OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

LA ESCENA CONTEMPORANEA

    

     

ANATOLE FRANCE

 

 

El crep�sculo de Anatole France ha sido el de una vida cl�sica. Anatole France ha muerto lenta y compuestamente, sin prisa y sin tormento, como �l, acaso, se propuso morir. El itinerario de su carrera fue siempre el de una carrera ilustre. France lleg� puntualmente a todas las estaciones de la inmortalidad. No conoci� nunca el retardo ni la anticipaci�n. Su apoteosis ha sido perfecta, cabal, exacta, como los per�odos de su prosa. Ning�n rito, ninguna ceremonia ha dejado de cumplirse. A su gloria no le ha faltado nada: ni el sill�n de la Academia de Francia ni el Pre�mio N�bel.

Anatole France no era un agn�stico en la guerra de clases. No era un escritor sin opiniones pol�ticas, religiosas y sociales. En el conflicto que desgarra la sociedad y la civilizaci�n contempor�neas no se hab�a inhibido de tornar parte. Anatole France estaba por la revoluci�n y con la revoluci�n. "Desde el fondo de su biblioteca �corno dec�a una vez un peri�dico franc�s� bendec�a las empresas de la gran Virgen". Los j�venes lo am�bamos por eso.

Pero la adhesi�n a France, en estos tiempos de ac�rrima beligerancia, va de la extrema derecha a la extrema izquierda. Coinciden en el acatamiento al maestro reaccionario y revolucionario.

No han existido, sin embargo, dos Anatole France, uno parte uso externo deja burgues�a y del orden, otro para regalo de la revoluci�n y sus fautores: Acontece, m�s bien, que la personalidad de Anatole France tiene diversos lados, diversas facetas, diversos matices y que cada sector del p�blico se consagra a la admiraci�n de su escorzo predilecta. La gente vieja, la gente moderada ha frecuentado, por ejemplo La Rotisserie de la Reine Pedauque1  y ha paladeado luego, como un licor aristocr�tico, Les opinions de Jerome Coignard.2 La gente nueva, en tanto, ha gustado de encontrar a France en compa��a  de Jaur�s o entre los admiradores de Lenin.

Anatole France nos aparece un poco m�s complejo, un poco menos simple del France que nos ofrecen generalmente la cr�tica y sus lugares comunes. France ha vivido siempre en un mismo clima, aunque han pasado por su obra diversas influencias. Ha escrito durante m�s de cincuenta a�os, en tiempos muy vers�tiles, veloces y tornadizos. Su producci�n, por ende, corresponde a las distintas estaciones de su �poca heter�clita y cosmopolita. Primero acusa un gusto parnasiano, �tico, preciosista; en seguida obedece una intenci�n disolvente, nihilista, negativa; luego adquiere la afici�n de la utop�a y de la cr�tica social. Pero bajo la superficie ondulante de estas manifestaciones, se advierte una l�nea persistente y duradera.

Pertenece Anatole France a la �poca indecisa, fatigada, en que madura la decadencia burguesa. Sus libros denuncian un temperamento educado cl�sicamente, nutrido de antig�edad; curado de romanticismo, amanerado, elegante y burl�n. No llega France al escepticismo y al relativismo actual. Sus negaciones y sus dudas tienen matices benignos. Est�n muy lejos de la desesperanza incurable y honda de Andreiev, del pesimismo tr�gico de El Infierno de Barbusse y de la burla acre y dolorosa de Vestir al desnudo y otras obras de Pirandello. Anatole France hu�a del dolor. Era la suya un alma griega, enamorada de la serenidad y de la gracia. Su carne era una carne sensual como la de aquellos pret�ritos abates liberales, un poco volterianos, que conoc�an a los griegos y los latinos m�s que el evangelio cristiano y que amaban, sobre todas las cosas, la buena mesa. Anatole France era sensible al dolor y a la injusticia. Pero le disgustaba que existieran y trataba de ignorarlos. Pon�a sobra la tragedia humana la fr�gil espuma de su iron�a. Su literatura es delicada, transparente y �tica como el champagne. Es el champagne melanc�lico, el vino capitoso y perfumado de la decadencia burguesa; no es el amargo y �spero mosto de la revoluci�n proletaria. Tiene contornos exquisitos y aromas aristocr�ticos. Los t�tulos de sus libros son de un gusto quintaesenciado y hasta decadente: El Estuche de N�car, El Jard�n de Epicuro, El Anilla de Amatista, etc. �Qu� importa que bajo la car�tula de El Anillo de Amatista se oculte una procaz intenci�n anticlerical? El fino t�tulo, el atildado estilo, bastan para ganar la simpat�a y el consenso de la opini�n burguesa. La emoci�n social, el latido tr�gico de la vida contempor�nea quedan fuera de esta literatura. La pluma de France no sabe aprehenderlos. No lo intenta siquiera. El �nima y las pasiones de la muchedumbre se le escapan. "Sus finos ojos de elefante" no saben penetrar en la entra�a oscura del pueblo; sus manos pulidas juegan felinamente con las cosas y los hombres de la superficie. France satiriza a la burgues�a, la roe, la muerde con sus agudos, blancos y maliciosos dientes; pero la anestesia con el opio sutil de su estilo erudito y musical, para que no sienta demasiado el tormento.

