OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI |
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FIGURAS Y ASPECTOS DE LA VIDA MUNDIAL I |
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LA ESCENA HUNGARA*
Hungr�a ocupa un puesto muy modesto y muy eventual en las planas del servicio cablegr�fico de la prensa americana. Sobre Hungr�a se sabe y se escribe en general muy poco. En la propia Europa, la naci�n magiar resulta un tanto olvidada. Nitti es uno de los pocos estadistas europeos que la recuerda y la defiende en sus libros y en sus art�culos. Para los dem�s leaders de la pol�tica occidental no existe, con la misma intensidad que para Nitti, un pro�blema h�ngaro. Parece que, al separarse de Aus�tria, Hungr�a se ha separado tambi�n algo de Occidente. Sin embargo, Hungr�a ha sido el escenario de uno de los episodios m�s dram�ticos de la crisis post-b�lica. Y el tratado de Trian�n apa�rece desde hace tiempo como uno de los tratados de paz que alimentan en la Europa Cen�tral una sorda acumulaci�n de rencores nacio�nalistas y de pasiones guerreras. Ese tratado mutila el territorio h�ngaro a favor de Ruma�n�a, de Checo-Eslavia y de Yugo-Eslavia. Seg�n las cifras de un libro de Nitti, La Decadencia de Europa, basadas en un prolijo estudio de este tema, Hungr�a ha perdido el 63 por ciento de su antigua poblaci�n. Han sido anexados a Rumania, a Checo-Eslavia y a Yugo-Eslavia, res�pectivamente, cinco, tres y uno y medio millo�nes de hombres que antes conviv�an dentro de los confines h�ngaros. Dentro de la Hungr�a pre-b�lica hab�a minor�as no h�ngaras; pero las amputaciones del territorio h�ngaro decididas con este pretexto por el tratado de Trian�n han sido excesivas. Han resuelto aparentemente la cuesti�n de las minor�as al�genas de Hungr�a; mas han creado la cuesti�n de las minor�as h�ngaras de Checo-Eslavia, Yugo-Eslavia y Ruman�a. Estas tres naciones, naturalmente, no quieren que se hable siquiera de una revisi�n del tratado que las beneficia. La posibilidad de que Hungr�a reivindique alg�n d�a sus tierras y sus hombres las mantiene en constante alarma. Y Hungr�a, a su vez, aguarda la hora de que se le haga justicia. Nitti escribe a este respecto: Hungr�a es, entre los pa�ses vencidos, aquel que tiene el m�s profundo esp�ritu nacional: nadie cree que el pueblo h�ngaro, orgulloso y persistente, no se levante de nuevo; nadie admite que Hungr�a puede vivir largamente bajo las duras condiciones del tratado de Trian�n. Y, desde el cardenal arzobispo de Budapest hasta el �ltimo campesino, nadie se ha resignado al destino actual. El problema h�ngaro, en suma, se presenta como uno de los que m�s sensiblemente amenazan la paz de Europa. El tratado de Trian�n no interesa directamente s�lo a Hungr�a y la Peque�a Entente. Interesa, igualmente, a Italia que tiende a una cooperaci�n con Hungr�a; pero que es contraria a una eventual restauraci�n de la uni�n austro-h�ngara. La historia de la gran guerra ense�a, adem�s, que cualquiera de los intrincad�simos conflictos de esta zona de Europa puede ser la chispa de una conflagraci�n europea. Europa sigui� muy atentamente la pol�tica h�ngara durante el experimento comunista de Bela Kun. Hungr�a era entonces un foco de bolchevismo en el v�rtice de la Europa central y oriente. El problema h�ngaro se ofrec�a gr�vido de peligros para el orden de Occidente. Ahogada la revoluci�n comunista, languideci� el inter�s europeo por las cosas h�ngaras. Los ecos del "terror blanco" lo reanimaron todav�a por un per�odo m�s o menos largo. Pero, durante este tiempo, la atenci�n