OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI |
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FIGURAS Y ASPECTOS DE LA VIDA MUNDIAL I |
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FRIDTJOF NANSEN, EL CABALLERO ANDANTE DE LA PAZ*
De la Sociedad de las Naciones, de sus debates y de sus fatigas, es l�cito pensar y decir vial. Pero no es l�cito ignorar la benemerencia de algunos hombres que en la Sociedad de las Naciones trabajan honrada y noblemente por la Paz. El doctor Fridtjof Nansen es el m�s emi�nente de esos hombres. M�ximo Gorki constat� una vez, en un art�culo de desesperada angustia por el destino de Europa, que Nansen y Nitti pertenec�an al escaso n�mero de europeos que se esforzaban por servir los intereses morales de la Civilizaci�n Occidental. Si la Sociedad de las Naciones no se ornamentasen con algunas figuras de este rango, su cr�dito mundial, tan quebrantado por el precoz deceso del protocolo de Ginebra, ser�a mucho m�s exiguo. La colabo�raci�n de Nansen tiene para la Sociedad de las Naciones mayor importancia que la colaboraci�n convencional y desganada de la diplomacia de cualquier Estado. Nansen es, en nuestra �poca, uno de los �lti�mos grandes representantes de esa burgues�a s�lida, liberal, austera, de apariencia un poco fr�a, un poco seca, un poco impermeable, que Jean Cristophe, el h�roe de Romain Rolland, en�trev� en la ciudad suiza a donde lo arroja su tormentosa suerte. De esa burgues�a de los dra�mas de Ibsen, protestante, n�rdica, religiosa, de la que Escandinavia guarda a�n la recia estirpe. De esa burgues�a algo provinciana en sus sentimientos y en su estilo, seg�n el juicio de Spengler, que no ha perdido su personalidad en el cosmopolitismo de la Urbe moderna. Nansen, sin embargo, no se contenta con ser un buen noruego, un buen escandinavo. Sabe ser un buen europeo. El pacifismo de Nansen se distingue del pacifismo poltr�n y pasivo de la burgues�a decadente, generado, sin duda, m�s por el miedo a la guerra que por el amor a la paz. Nansen no tienen nada de com�n con la gente que, enervada y arrullada por el bienestar pre-b�lico, se sinti� voluptuosamente tolstoyana y humanitaria despu�s de haber gustado, como un opio raro y nuevo, en el m�rbido lecho de una horizontal, la filosof�a del autor de La Guerra y la Paz y La Sonata de Kreutzer. El pacifismo de Nansen es un pacifismo militante, combatiente, activo. Este hombre fuerte y severo no ha peleado en la guerra; pero ha explorado el Polo Norte. En plena paz, cuando la mayor�a de los europeos quer�a vivre avec douceur, este escandinavo quiso vivir con peligro. No se alist� en los tercios de ninguna de las naciones que expoliaban y asesinaban a los ind�genas de Asia o de Africa. Puso su vida al servicio de una aventura m�s alta. Se enrol� en las legiones lanzadas con la curiosidad cient�fica a la desinteresada conquista de los secretos del planeta. Fridtjof Nansen desafi� la muerte durante tres a�os, entre los t�mpanos de hielo de la regi�n �rtica, buscando el eje de la Tierra. No lleg� al mismo Polo; pero franque� el paso a sus descubridores. Abri� una ruta nueva hacia el misterio que la ciencia ambicionaba conocer. Sufri� en su carne y en su alma el silencio g�lido de la noche polar. Vivi� el drama del hombre primitivo. Luch� cicl�peamente con las avalanchas heladas. Se perdi� entre los ventisqueros. Plant� su tienda donde nadie antes que �l hab�a arribado. En un libro, Hacia el Polo, Nansen ha contado esta aventura de tres a�os que inscribe definitivamente su nombre en la historia de la civilizaci�n occidental. Este diario de viaje, que no ha tenido un empresario yanqui como la novela del mendaz profesor Fernando Ossendovsky, es uno de los relatos, es uno de los documentos m�s interesantes de nuestra �poca, de su af�n de investigaci�n y de su sed de conocimiento. Fridtjof Nansen habr�a podido conformarse con esta aventura. Habr�a podido sentarse a digerir, burocr�ticamente, su gloria, en la c�tedra de una Universidad o en el esca�o de una Real Sociedad Geogr�fica. Pero prefiri� seguir siendo un caballero andante. 