Se exagera mucho el nihilismo y el escepticismo de France que, en verdad, son asaz leves y dulces. France no era tan incr�dulo como parec�a. Impregnado de evolucionismo, cre�a en el progreso casi ortodoxamente. El socialismo era para France una etapa, una estaci�n del Progreso. El valor cient�fico del socialismo lo conmov�a m�s que su prestigio revolucionario: Pensaba France que la Revoluci�n vendr�a; Pero que vendr�a casi a plazo fijo. No sent�a ning�n deseo de acelerarla ni de precipitarla. La revoluci�n le inspiraba un respeto m�stico, una adhesi�n un poco religiosa. Esta adhesi�n no fue, ciertamente, un episodio de su vejez. France dud� durante mucho tiempo; pero en el fondo de su duda y de su negaci�n lat�a una ansia imprecisa de fe. Ning�n esp�ritu, que se siente vac�o, desierto, deja de tender, finalmente, hacia un mito, hacia una creencia. La duda es est�ril y ning�n hombre se conforma estoicamente con la esterilidad. Anatole France naci� demasiado tarde para creer en los mitos burgueses; demasiado tempranos para renegarlos plenamente. Lo sujetaban a una �poca que no amaba, el pesada lastre del pasado, los sedimentos de su educaci�n y su, cultura, cargados de nostalgias est�ticas. Su adhesi�n a la Revoluci�n fue un acto intelectual m�s bien que un acto espiritual.

Las izquierdas se han complacido siempre de reconocer a Anatole France como una de sus figuras. S�lo con motivo de su jubileo, festejado por toda Francia, casi un�nimemente, los intelectuales de la extrema izquierda sintieron la necesidad de diferenciarse netamente de �l. Clart�, neg� "al nihilista sonriente, al esc�ptico florido", el derecho al homenaje de la revoluci�n. "Nacido bajo el signo de la democracia �dec�a Clart�� Anatole France queda inseparablemente unido a la Tercera Rep�blica". Agregaba que "las peque�as tempestades y las mediocres convulsiones de �sta" compon�an uno de los principales materiales de su literatura y que su escepticismo "peque�o truco al alcance de todas las bolsas y de todas las almas, era en suma el efecto de la mediocridad circundante".

Pero, malgrado estas discrepancias y oposiciones, nada m�s falso que la imagen de un Anatole France muy burgu�s, muy patriota, muy acad�mico, que nos aderezan y sirven las cocinas de la cr�tica conservadora. No, Anatole France no era tan poca cosa. Nada le habr�a humillado y afligido m�s en su vida que la previsi�n de merecer de la posteridad ese juicio. La justicia de pobres, la utop�a y la herej�a de los rebeldes, tuvieron siempre en France un defensor. Dreyfusista3 con Zol� hace muchos a�os, clartista con Barbusse hace muy pocos a�os, el viejo y maravilloso escritor insurgi� siempre contra el viejo orden social. En todas las cruzadas del bien ocup� su puesto de combate. Cuando el pueblo franc�s pidi� la amnist�a de Andr�s Marty, el marino del Mar Negro que no quiso atacar Odesa comunista, Anatole France proclam� el hero�smo y el deber de la indisciplina y la desobediencia ante una orden criminal. Varios de sus libros, Opiniones Sociales, Hacia los Nuevos Tiem�pos, etc., se�alan a la humanidad las v�as del socialismo.

Otro de sus libros Sobre la Piedra Blanca, que tiende el vuelo hacia el porvenir y la utop�a, es uno de los mejores documentos de su personali�dad. Todos los, elementos de su arte se conciertan y combinan en esas p�ginas admirables. Su pensamiento, alimentado de recuerdos de la antig�edad cl�sica, explora el porvenir distante desde un anciano proscenio. Las dratriatis personae de la novela, gente selecta, exquisita e intelectual, de alma al mismo tiempo antigua y moderna, se mueven en un ambiente grato a la literatura del maestro. Uno es un personaje aut�n�ticamente real y contempor�neo, Giacomo Boni, el arque�logo del Foro Romano, a quien m�s de una vez he encontrado en alguna aula o en al�g�n claustro de Roma. El argumento de la novela es una pl�tica erudita entre Giacomo Boni y sus contertulios. El coloquio evoca a Gali�n, gobernador de Grecia, fil�sofo y literato romano, que habi�ndose encontrado con San Pablo, no supo entender su extra�o lenguaje ni presentir la re�voluci�n cristiana. Toda su sabidur�a, todo su ta�lento fracasaban ante el intento, superior a sus fuerzas, de ver en San Pablo algo m�s que un jud�o fan�tico, absurdo y sucio. Dos mundos es�tuvieron en ese encuentro frente a frente sin conocerse y sin comprenderse. Gali�n, desde�� a San Pablo Como protagonista de la Historia; pero la Historia dio la raz�n al mundo de San Pablo y conden� el mundo de Gali�n. �No hay en este cuadro una anticipaci�n de la nueva filosof�a de la Historia? Luego, los personajes de Anatole France se entretienen en una previsi�n de la futura sociedad .proletaria. Calculan que la revoluci�n llegar� hacia el fin de nuestro siglo.

La previsi�n ha resultado modesta y t�mida. A Giacomo Boni y a Anatole France les ha tocado asistir, en el tramonto dorado de su vida, al orto sangriento de la revoluci�n.


NOTAS:

1 El fig�n de la Reina Patoja.

2 Las opiniones de Jer�nimo Coignard.

3 Partidario de la revisi�n del proceso que conden� injustamente al capit�n Alfredo Dreyfuss.