OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI |
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FIGURAS Y ASPECTOS DE LA VIDA MUNDIAL I |
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POLITICA Y ECONOMIA EN FRANCIA*
El voto del �ltimo congreso radical-socialista de Niza revalida, contra las esperanzas y los au�gurios de la derecha, la alianza entre los dos ma�yores partidos de izquierda de Francia. La gue�rra de Marruecos y la pol�tica financiera de Cai�llaux nan sometido a una dura prueba, en los �l�timos meses, la solidez del bloque de izquierdas. El partido socialista conducido por sagaces y d�c�tiles estrategas, ha tenido que hacer un esfuerzo enorme para no retirar su apoyo al ministerio Painlev�, constre�ido a actuar una pol�tica opues�ta al programa y al esp�ritu socialistas, as� en la cuesti�n de Marruecos como en los problemas de la hacienda p�blica. Este esfuerzo no ha sido, sin embargo bastante para ahorrar al partido so�cialista el trance de votar en el parlamento con�tra el gobierno del bloque de izquierdas. Se ha dado as� el caso de que Painlev� y sus ministros resulten sostenidos en el parlamento por los vo�tos de los partidos de la derecha, contra los del socialismo y a�n contra uno que otro del parti�do radical-socialista. Este incidente pareci� se�alar la liquidaci�n del bloque de izquierdas. Se planteaba una gra�ve cuesti�n. �Cu�l era la pol�tica del gabinete Painlev�? Por el momento, Painlev� aparec�a, ine�qu�vocamente, desarrollando, m�s o menos ate�nuada, la misma pol�tica del bloque nacional. Pe�ro, contra esta pol�tica, se hab�a organizado el cartel de izquierdas. Contra esta pol�tica, sobre todo, hab�a ganado el cartel la mayor�a de los sufragios en las elecciones de mayo. La conduc�ta de Painlev�, en el poder, significaba pr�ctica�mente la quiebra y el desahucio del programa por el cual hab�an votado el 11 de mayo los elec�tores socialistas y radicales-socialistas. Para esclarecer esta cuesti�n, se han reunido, primero, los socialistas en Marsella y, luego, los radicales-socialistas en Niza. El debate fue �spe�ro y �cido en el congreso socialista. Una nume�rosa minor�a se declar� vehementemente adver�sa al sostenimiento del r�gimen. Le�n Blum lo�gr� agrupar una mayor�a como siempre abruma�dora en torno de su f�rmula ecl�ctica. Pero, de toda suerte, el voto del congreso, en esta misma f�rmula, reclamaba el mantenimiento de las pro�mesas hechas a los electores en las elecciones de mayo. El partido radical-socialista no ha tenido m�s remedio que reafirmar tambi�n, en su congreso, los principios del cartel. De estos principios, los que m�s interesan a las masas son los relativos a la soluci�n de la crisis financiera. Y entre �s�tos, particularmente, el del impuesto o del cupo al capital. El bloque de izquierdas queda, de este modo, ratificado y convalidado. Painlev�, disci�plinadamente, no puede ni debe hacer otra cosa que la voluntad de su partido que es tambi�n la voluntad del cartel o sea la de su mayor�a par�lamentaria. Pero la cuesti�n en s� misma es muy comple�ja. No la resuelven realmente los votos de los congresos socialista y radical-socialista. La com�plica, de un lado, la posici�n de Caillaux tenaz�mente opuesto al cupo al capital. Caillaux es el financista m�ximo de su partido. Su designaci�n como ministro de finanzas en un momento en que su amnist�a moral no era a�n completa, se ha fundado, precisamente, en la raz�n de su capaci�dad t�cnica. Se dec�a, antes de este nombramiento, que las finanzas francesas necesitaban un Necker. Y el optimismo de los diputados radica�les-socialistas se mostraba persuadido de que la Francia actual ten�a un Necker y que este Nec�ker no era otro que Caillaux. Por consiguiente, la discrepancia entre el ministro de finanzas y los dos grupos sustantivos del bloque de izquier�das reviste una importancia se�alada y �nica. No se trata de un ministro de finanzas corriente a quien, sin ning�n sacrificio, se puede licenciar y reemplazar. Se trata de un ministro de finanzas que, por su pasado y por su presente, como ad�ministrador de la hacienda francesa, tiene una extraordinaria autoridad personal. Llamado al ministerio casi como un taumaturgo, Caillaux no puede ser despedido y sustituido f�cilmente. Su partido y el cartel saben que Caillaux goza de la confianza de la banca y, en general, de la mayor parte de los capitalistas franceses. Los socialis�tas y los radicales-socialistas no componen, por otra parte, la totalidad del cartel. El cartel est� integrado por los grupos parlamentarios de Briand y de Loucheur. Esta gente es tambi�n contraria al impuesto al capital, como a todas las orientaciones demasiado radicales de la iz�quierda. Y si, num�ricamente, este sector del parlamento no tiene mucha significaci�n, los intere�ses