OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

LA ESCENA CONTEMPORANEA

  

  

WILSON

 

 

Todos los sectores de la pol�tica y del pensamiento coinciden en reconocer a Woodrow Wilson una mentalidad elevada, una psicolog�a austera y una orientaci�n generosa. Pero tienen, como es natural, opiniones divergentes sobre la trascendencia de su ideolog�a y sobre su posici�n en la historia. Los hombres de la derecha, que son tal vez los m�s distantes de la doctrina de Wilson, lo clasifican como un gran iluso, como un gran utopista. Los hombres de la izquierda, lo consideran como el �ltimo caudillo del liberalismo y la democracia. Los hombres del centro lo exaltan como el ap�stol de una ideolog�a clarividente que, contrariada hasta hoy por los ego�smos nacionales y las pasiones b�licas, conquistar� al fin la conciencia de la humanidad.

Estas diferentes opiniones y actitudes se�alan a Wilson como un l�der centrista y reformista. Wilson no ha sido, evidentemente, un pol�tico del tipo de Lloyd George, de Nitti ni de Caillaux. M�s que contextura de pol�tico ha tenido contextura de ide�logo, de maestro, de predicador. Su idealismo ha mostrado, sobre todo, una base y una orientaci�n �ticas. Mas �stas son modalidades de car�cter y de educaci�n. Wilson se ha diferenciado, por su temperamento religioso y universitario, de los otros l�deres de la democracia. Por su filiaci�n, ha ocupado la misma zona pol�tica. Ha sido un representante genuino de la mentalidad democr�tica, pacifista y evolucionista. Ha intentado conciliar el orden viejo con el orden naciente, el internacionalismo con el nacionalismo, el pasado con el futuro.

Wilson fue el verdadero general�simo de la victoria aliada. Los m�s hondos cr�ticos de la guerra mundial piensan que la victoria fue una obra de estrategia pol�tica y no una obra de estrategia militar. Los factores psicol�gicos y pol�ticos tuvieron en la guerra m�s influencia y m�s importancia que los factores militares. Adriano Tilgher escribe que la guerra fue ganada "por aquellos gobiernos que supieron conducirla con una mentalidad adecuada, d�ndole fines capaces de convertirse en mitos, estados de �nimo, pasiones y sentimientos populares" y que "nadie m�s que Wilson, con su predicaci�n cu�quero-democr�tica, contribuy� a reforzar en los pueblos de la Entente la persuasi�n de la justicia de su causa y el prop�sito de continuar la guerra hasta la victoria final" Wilson, realmente, hizo de la guerra contra Alemania una guerra santa. Antes que Wilson, los estadistas de la Entente hab�an bautizado la causa aliada como la causa de la libertad y del derecho. Tardieu en su libro La Paz, cita algunas declaraciones de Lloyd George y Briand que conten�an los g�rmenes del programa wilsoniano. Pero en el lenguaje de los pol�ticos de la Entente hab�a una entonaci�n convencional y diplom�tica. El lenguaje de Wilson tuvo, en cambio, todo el fuego religioso y todo el timbre prof�tico necesarios para emocionar a la humanidad. Los Catorce Puntos ofrecieron a los alemanes una paz justa, equitativa, generosa, una paz sin anexiones ni indemnizaciones, una paz que garantizar�a a todos los pueblos igual derecho a la vida y a la felicidad. En sus proclamas y en sus discursos, Wilson dec�a que los aliados no combat�an contra el pueblo alem�n sino contra la casta aristocr�tica y militar que lo gobernaba.

Y esta propaganda demag�gica, que tronaba contra las aristocracias, que anunciaba el gobierno de las muchedumbres y que proclamaba que "la vida brota de la tierra", de un lado fortific� en los pa�ses aliados la adhesi�n de las masas a la guerra y de otro lado debilit� en Alemania y en Austria la voluntad de resistencia y de lucha. Los catorce, puntos prepararon el quebrantamiento del frente ruso-alem�n m�s eficazmente que los tanques, los ca�ones y los soldados de Foch y de D�az, de Haig y de Pershing. As� lo prueban las memorias de Ludendorf y de Erzberger y otros documentos de la derrota alemana. El programa wilsoniano estimul� el humor revolucionario que fermentaba en Austria y Alemania; despert� en Bohemia y Hungr�a antiguos ideales de independencia; cre�, en suma, el estado de �nimo que engendr� la capitulaci�n.