fue menos un�nime. A las clases conservadoras de Europa no les preocupaba absolutamente la truculencia de la reacci�n h�ngara. El m�todo marcial del almirante Nicol�s Horthy contaba de antemano con su aprobaci�n. El almirante Horthy ejerce el gobierno de Hungr�a desde esa �poca, Su gobierno parece tener en un pu�o al pueblo magiar. �Qu� otra cosa puede importar, seriamente, a la clase conservadora de Europa? Existe, es cierto, en Hungr�a, una crisis financiera que compromete muchos intereses de la finanza internacional. Hungr�a molesta un poco con el espect�culo de su bancarrota y de su pobreza. Pero para estas cuestiones menores tienen las potencias vencedoras a la Sociedad de las Naciones. * * * Horthy gobierna Hungr�a con el titulo de Regente. Hungr�a es, te�ricamente, una monarqu�a. El almirante Horthy guarda su puesto al rey. Pero tambi�n esto es un poco te�rico. Cuando en marzo de 1921 el rey Carlos, coludido con los hombres que gobernaban entonces en Francia, se presento en Budapest a reclamar el poder, Horthy rehus� entreg�rselo. Su resistencia dio tiempo para que las protestas de la Peque�a Entente, de ltalia y de lnglaterra �que, de otro modo, se habr�an encontrado ante un hecho consumado� actuasen eficazmente contra esta tentativa de restauraci�n. La Regencia de Horthy, por consiguiente, es una regencia bastante relativa. �A que categor�a, a que tipo de gobernante, de la Europa contempor�nea pertenece este almirante? Su clasificaci�n no resulta f�cil. Horthy no tiene similitud con los otros hombres de go�bierno surgidos de la crisis post-b�lica. No es un condottiero dram�tico de la reacci�n como Benito Mussolini. No es un estadista nato como Sebasti�n Benes. Es un marino y un funciona�rio del antiguo r�gimen austro-h�ngaro a quien la disoluci�n del imperio de los Hapsburgo y la ca�da de la rep�blica de Bela Kun, han coloca�do a la cabeza de un gobierno. El azar de una marea hist�rica lo ha puesto donde est�. Todo su m�rito �m�rito de viejo marino� consiste en haberse sabido conservar a flote despu�s del temporal. Por algunos rasgos de su personali�dad, se emparenta extra�amente a la estirpe de los caudillos hispano-americanos. Por otros ras�gos, se aproxima a la especie de los d�spotas asi�ticos. En todo caso, es un gobernante balk�nico m�s bien que un gobernante occidental. Un documento instructivo acerca de su psico�log�a es la cr�nica de la aventura de marzo de 1921 escrita por Carlos de Hapsburgo. Esta cr�ni�ca, �dictada por Carlos a su secretario Karl Werkmann y publicada recientemente en un vo�lumen de notas o memorias del difunto ex�emperador� proyecta una luz muy viva sobre la figura de Horthy y las causas del fracaso de la tentativa de restauraci�n. Carlos cuenta c�mo, despu�s de haber atravesado en autom�vil la frontera, munido de un pasaporte espa�ol, arri�b� a Steinamanger al palacio del arzobispo, a donde acudieron a rodearlo sol�citos el coronel Lehar y otros personajes legitimistas. Confia�do en la autoridad y la divinidad de su linaje, el heredero de los Hapsburgo, sent�a ganada la partida. No pod�a suponer a su vasallo Horthy capaz de negarse a devolverle el poder. De Stei�namanger prosigui� viaje a Budapest en auto�m�vil. Y, de improviso y de inc�gnito, traspuso el mural del palacio regio. Una eran decepci�n lo aguardaba. En los semblantes de los po�cos presentes not� hostilidad. Horthy lo recibi� consternado. La entrevista dur� dos horas. Fue una lucha por el poder �escribe Carlos� en la cual �l, "desarmado frente a Horthy, tuvo que sucumbir, malgrado sus desesperados