OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI |
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PERUANICEMOS AL PER� |
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EL
IDEALISMO DE EDWIN ELMORE* I El mejor homenaje que podemos rendir a Edwin Elmore quienes lo conocimos estimamos es, tal vez, el de revelarlo. Su firma era familiar para todos los que entre nosotros tienen el que Valery Larbaud risue�amente llama "ce vice impuni, la lec�ture". Pero Elmore pertenec�a al n�mero de aquellos escritores de quienes se dice que no han "llegado" al p�blico. El p�bli�co no ignora en estos casos las ideas, las actitudes del escritor; pero ignora un poco al escritor mismo. Edwin Elmore no hab�a buscado ninguno de los tres �xitos que en nuestro medio recomiendan a un intelec�tual a la atenci�n p�blica: �xito literario, �xito universitario, �xito period�stico. Y, en su obra dispersa e inquieta, no est� toda su personalidad. Su personalidad no ha sa�cudido fuertemente al p�blico sino en su muerte. Digamos sus amigos, sus compa�eros, lo que sabemos de ella. Todos nuestros recuerdos, todas nuestras impresiones honran, seguramente, la memoria del hombre y del escritor. Lo presentan como un inte�lectual de fervoroso idealismo. Como un intelectual que sent�a la necesidad de dar a su pensamiento y a su acci�n una meta generosa y elevada. Personalidad singular, y un poco extra��a, en este pueblo, Se reconoc�a en Elmore los rasgos espirituales de su estirpe anglo�sajona. Ten�a de los anglo-sajones el libe�ralismo. El esp�ritu religioso y puritano. El temperamento m�s bien �tico que est�tico. La confianza en el poder del esp�ritu. IIEste hombre de raza anglo-sajona, qui�so ser un. vehemente asertor de ibero-americanismo. "El genio ibero, la raza ibera, �dec�a� renace en nosotros, se renueva en Am�rica". Pensaba que la cultura del porvenir de�b�a ser una cultura ib�rica. M�s a�n. Cre�a que este renacimiento hisp�nico estaba ya gest�ndose. Yo le demandaba las razones en que se apoyaba su creencia, mejor dicho su predic�ci�n. Yo quer�a hechos , evidentes, signos contrastables. Pero la creencia de Elmore no necesitaba de los hechos ni de los sig�nos que yo le ped�a. Era una creencia re�ligiosa. �Usted tiene la fe del carbonero� le dije una vez. Y el me respondi� sonriendo que s�. Su fe era, en verdad, una fe m�stica. Pero, precisamente, por esto, era tan fuerte y honda. En sus ojos iluminados le� la esperanza de que la fe obrar�a el milagro. IIIComo m�lite de esta fe, como cruzado de esta creencia, Edwin Elmore serv�a la idea de la, celebraci�n de un congreso de intelectuales ibero-americanos. No lo mov�a absolutamente, �como pod�an suponer los mal�volos, los hostiles� ninguna ambici�n de notoriedad internacional de su nombre. Lo mov�a m�s bien, como en todas las empresas de su vida, la necesidad de gastar su energ�a por una idea noble y alta. En nuestras conversaciones sobre el te�ma del congreso comprend� lo acendrado de su liberalismo. Elmore no sab�a ser in�tolerante. Yo le sosten�a que el congreso, para ser fecundo, deb�a ser un congreso de la nueva generaci�n. Un congreso de esp�ritu y de mentalidad revolucionarias. Por consiguiente, hab�a que excluir de �l a to�dos los intelectuales de pensamiento y �ni�mo conservadores. Elmore rechazaba toda idea de exclu�si�n. �Ingenieros �me dec�a� piensa co�mo usted. Quiere un congreso casi sectario. Yo creo qu� debemos o�r a todos los hom�bres de elevada estatura mental. Debemos o�r aun a los hombres aferrados a la tradici�n y al pasado. Antes de repudiarlos, antes de condenarlos, debemos escucharlos una �ltima vez. Hab�a instantes en que admit�a la l�gica de mi intransigencia. Pero, luego, su liberalismo reaccionaba. IVEdwin Elmore no pod�a concebir que un individuo, una categor�a, un pueblo, viviesen sin un ideal. La somnolencia criolla Y sensual del ambiente lo desesperaba. "�No hacemos nada por salir del marasmo!" �clamaba. Y mostraba todos los d�as, en sus palabras y en sus actos, el af�n de "hacer algo". La gran jornada del 23 de Mayo le descubri� al proletariado. Elmore empez� entonces a comprender a la masa. Empez� entonces a percibir en su oscuro seno la llama de un ideal verdaderamente granda. Sinti� que el proletariado, adem�s de ser una fuerza material, es tambi�n una fuerza espiritual. En los pobres encontr� lo que acaso nunca encontr� en los ricos. VLo preocupaban todos los grandes problemas de la �poca. Sus estudios, sus inquietudes no son bastante conocidos. Elmore se dirig�a muy poco al p�blico. Se dirig�a generalmente a los intelectuales. Su pensamiento est� m�s en sus cartas que en art�culos. Se empe�aba en recordar a los intelectuales los deberes del servicio del Esp�ritu. Esta era su ilusi�n. Este era su error. Por culpa de esta ilusi�n y de este error, la mayor parte de su obra y de su vida queda ignorada. Elmore pretend�a ser un agitador de intelectuales. No reparaba en que para agitar a los intelectuales, hay que agitar pri�mero a la muchedumbre. VIPor invitaci�n suya escrib�, en cinco art�culos, una "introducci�n al problema de la educaci�n p�blica". Elmore trabajaba por conseguir una contribuci�n sustanciosa de los intelectuales peruanos al debate o estudio de los temas de nuestra Am�rica planteado por la Uni�n Latino-Americana de Buenos Aires y por Repertorio Americano de Costa Rica. Dichos art�culos han merecido el honor de ser reproducidos en diver�sos �rganos de la cultura americana. Quiero, por esto, dejar constancia de su origen. Y declarar que los dedico a la memoria de Elmor�. Recuerdo que en una de nuestras con�versaciones me dijo: �He resuelto mi problema personal, el problema de mi felicidad, cas�ndome con la mujer elegida. Ahora me siento frente al problema de mi generaci�n. Yo traduje as� su frase: �Mi vida ha alcanzado sus fines indi�viduales. Ahora debe servir un fin social. Estoy pronto. Estaba, en verdad, pronto para ocupar su puesto de combate. Cuando le ha tocada probarlo, ha dado entera su vida.
NOTA:
* Publicado en Mercurio Peruano, Lima. Nos. 89.90, noviembre�diciembre de 1925.
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