Mas Wilson gan� la guerra y perdi� la paz. Fue el vencedor de la guerra, pero fue el vencido de la paz. Sus Catorce Puntos minaron el frente austro-alem�n, dieron la victoria a los aliados; pero, no consiguieron inspirar y dominar el tratado de paz. Alemania se rindi� a los aliados sobre la base del programa de Wilson; pero los aliados, despu�s de desarmarla, le impusieron una paz diferente de la que, por boca de Wilson, le hab�an prometido solemnemente. Keynes y Nitti sostienen, por esto, que el tratado de Versalles es un tratado deshonesto.

�Por qu� acept� y suscribi� Wilson este tratado que viola su palabra? Los libros de Keynes, de Lansing, de Tardieu y de otros historiadores de la conferencia de Versalles explican diversamente esta actitud. Keynes dice que el pensamiento y el car�cter de Wilson "eran m�s bien teol�gicos que filos�ficos, con toda la fuerza y la debilidad que implica este orden de ideas y de sentimientos". Sostiene que Wilson no pudo luchar contra Lloyd George y Clemenceau, �giles, flexibles, astutos. Alega que carec�a de un plan tanto para la Sociedad de las Naciones como para la ejecuci�n de sus catorce puntos. "Habr�a podido predicar un serm�n a prop�sito de todos sus principios o dirigir una magn�fica plegaria al Todopoderoso para su realizaci�n. Pero no pod�a adaptar su aplicaci�n concreta al estado de cosas europeo. No s�lo no pod�a hacer ninguna proposici�n concreta sino que a muchos respectos se encontraba mal informado de la situaci�n de Europa". Actuaba orgullosamente aislado, sin consultar casi a los t�cnicos de su s�quito, sin conceder a ninguno de sus lugartenientes, ni a�n al coronel House, una influencia o una colaboraci�n reales en su obra. Por tanto, los trabajos de la conferencia de Versalles tuvieron como base un plan franc�s o un plan ingl�s, aparentemente ajustados al programa wilsoniano, pero pr�cticamente dirigidos al prevalecimiento de los intereses de Francia e Inglaterra. Wilson, finalmente, no se sent�a respaldado por un pueblo solidarizado con su ideolog�a. Todas estas circunstancias lo condujeron a una serie de transacciones. Su �nico empe�o consist�a en salvar la idea de la Sociedad de las Naciones. Cre�a que la creaci�n de la Sociedad de las Naciones asegurar�a autom�ticamente la correcci�n del tratado y de sus defectos.

Los a�os que han pasado desde la suscripci�n de la paz han sino adversos a la ilusi�n de Wilson. Francia no s�lo ha hecho del tratado de Versalles un uso prudente sino un uso excesivo. Poincar� y su mayor�a parlamentaria no lo han empleado contra la casta aristocr�tica y militar alemana sino contra el pueblo alem�n. M�s a�n, han exasperado a tal punto el sufrimiento de Alemania que han alimentado en ella una atm�sfera reaccionaria y jingo�sta, propicia a una restauraci�n mon�rquica o a una dictadura militar. La Sociedad de las Naciones, impotente y an�mica, no ha conseguido desarrollarse. La democracia asaltada simult�neamente por la revoluci�n y la reacci�n, ha entrado en un per�odo de crisis aguda. La burgues�a ha renunciado en algunos pa�ses a la defensa legal de su dominio, ha apostatado de su fe democr�tica y ha enfrentado su dictadura a la teor�a de la dictadura del proletariado. El fascismo ha administrado, en el m�s benigno de los casos, una dosis de un litro de aceite castor a muchos fautores de la ideolog�a wilsoniana. Ha renacido ferozmente en la humanidad el culto del h�roe y de la violencia. El programa wilsoniano aparece en la historia de estos tiempos como la �ltima manifestaci�n vital del pensamiento democr�tico. Wilson no ha sido, en ning�n caso, el creador de una ideolog�a nueva sino el frustrado renovador de una ideolog�a vieja.