es�fuerzos, a la infidel�sima, traidora, y baja avi�dez del regente". Horthy comenz� por pregun�tar a su soberano qu� cosa le ofrec�a si le dejaba el gobierno. El heredero de la corona apenas pod�a creer lo que o�a. Fingi� haber compren�dido mal. El Regente precis� categ�ricamente su pregunta: "�Qu� me da S. M. en cambio?" Este vulgar mercado nause� al ex-emperador. Le dej� sin embargo �nimo para decir a Horthy que ser�a "su brazo derecho". Mas el regente no era hombre de contentarse con una met�fo�ra. Exigi� una promesa m�s concreta. Carlos le prometi�, sucesiva y acumulativamente, la confirmaci�n del t�tulo de Duque que �l mismo se hab�a otorgado, el comando supremo del ej�r�cito y de la flota y el tois�n de oro. Pero todo esto no fue suficiente para inducir a Horthy a retirarse. Se lo vedaba �dec�a� su juramento a la asamblea nacional. Combatiendo sus aprensiones, Carlos le asegur� que su reposici�n en el trono no traer�a ninguna grave molestia inter�nacional. Le revel� que contaba con la palabra de un autorizad�simo personaje franc�s. El re-gente quiso conocer el nombre de este personaje. Declar� que este nombre, si realmente era autorizado, pod�a inducirlo a ceder. A instancias del rey, se comprometi� a guardar el secreto y a rendirse ante la decisiva revelaci�n. El monar�ca pronunci� el misterioso nombre. Mas nuevamente Horthy encontr� una evasiva. No estaba a�n madura la situaci�n �dec�a� para la vuel�ta de Carlos a su trono. De inc�gnito, como ha�b�a entrado, Carlos sali� del palacio y de Bu�dapest. En Steinamanger, lo esperaba ya la noticia de que el gobierno hab�a dado �rdenes pa�ra obligarlo a abandonar Hungr�a. * * * �C�mo escal� Horthy el poder? La historia es bastante conocida. La victoria aliada no s�lo produjo en Austria-Hungr�a, como en Alema�nia, el derrumbamiento del r�gimen. Produjo, adem�s la disgregaci�n del imperio, compuesto de pueblos heterog�neos a los que una prolonga�da convivencia, bajo el se�or�o de los Hapsbur�go, no hab�a logrado fusionar nacionalmente. Hungr�a se independiz�. El conde Miguel Ka�rolyi asumi� el poder con el t�tulo de presiden�te de la rep�blica. Su gobierno se apoyaba en los elementos dem�cratas y socialistas. Karolyi, que proced�a de la aristocracia magiar, ten�a una interesante historia de revolucionario y de pa�triota. Pero la pol�tica de las potencias vencedo�ras no le consinti� durar en el poder. La revo�luci�n h�ngara se hallaba frente a dif�ciles pro�blemas. El m�s grave de todos era el de las nuevas fronteras nacionales. El patriotismo de los h�ngaros se rebelaba contra las mutilacio�nes que la Entente hab�a decidido imponerle. En la imposibilidad de suscribir el tratado de paz que sancionaba estas mutilaciones, Karolyi re�sign� el poder en manos del partido social-de�mocr�tico. Los leaders de este partido pensaron que, atacados de un lado por los reaccionarios y de otro por los comunistas, no ten�an ningu�na chance de mantenerse en el poder. Resolvie�ron, por tanto, entenderse con los comunistas. El partido comunista h�ngaro, dirigido por Be�la Kun, era muy joven. Era un partido emergi�do de la revoluci�n. Pero hab�a conquistado un gran ascendiente sobre las masas y hab�a atra�do a su flanco a la izquierda de la social-democracia. Los social-democr�ticos, aconsejados por estas circunstancias, aceptaron el programa de los comunistas y les entregaron la direcci�n del experimento gubernamental. Naci�, de este modo, la rep�blica sovietista h�ngara. Bela Kun y sus colaboradores trabajaron empe�osamente, durante los cuatro meses que dur� el ensayo, por