OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI |
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FIGURAS Y ASPECTOS DE LA VIDA MUNDIAL III |
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RUSIA Y CHINA*
El ataque a la U.R.S.S. por uno de los Estados que la diplomacia y la finanza de los imperialismos capitalistas puede movilizar contra la revoluci�n rusa estaba demasiado previsto desde que a la etapa del reconocimiento de los Soviets por los gobiernos de Occidente �empujados en parte a esta actitud, seg�n lo observa Alvarez del Vayo, por la esperanza de que los negocios en Rusia aliviasen su crisis industrial� sigui� la etapa de hostilidad y agresi�n inaugurada por el allanamiento de la casa Arcos en Londres. Desde entonces es evidente la reaparici�n en las potencias capitalistas de un acre humor anti-sovi�tico. Mr. Baldwin no trepid� en aceptar las responsabilidades de la ruptura de las relaciones diplom�ticas, restablecidas por el primer gabinete Mac Donald. Y en Francia una estridente campa�a de prensa, subsidiada y dirigida por la m�s notoria plutocracia, exigi� el retiro del Embajador Rakovsky. Pero, generalmente, se pensaba que la ofensiva comenzar�a otra vez en Occidente. Polonia se ha impuesto el oficio de gendarme de la reacci�n. Y el general Pilsudsky, en vena siempre de aventuras m�s o menos napole�nicas, se ha entrenado bastante en la conspiraci�n y la maniobra anti-sovi�ticas. Rumania, favorecida por la paz con la anexi�n de la Besarabia, a expensas de Rusia y del principio de libre determinaci�n de las nacionalidades, es otro foco de intrigas y rencores contra la U.R.S.S. Y, en general, a ning�n trabajo se han mostrado tan aten�tas las potencias de Occidente como al de inter�poner entre la U.R.S.S. y la vieja Europa demo�burguesa una s�lida muralla de Estados incon�dicionalmente adictos a la pol�tica imperialista del capitalismo. La amenaza a que m�s sensible se manifesta�ba esta pol�tica era, sin embargo, la de la cre�ciente influencia de Rusia en Oriente. Y era l�gico, por consiguiente, que la nueva ofensiva anti-rusa eligiese para sus operaciones los pa�ses asi�ticos. En esto, el Imperio Brit�nico, so�bre todo, continuaba su tradici�n. Inglaterra, desde los tiempos de Disraeli, ha sentido en Ru�sia a su mayor rival en Asia. En la pol�tica de Persia, la mano de Inglate�rra se ha movido activamente contra Rusia en los �ltimos tiempos, en modo demasiado osten�sible. Y, a partir del nuevo curso de la pol�tica china, que ha hecho del KuoTing-Tang y sus generales un instrumento m�s perfecto y moderno de los intereses imperialistas que los an�tiguos caudillos feudales, la excitaci�n de China contra Rusia no ha cesado un instante. La acti�tud de las autoridades de la Manchuria expulsando intempestivamente a los rusos de esa parte de la China y apoder�ndose de modo violen�to del ferrocarril oriental, no es sino un efecto de un trabajo, cuyos antecedentes hay que buscar en la lucha de los imperialismos capitalistas con los Soviets durante la acci�n nacionalista revolucionaria del Kuo-Ming-Tang. El Jap�n juega, sin duda, en la preparaci�n de este conflicto un rol preponderante. Las in�versiones del Jap�n en la Manchuria alcanzan una cifra conspicua. La penetraci�n japonesa en la China, en general, avanza a grandes pasos desde la guerra que hizo del Jap�n algo as� co�mo el fiduciario de la Entente en el Extremo Oriente. La Conferencia de Washington sobre los asuntos chinos, tuvo entre sus principales obje�tos el de contener la expansi�n japonesa en la China. Estos intereses econ�micos se han refle�jado incesantemente en el desarrollo de la po�l�tica. El Jap�n, occidentalizado y progresista, se ha esmerado a este respecto en