'Prefiri� conservar su aire y su gesto de explorador y de pioneer. Su pacifismo heroico, su humanitarismo beligerante, lo empujaron, por ejemplo, hacia la Cruz Roja. Le toc� a Nansen, hace tres a�os, en una de estas caballerescas andanzas de su quijotismo liberal y escandinavo, representar, como se ha dicho de Sadoul, "un instante de la conciencia humana". Nansen vio, oy� y palp� la tragedia del hambre en Rusia. Viaj� por las regiones devastadas por la sequ�a. Asisti� a las m�s consternadoras escenas de agon�a y miseria. Y se ech� a andar por el mundo civilizado para comunicar a las gentes su propia emoci�n. Habl� en todas las grandes urbes de Occidente contando lo que en Rusia acontec�a. Veinte millones de hombres estaban en peligro de morir de hambre. La causa de su miseria era un fen�meno f�sico: una sequ�a. La responsabilidad del peligro no reca�a sobre los hombres que gobernaban la naci�n rusa. Reca�a, m�s bien, sobre los gobiernos extranjeros que, por odio a estos hombres y a sus ideas, hab�an impuesto a esa naci�n el duro castigo de tres o cuatro a�os de bloqueo. Para salvar de la muerte a veinte millones de hombres, Nansen ped�a a los gobiernos del mundo s�lo cinco millones de libras esterlinas. "Apenas la mitad �remarcaba� del precio de uno de los acorazados de guerra". Y, como no se ilusionaba demasiado respecto a la sensibilidad de Europa, Nansen no se dirig�a exclusivamente a los sentimientos de caridad y solidaridad humanas. Invocaba el inter�s econ�mico de Europa. Recordaba que Europa no pod�a permitir que su m�s grande granero se transformase en un desierto desnudo. "Se dice y se repite �exclamaba� que a Europa no le es posible hoy pagarse el lujo de salvar a Rusia y yo respondo, con toda mi fuerza, que a Europa no le es posible hoy pagarse el lujo de dejar de salvar a Rusia". Jug� Nansen as� el rol de caudillo de una gran cruzada moderna. No fue su culpa si no lo siguieron los herederos oficiales de las cruzadas del cristianismo. Su palabra sobria, pero elocuente y prof�tica, amenaz� en vano a las naciones "civilizadas" con el juicio de la posteridad. "Pensad �dec�a Nansen a la multitud congregada en Par�s, en la Sala del Trocadero, para escucharlo� pensad en lo que ha costado a los gobiernos producir la guerra que hemos visto y pensad que costar�a poco en comparaci�n salvar a millones de vidas humanas. Si nosotros permanecemos con los brazos cruzados �qu� pensar� de nosotros la historia, qu� pensar�n nuestros hijos, las generaciones futuras? Nos inscribir�n en la historia como una generaci�n a la que cinco a�os de guerra tornaron tan cruel y tan ego�sta que pudo asistir, mudo el coraz�n, a la muerte de millones de sus hermanos". Los gobiernos, insensibles a todas estas razones, no se movieron. Nansen no consigui� para los hambrientos rusos sino el socorro privado. Las sociedades de la "Cruz Roja" y las organizaciones obreras reunieron a prisa algunos millones. Es-te auxilio fue impotente para salvar a toda la inmensa masa fam�lica y agonizante. �Necesita Fridtjof Nansen otros t�tulos para tener derecho a la gratitud y al respeto huma�nos? Pacifista y dem�crata sincero, emplea su ancianidad ilustre en la Sociedad de las Na�ciones que, no obstante su incipiencia y su ane�mia, aparece a sus ojos azules y normandos de hombre de ciencia y de escandinavo, como un laboratorio donde, penosa pero infatigablemente, se prepara y se ensaya el arduo procedimiento que alg�n d�a dar� la paz al mundo. Hombre de orden, esquivo a la pol�tica, fiel a la burgues�a y a sus mitos, no lo mueve ning�n sentimiento revolucionario. Lo preocupan los intereses morales de la civilizaci�n europea que su concep�ci�n idealista de la historia coloca por encima de la lucha contempor�nea. Y por eso este hom�bre que tanto ha combatido, este hombre que ha sabido vivir peligrosamente, trabaja por la paz. Mejor. dicho, trabaja contra la guerra. Le parece est�pido que los hombres se maten y se hieran unos a los otros por una disputa de ra�za o de bandera. No sue�a, por supuesto, con una humanidad beatamente poltrona. Su vida es un ejemplo de vida beligerante. Y un testi�monio magn�fico de que el hero�smo de un hom�bre civilizado no necesita como escenario una sombr�a trinchera ni como motivo una oscura v. en todo caso, mediocre raz�n de Estado.
NOTA:
* Publicado en Variedades, Lima, 30 de Mayo de 1925.
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