Lin no ser�a sino un nuevo episodio reaccionario que otro episodio no tardar�a en cancelar. El impulso revolucionario no puede declinar sino con la rea�lizaci�n de sus fines. Los jefes militares se mueven en la superficie del proceso de la Revoluci�n. Son el s�ntoma externo de una situaci�n que pugna por producir una forma propia. Em�puj�ndolos o contrari�ndolos, act�an las fuerzas de la historia. Miles de intelectuales y de estu�diantes propagan en la China un ideario nuevo. Los estudiantes, agitadores por excelencia, son la levadura de la China naciente. El proceso de la revoluci�n china, finalmen�te, est� vinculado a la direcci�n fluctuante de la pol�tica occidental. La China necesita para organizarse y desarrollarse un m�nimun de li�bertad internacional. Necesita ser due�a de sus puertos, de sus aduanas, de sus riquezas, de su administraci�n. Hasta hoy depende demasiado de las potencias extranjeras. El Occidente la sojuzga y la oprime. El pacto de Washington, por ejemplo, no ha sido sino un esfuerzo por esta�blecer las fronteras de la influencia y del domi�nio de cada potencia en la China. Bertrand Russell, en su Problem of Chine, dice que la situaci�n china tiene dos soluciones: la transformaci�n de la China en una potencia militar eficiente para imponerse al respeto del extranjero o la inauguraci�n en el mundo de una era socialista. La primera soluci�n, no s�lo es detestable, sino absurda. El poder mili�tar no se improvisa en estos tiempos. Es una consecuencia del poder econ�mico. La segunda soluci�n, en cambio, parece hoy mucho menos lejana que en los d�as de acre reaccionarismo en que Bertrand Russell escribi� su libro. La chance del socialismo ha mejorado de entonces a hoy. Basta recordar que los amigos y correligionarios de Bertrand Russell est�n en el gobierno de Inglaterra. Aunque, realmente, no la gobiernen todav�a.
NOTA: * Publicado en Variedades, Lima, 4 de Octubre de 1924.
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