actuar su programa y construir, sobre los escombros del viejo r�gimen, el nuevo Estado socialista. La gran propiedad industrial fue nacionalizada. La gran propiedad agraria fue entregada a los campesinos organizados en cooperativas. Mas todo este trabajo estaba condenado al fracaso. El partido comunista, demasiado incipiente, carec�a de preparaci�n y de homogeneidad. Al partido social-democr�tico, que compart�a con �l las funciones del gobierno, le faltaban esp�ritu y educaci�n revolucionarias. La burocracia sindical segu�a, desganada y amedrentada, a Bela Kun. Y, sobre todo, la Entente acechaba la hora de estrangular a la revoluci�n. Checo-Eslavia y Rumania fueron movilizadas contra Hungr�a. La rep�blica h�ngara se defendi� denodadamente; pero al fin result� vencida. Derrotado por sus enemigos de fuera, el comunismo no pudo continuar resistiendo a sus enemigos de dentro. Los social-democr�ticos pactaron con los agentes de la Entente. A cambio de la paz, la Entente exig�a la sustituci�n del r�gimen comunista por un r�gimen democr�tico-parlamentario. Sus condiciones fueron aceptadas. Bela Kun dej� el poder a los leaders social-democr�ticos. No pudieron �stos, empero, conservarlo. La ola reaccionaria barri� en cuatro d�as el endeble y p�vido gobierno de la social-democracia. Y coloc� en su lugar al gobierno de Horthy. La reacci�n, monarquista y tradicionalista, necesitaba un regente. Necesitaba tambi�n un dictador militar. Ambos oficios pocha llenarlos un almirante de la armada de los Hapsburgos. Su gobierno durar�a el tiempo necesario para liquidar, con las potencias de la Entente, las responsabilidades y las consecuencias de la guerra y para preparar el camino a la restauraci�n mon�rquica. Horthy inaugur� un per�odo de "terror blanco". Todos los actores, todos los fautores de la revoluci�n, sufrieron una persecuci�n sa�uda, implacable, rabiosa. Una comisi�n de diputados brit�nicos, encabezada por el coronel Wedgwood, que visit� Hungr�a en esa �poca, realiz� una sensacional encuesta. El n�mero de detenidos pol�ticos era de doce mil. La delegaci�n constat� una serie de asesinatos, de fusilamientos y de masacres. Sus denuncias, rigurosamente documentadas, provocaron en Europa un vasto movimiento de protestas. Este movimiento consigui� evitar la ejecuci�n de cinco miembros del gobierno de Bela Kun condenados a muerte. * * * El gobierno de Horthy inspira su pol�tica en los intereses de la propiedad agraria. Sus actos acusan una tendencia inconsciente a reconstruir en Hungr�a una econom�a medioeval. Bajo la regencia de Horthy, el campo domina a la ciudad. La industria, la urbe, languidecen. Hace tres a�os aproximadamente visit� Budapest. Hall� ah� una miseria comparable s�lo a la de Viena. El proletariado industrial ganaba una raci�n de hambre. La peque�a burgues�a urbana, pauperizada, se proletarizaba r�pidamente. C�sar Falc�n y yo, discurriendo por los suburbios de Budapest, descubrimos a un intelectual �autor de dos libros de est�tica musical� reducido a la condici�n de portero de una "casa de vecindad". Un periodista nos dijo que hab�a personas que no pod�an hacer sino tres o cuatro comidas a la semana. Meses despu�s la falencia de Hungr�a arrib� a un grado extremo. El gobierno de Horthy reclam� la asistencia de los aliados. Desde entonces, Hungr�a, como Austria, se halla bajo la tutela financiera de la Sociedad de las Naciones. Y ba�jo la autoridad de los altos comisarios de la banca inter-aliada.
NOTA:
* Publicado en Variedades, Lima, 16 de Mayo de 1925
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