OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

FIGURAS Y ASPECTOS DE LA VIDA MUNDIAL II

  

AUSTRIA, CASO PIRANDELLIANO*

 

A prop�sito de la escaramuza pol�mica entre Italia y Alemania sobre la frontera del Brennero no se ha nombrado casi a Austria. Pero, de toda suerte, este �ltimo incidente de la pol�tica europea, nos invita a dirigir la mirada a este Estado. El di�logo Mussolini-Stresseman sugiere necesariamente a los espectadores lejanos del episodio una pregunta: �Por qu� se habla de la frontera �talo-alemana? Para explicarse esta compleja cuesti�n es indispensable saber hasta qu� punto Austria existe como Estado aut�nomo e independiente. 

El Estado austr�aco aparece, en la Europa post-b�lica, como el m�s parad�jico de los Estados. Es un Estado que subsiste a pesar suyo. Es un Estado que vive porque los dem�s lo obligan a vivir. Si se nos consiente aplicar a los dramas de las naciones el l�xico inventado para los dramas de los individuos, diremos que el caso de Austria se presenta como un caso pirandelliano.

Austria no quer�a ser un Estado libre. Su independencia, su autonom�a, representan un acto de fuerza de las grandes potencias del mundo. Cuando la victoria aliada produjo la disoluci�n del imperio austro-h�ngaro, Austria, que despu�s de haberse sentido por mucho tiempo desmesuradamente grande se sent�a por primera vez ins�litamente peque�a, no supo adaptarse a su nueva situaci�n. Quiso suicidarse como naci�n. Expres� su deseo de entrar a formar parte del Imperio alem�n. Pero entonces las potencias le negaron el derecho de desaparecer. Y, en previ�si�n de que insistiera m�s tarde en su deseo, de�cidieron tomar todas las medidas posibles para garantizarle su autonom�a.

El famoso principio wilsoniano de la libre determinaci�n de los pueblos sufri� aqu�, preci�samente, el m�s artero golpe. El m�s artero y el m�s burlesco. Wilson hab�a prometido a los pue�blos el derecho de disponer de s� mismos. Los art�fices del tratado de paz quisieron poner en la formulaci�n de este principio una punta de iron�a. La independencia de un Estado no deb�a ser s�lo un derecho; deb�a ser una obligaci�n.

El tratado de paz proh�be pr�cticamente a Austria la fusi�n con Alemania. Establece que, en cualquier caso, esta fusi�n requiere para ser sancionada el voto un�nime del Consejo de la Sociedad de las Naciones.

Ahora bien. De este consejo forman parte Francia e Italia, dos potencias naturalmente adversas a la uni�n de Alemania y Austria. Las dos vigilan, en la Sociedad de las Naciones, contra toda posible tentativa de incorporaci�n de Aus�tria en el Reich.

