OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

LA ESCENA CONTEMPORANEA

   

  

MAXIMO GORKI Y RUSIA

 

 

M�ximo Gorki es el novelista de los vagabundos, de los parias, de los miserables. Es el novelista de los bajos fondos, de la mala vida y del hambre. La obra de Gorki es una obra peculiar, espont�nea, representativa de este siglo de la muchedumbre, del Cuarto Estado y de la revoluci�n social. Muchos artistas contempor�neos extraen sus temas y sus tipos de los estratos plebeyos, de las capas inferiores: El alma y las pasiones burguesas son un tanto inactuales. Est�n demasiado exploradas. En el alma y las pasiones proletarias, en cambio, existen matices nuevos y l�neas ins�litas.

La plebe de las novelas y de los dramas de Gorki no es la plebe occidental. Pero es aut�nticamente la plebe rusa. Y Gorki no es s�lo un narrador del romance ruso, sino tambi�n uno de sus protagonistas, No ha hecho la revoluci�n rusa; pero la ha vivido. Ha sido uno de sus cr�ticos, uno de sus cronistas y uno de sus actores.

Gorki no ha sido nunca bolchevique. A los intelectuales, a los artistas, les falta habitualmente la fe necesaria para enrolarse facciosa, disciplinada, sectariamente, en los rangos de un partido. Tienden a una actitud personal, distinguida y arbitraria ante la vida. Gorki, ondulante, inquieto, heterodoxo, no ha seguido r�gidamente ning�n programa y ninguna confesi�n pol�tica. En los primeros tiempos de la revoluci�n dirigi� un diario socialista revolucionario: la Novaia Yzn.1 Este diario acogi� can desconfianza y enemistad al r�gimen sovietista. Tach� de te�ricos y de utopistas a los bolcheviques. Gorka escribi� que los bolcheviques efectuaban un experimento �til a la humanidad, mortal para Rusia. Pero la ra�z de su resistencia era m�s rec�ndita, m�s �ntima, m�s espiritual. Era un estado de animo, un estado de erecci�n contrarrevolucionaria com�n a la mayor�a de los intelectuales. La revoluci�n los trataba y vigilaba como a enemigos latentes. Y ellos se malhumoraban de que la revoluci�n, tan bulliciosa, tan torrentosa, tan explosiva, turbase descort�smente sus sue�os, sus investigaciones y su discursos. Algunos persistieron en este estado de �nimo. Otros se contagiaron, se inflamaron de fe revolucionaria. Gorki, por ejemplo, no tard� en aproximarse a la revoluci�n. Los Soviets le encargaron la organizaci�n, y el rectorado de la casa de los intelectuales. Esta casa, destinada a salvar la cultura rusa de la marea revolucionaria, alberg�, aliment� y provey� de elementos de estudio y de trabajo � los hombres de ciencia y a los hombres de letras de Rusia. Gorki, entregado a la protecci�n de los sabios y los artistas rusas, se convirti� as� en uno de los colaboradores sustantivos del Comisario de Instrucci�n P�blica Lunatcharsky.

Vinieron los d�as de la sequ�a y de la escasez en la regi�n del Volga. Una cosecha frustrada empobreci� totalmente, de improviso, a varias provincias rusas, debilitadas y extenuadas ya por largos a�os de guerra y de bloqueo. Muchos millones de hombres quedaron sin pan para el invierno. Gorky sinti� que su deber era conmover y emocionar a la humanidad con esta tragedia inmensa. Solicit� la colaboraci�n de Anatole Franca, de Gerardo Hauptmann, de Bernard Shaw y de otros grandes artistas. Y sali� de Rusia, m�s lejana y m�s extranjera entonces que nunca, para hablar a Europa de cerca. Pero no era ya el vigoroso vagabundo, el recio n�made de otros tiempos. Su vieja tuberculosis lo asalt� en el camino. Y lo oblig� a detenerse en Alemania y a asilarse en un sanatorio. Un gran europeo, el sabio y explorador Nansen, recorri� Europa demandando auxilios para las provincias fam�licas. Nansen habl� en Londres, en Par�s, en Roma. Dijo, bajo la garant�a de su palabra insospechable y apol�tica, que no se trataba de una responsabilidad, del comunismo sino de un flagelo, de un cataclismo, de un infortunio. Rusia, bloqueada y aislada, no pod�a salvar a todos sus hambrientos. No hab�a tiempo que perder. El invierno se acercaba No socorrer inmediatamente a los hambrientos era abandonarlos a la muerte. Muchos, esp�ritus generosos respondieron; a este llamamiento. Las masas obreras dieron su �bolo. Mas el instante no era propicio para la caridad y la filantrop�a. El ambiente occidental estaba demasiado cargado de rencor y de enojo contra Rusia. La gran prensa europea acord� la campa�a de Nansen un favor desganado. Los estados europeos, insensibilizados, envenenados por la pasi�n, no se consternaron ante la desgracia rusa. Los socorros no fueron proporcionados a la magnitud de �sta. Varios millones de hombres se salvaron; pero otros varios millones perecieron. Gorky, afligido por esta tragedia, anatematiz� la crueldad de Europa y profetiz� el fin de la civilizaci�n europea. El mundo �dijo� acaba de constatar un debilitamiento de la sensibilidad moral de Europa: Ese debilitamiento es un s�ntoma de la decadencia y degeneraci�n del mundo occidental. La civilizaci�n europea no era �nicamente respetable por su, riqueza t�cnica y material sirio tambi�n por su riqueza moral. Ambas fuerzas le hab�an conferido autoridad y prestigio ante el Oriente. Venidas a menos, nada defiende a la civilizaci�n europea de los asaltos de la barbarie.