que representa otorgan a su actitud y a su voto una influencia nada negligible. No en balde Briand es uno de los m�s astutos y sagaces par�lamentarios y Loucheur uno de los m�s podero�sos capataces de la industria y la finanza de Fran�cia. Su defecci�n reforzar�a considerablemente a las derechas. Los radicales-socialistas no pueden haber con�siderado insuficientemente ninguna de estas cir�cunstancias. Para que se hayan decidido, en su asamblea de Niza, por la ratificaci�n del progra�ma de mayo, en el punto m�s c�lidamente propugnado por los socialistas, tienen que haber sentido, de un modo demasiado vivo, que su pol�ti�ca, a menos que se resigne a ser la misma del bloque nacional, necesita ser una pol�tica apoya-da en la fuerza parlamentaria del socialismo. La ruptura y la ca�da del cartel, no perjudicar�a a ning�n grupo tanto como al radical-socialista. Dentro de una coalici�n totalmente burguesa, los radicales-socialistas se ver�an obligados a acep�tar un sitio secundario. El jefe del gobierno no ser�a, por ning�n motivo, ninguno de sus hom�bres. En el m�s favorable de los casos ser�a un Briand. Abdicando su programa, renunciando su papel en la pol�tica francesa, el partido radical-socialista resultar�a pr�cticamente absorbido por el campo conservador. Los radicales-socialistas han experimentado ya una situaci�n an�loga. La "uni�n sagrada" de la guerra se hizo a sus ex�pensas. Las derechas se beneficiaron de la atm�s�fera de la guerra y del armisticio. El partido ra�dical-socialista fue impotente para salvar a Cai�llaux y a Malvy de una condena injusta. S�lo desde que se resolvi� a distinguirse y separarse del bloque nacional, declar�ndolo una necesidad de la guerra, empez� a recuperar sus antiguas posiciones. Su programa no es una consecuencia de su resurgimiento. Su resurgimiento es, m�s bien, una consecuencia de su programa. De an�lisis en an�lisis, se arriba a los intere�ses, m�s que a los sentimientos, que el partido radical-socialista representa. Se arriba, mejor dicho, al estrato, a la capa social que dio en mayo del a�o pasado sus sufragios a los candidatos ra�dicales. Esa capa social es la peque�a burgues�a. El partido radical-socialista recluta sus electores en la peque�a burgues�a, en la clase media, en un estrato social, cuyos intereses econ�micos se diferencian de los intereses de los gruesos in�dustriales, de los ricos latifundistas, etc. Y que, por consiguiente, no aborda ni contempla las cuestiones de la econom�a francesa desde los mismos puntos de vista. En esta capa social, el partido radical-socialista y el partido socialista son concurrentes; y, �aunque a primera vista no parezca l�gico�, justamente por esta compe�tici�n, en el parlamento, son aliados. Si el parti�do radical-socialista abandonara su programa de mayo, una gran parte de sus electores dejar�a sus filas para engrosar las del partido socialista. As�, lo primero que, una vez m�s, descubren las palabras y las posturas del radicalismo, es la subordinaci�n de la pol�tica a la econom�a. Exis�te una ideolog�a reformista, existe un programa centrista, porque existe una capa social interme�dia, con intereses e impulsos distintos tanto de los de la burgues�a conservadora como de los del proletariado revolucionario. El partido radical-socialista es el �rgano de esta clase. Y su fuerza depende de la adhesi�n que las ideas de la refor�ma y del compromiso, hondamente arraigadas en la peque�a burgues�a, encuentran en el parti�do socialista franc�s (S.F.I.O.), esto es en una gran parte del proletariado, conducido y domi�nado por intelectuales peque�o-burgueses. �Qui�nes pagar�n las deudas, qui�nes salda�r�n los d�ficits acumulados de la hacienda fran�cesa? En esta pregunta se condensa toda la cues�ti�n econ�mica y, por ende, toda la cuesti�n po�l�tica de Francia. Los programas de los partidos no traducen sino las diversas respuestas de las clases a esta pregunta. Pero esclarecidos y sim�plificados as� los t�rminos de la cuesti�n, una nueva interrogaci�n emerge de su examen. �Es posible, es practicable, efectivamente, dentro de sus propios lineamientos, una pol�tica t�picamen�te centrista? La experiencia del ministerio Pain�lev� es un resultado negativo. Painlev� y sus mi�nistros, en el gobierno, han acabado por hallarse de acuerdo con las derechas y en desacuerdo consigo mismos o, al menos, con sus electores. Y han ofrecido el espect�culo de un ministerio reformista sostenido, en un momento dado, por una coalici�n conservadora. Es posible que los haya satisfecho o consolado la certidumbre de que sus adversarios ofre�c�an, a su vez, el espect�culo de una coalici�n conservadora sosteniendo un ministerio refor�mista.
NOTA:
* Publicado en Variedades, Lima, 24 de Octubre de 1925.
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