A Francia, como es sabido, la desvela dema�siado la pesadilla del problema alem�n. Para muchos de sus estadistas la �nica soluci�n l�gica de este problema es la balkanizaci�n de Alema�nia. Bajo el gobierno del bloque nacional Fran�cia ha trabajado ineficaz pero pacientemente por suscitar en Alemania un movimiento separatista. Ha subsidiado elementos secesionistas de diver�sas calidades, empe�ada en hacer prosperar un separatismo b�varo o un separatismo renano. La autonom�a de Baviera, sobre todo, parec�a uno de los objetivos del poincarismo. El impe�rialismo franc�s so�aba con cerrar el paso a la anexi�n de Austria al Reich mediante la constituci�n de un Estado compuesto por Baviera y Austria. Se ten�a en vista el v�nculo geo�gr�fico y el v�nculo religioso. (Baviera y Austria son cat�licas mientras Prusia es pro�testante. Y a�n �tnicamente Austria se iden�tifica m�s con Baviera que con Prusia). Pero se olvidaba que su econom�a y su educaci�n in�dustriales hab�an generado, un cambio, en el pue�blo austriaco, una tendencia a confundirse y con�sustanciarse con la Alemania manufacturera y sider�rgica, m�s bien que con la Alemania rural. En todo caso, para que la idea del Estado b�va�ro-austr�aco prosperase, hac�a falta que prendie�se, previamente, en Baviera. Y esta esperanza, como es notorio, ha tramontado antes por el pro�pio poincarismo. Para Francia, por consiguiente, como un anexo o una secuela del problema ale�m�n, existe un problema austriaco. "Basta echar una mirada sobre el mapa �escribe Marcel Du�nan en un libro sobre Austria� para compren�der toda la importancia del problema austriaco, llave de la mayor parte de las cuestiones pol�ti�cas que interesan a la Europa Central. Libre y abierta a la influencia de las grandes potencias occidentales, Austria asegura sus comunicacio�nes con sus aliados o clientes del cercano Orien�te danubiano y balk�nico; abandonada por noso�tros a las sugestiones de Berl�n, se halla en gra�do de aislarnos de nuestros amigos eslavos. Co�rredor abierto a nuestra expansi�n o muro er�guido contra ella, Austria confirma o amena�za la seguridad de nuestra victoria y a�n la de la paz europea".

Italia, a su vez, no puede pensar, sin inquie�tud y sin sobresalto, en la posibilidad de que re�surja, m�s all� del Brennero, una Austria pode�rosa. El prop�sito de restauraci�n de los Haps�burgo en Hungr�a tuvo su m�s obstinado ene�migo en la diplomacia italiana, preocupada por la probabilidad de que esa restauraci�n produjese a la larga la reconstituci�n de un Estado austro-h�ngaro.

Pero, te�rica y pr�cticamente, ninguna de las precauciones del Tratado de Paz y de sus ejecutores logra separar a Austria de Alemania. Y, es por esto, que, cuando se trata de las minor�as nacionales encerradas dentro de los nuevos l�mites de Italia, no es Austria sino Alemania la que reivindica sus derechos o apadrina sus aspiraciones. Austria, en �ltimo an�lisis, no es sino un Estado alem�n temporalmente separado del Reich.

La pol�tica de los dos partidos que, desde la ca�da de los Hapsburgo, comparten la responsabilidad del poder en Austria, se encuentra estrechamente conectada con la de los partidos alemanes del mismo ideario y la misma estructura. El partido social-cristiano, que tiene en Monse�or Seipel su pol�tico m�s representativo, se mueve evidentemente en igual direcci�n que el centro cat�lico alem�n. Y entre el socialismo alem�n y el socialismo austr�aco, la conexi�n y la solidaridad son, como es natural, m�s se�alados todav�a. Otto Bauer, por no citar sino un nombre, es una figura com�n �por lo menos en el terreno de la pol�mica socialista� a las dos social-democracias germanas. Y el partido socialista austr�aco, de otro lado, es el que m�s significadamente tiende en Austria a la uni�n pol�tica con Alemania.

Concurre a aumentar lo parad�jico del caso austr�aco el hecho de que este Estado funcione, presentemente, m�s o menos como una dependencia de la Sociedad de las Naciones. Destinado por la raza y la lengua a vivir bajo la influencia pol�tica y sentimental de Alemania, el Estado austr�aco se halla, financieramente, bajo la tutela de la Sociedad de las Naciones o sea, hasta ahora, de los enemigos de Alemania.

El Austria contempor�nea, es lo que no quisiera ser. Aqu� reside el pirandellismo de su drama. Los seis personajes en busca de autor afirman exasperadamente, en la farsa pirandelliana, su voluntad de ser. Austria guarda en el fondo de su alma, su voluntad, m�s pirandelliana si se quiere, de no ser. Pero el drama, hasta donde cabe un parecido entre los individuos y las naciones, es sustancialmente el mismo.

 


NOTA: 

* Publicado en Variedades, Lima, 20 de Febrero de 1926.