la colabora�ci�n con los elementos m�s retr�grados de la China. El Club An-F� fue su partido predilecto. Luego Chang-So-Ling, el dictador de la Manchu�ria, acapar� sus simpat�as. Y las ambiciones del Jap�n sobre la Manchuria son de vieja data. El ferrocarril ruso de la Manchuria recuerda, pre�cisamente, al Jap�n una de sus derrotas diplo�m�ticas. Su victoria militar sobre la China en 1895 le pareci� t�tulo bastante para instalarse en la pen�nsula de Liao-Tung, en Port Arthur, en Dalny, en Wei-Hai-Wei y la Corea. Pero, enton�ces, este apetito excesivo y poco razonable es-taba en absoluto conflicto con los intereses de las potencias europeas. Rusia zarista, particular-mente, que acababa de construir la l�nea transi�beriana, no pod�a avenirse a las pretensiones desmesuradas del Jap�n. La diplomacia de Ru�sia, Francia y Alemania oblig� al Jap�n a sol�tar la presa. Y, m�s tarde, Rusia se hac�a adju�dicar el Liao Tung con Port Arthur y Dalny y obten�a la autorizaci�n de construir el ferroca�rril de la Manchuria. Rusia perdi� en la guerra con el Jap�n una parte de estas posesiones; pero entre otras, juzgadas inconstestables, conser�v� la del ferrocarril. Y en 1924, el propio gobier�no de Chan-So-Ling reconoci� a Rusia sus dere�chos sobre esta v�a f�rrea. La diplomacia revo�lucionaria de los Soviets hab�a roto con la tradi�ci�n del zarismo en sus relaciones con China, re�nunciando a los derechos de extraterritorialidad y otros que los tratados vigentes con las poten�cias europeas le reconoc�an. Rusia hab�a inau�gurado una nueva etapa en las relaciones de Eu�ropa con China, trat�ndola de igual a igual. Chang-So-Ling, dictador feudal del m�s reaccionario esp�ritu, no era por cierto un gobernante dispuesto a apreciar debidamente este lado de la nueva pol�tica rusa. Pero los derechos de Rusia aparec�an tan indiscutibles que el tratado no pod�a conducir sino a su ratificaci�n. La conducta de la China va contra toda norma de derecho. Un telegrama de Ginebra comunica "que los juristas de Ginebra y La Haya se muestran generalmente inclinados a favorecer la actitud de los abogados de Mosc�, quienes insisten en que la China no ha tenido ninguna causa justificada para proceder en la violenta y repentina forma que lo hiciera, sin tratar siquiera de justificar su actitud mediante avisos previos". Esta opini�n, dada la ninguna simpat�a de que goza la Rusia sovi�tica en el ambiente de la Sociedad de las Naciones, revela que la sutileza de los jurisconsultos no encuentra excusa seria para el proceder chino. Se invoca, como de costumbre, el pretexto, bastante desacreditado, de la propaganda comunista. Pero esta propaganda, en caso de estar comprobada, podr�a haber sido una raz�n para medidas circunscritas contra los elementos no deseables. Es imposible explicar con el argumento de la propaganda comunista, las prisiones y exportaciones en masa y la confiscaci�n del ferrocarril. La pol�tica del Jap�n en la China obedece a intereses distintos y a�n rivales de los que dictan la pol�tica yanqui. Hab�an dejado de coincidir a�n con los de la pol�tica brit�nica. La lucha entre los imperialismos rivales es, sin duda, un obst�culo para un inmediato frente �nico, antisovi�tico, de las grandes potencias capitalistas. Pero la intenci�n de este frente est� en los estadistas de sus burgues�as. El pacto, Kellogg confronta su primera gran prueba, lo mismo que la diplomacia laborista. La China feudal y militarista, la China de Chang Hseuh Liang y Chang Kai Shek, carece de voluntad en este conflicto. No ser� ella, en el fondo, la que d� la respuesta que aguarda la demanda sovi�tica.
NOTAS: * Publicado en Variedades, Lima, 26 de Julio de 1929.
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