Gorki escucha una interna voz subconsciente que le anuncia la ruina de Europa. Esta misma voz le se�ala al campesino como a un enemigo implacable y fatal de la revoluci�n rusa. La revoluci�n rusa es una obra del proletariado urbano y de la ideolog�a socialista, esencialmente urbana tambi�n. Los campesinos han sostenido a la revoluci�n porque �sta les ha dado, la posesi�n de la tierra. Pero otros cap�tulos de su programa no son igualmente inteligibles para la mentalidad y el inter�s agrarios. Gorki desespera de que la psicolog�a ego�sta y s�rdida del campesino llegue a asimilarse a la ideolog�a del obrero urbano. La ciudad es la sede, es el hogar de la civilizaci�n y de sus creaciones. La ciudad es la civilizaci�n misma. La psicolog�a del hombre de la ciudad es m�s altruista y m�s desinteresada que la psicolog�a del hombre de campo. Esto se observa no s�lo en la masa campesina sino tambi�n en la aristocracia campesina: El temperamento del latifundista agrario es mucho menos el�stico, menos �gil y menos comprensivo que el del latifundista industrial. Los magnates del campo est�n siempre en la extrema derecha; los magnates de la banca y de la industria prefieren una posici�n centrista y tienden al pacto y al compromiso con la revoluci�n. La ciudad adapta al hombre al colectivismo; el campo estimula brav�amente su individualismo. Y por esto, la �ltima batalla entre el individualismo y el socialismo se librar�, tal vez, entre la ciudad y el campo.

Varios estadistas europeos comparten, impl�citamente, esta preocupaci�n de Gorki. Caillaux, verbigracia, mira con inquietud y aprensi�n la tendencia de los campesinos de la Europa Central a independizarse del industrialismo urbano. Resurge en Hungr�a la peque�a industria rural. El campesino vuelve a hilar su lana y a forjar su herramienta. Intenta renacer una econom�a medioeval, una econom�a primitiva. La intuici�n, la visi�n de Gorki coincide con la constataci�n, con la verificaci�n del hombre de ciencia:

Yo he hablado con Gorki de esta y otras cosas en diciembre de 1922 en el Neue Sanatorium de Saarow Ost. Su alojamiento estaba clausurado a todas las visitas extra�as, a todas las visitas ins�litas. Pero Mar�a Feodorowna, la mujer de Gorki, me franque� sus puertas. Gorki no habla sino ruso. Mar�a Feodorowna habla alem�n, franc�s, ingl�s, italiano.

En ese tiempo Gorki escrib�a el tercer tomo de su autobiograf�a. Y comenzaba un libro sobre hombres rusos.

��Hombres rusos?

�Si; hombres que yo he visto en Rusia; hombres que he conocido; no hombres c�lebres, sino hombres interesantes.

 Interrogu� a Gorki acerca de sus relaciones con el bolchevismo. Algunos peri�dicos pretend�an que Gorki andaba divorciado de sus l�deres. Gorki me desminti� esta noticia. Ten�a la intenci�n de volver pronto a Rusia. Sus relaciones con los Soviets eran buenas, eran normales.

Hay en Gorki algo de viejo vagabundo, algo de viejo peregrino Sus ojos agudos, sus manos r�sticas, su estatura un poco encorvada, sus bigotes t�rtaros. Gorki no es  f�sicamente un hombre metropolitano; es, m�s bien, un hombre rural y campesino. Pero no tiene un alma patriarcal y asi�tica como Tolstoy. Tolstoy predicaba un comunismo campesino y cristiano. Gorki admira, ama y respeta las maquinas, la t�cnica, la ciencia occidentales, todas las cosas que repugnaban al misticismo de Tolstoy. Este eslavo, �ste vagabundo es, abstrusa y subconscientemente, un devoto, un fautor, un enamorado del Occidente y de su civilizaci�n.

Y, bajo los tilos de Saarow Ost, a donde no llegaban los rumores de la revoluci�n comunista ni los alal�s de la reacci�n fascista, sus ojos enfermos y videntes de alucinado ve�an con angustia aproximarse el tramonto y la muerte de una civilizaci�n maravillosa.


NOTA:

1 ver I.O.