OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI |
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TEMAS DE NUESTRA AMERICA |
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UN CONGRESO DE ESCRITORES HISPANO-AMERICANOS*
Edwin Elmore, escritor de inquieta inteligencia y de esp�ritu fervoroso, propugna la reuni�n de un congreso libre de intelectuales hispano-americanos. El anhelo de Elmore no se detiene, naturalmente, en la mera aspiraci�n de un congreso. Elmore formula la idea de una organizaci�n del pensamiento hispano-americano. El congreso no ser�a sino un instrumento de esta idea. La iniciativa de Elmore merece ser seriamente examinada y discutida en la prensa. Luis Araquistain ha abierto este debate, en El Sol de Madrid, en un art�culo en el cual declara su adhesi�n a la iniciativa. Los comentarios de Araquistain tienden, adem�s, a precisarla y esclarecerla. Elmore habla de un congreso de intelectuales. Araquistain restringe �este equ�voco y a veces presuntuoso vocablo a su acepci�n corriente de hombres de letras�. La adhesi�n de Araquistain es entusiasta y franca. �El solo encuentro �escribe Araquistain� de un grupo de hombres procedentes de una veintena de naciones, dedicados por profesi�n a algunas de las formas m�s delicadas de una cultura, a la creaci�n art�stica o al pensamiento original, y ligados, sobre todo personalismo, por un sentimiento de homogeneidad espiritual, multiforme en sus variedades nacionales e individuales, ser�a ya un espl�ndido principio de organizaci�n. No hay inteligencia mutua ni obra com�n si los hombres no se conocen an�tes como hombres�. En el Per�, la proposici�n de Elmore difundida desde hace algunos meses entre los hombres de letras de varios pa�ses hispano-americanos, no ha sido todav�a debidamente divulgada y estudiada. No he le�do, a este respecto, sino unas notas de Antonio G. Garland �intelectual reacio por temperamento y por educaci�n a toda criolla "conjuraci�n del silencio"� aplaudiendo y exaltando el congreso propuesto. Me parece oportuno y conveniente participar en este debate hispano-americano, aunque no sea sino para que la contribuci�n peruana a su �xito, por la pereza o el desd�n con que nuestros intelectuales se comportan generalmente ante estos temas, no resulte demasiado exigua. La cuesti�n fundamental del debate �la organizaci�n del pensamiento hispano-americano� reclama atenci�n y estudio, lo mismo que la cuesti�n accesoria �la reuni�n de un congreso dirigido a este fin� A su examen deben concurrir todos los que puedan hacer alguna reflexi�n �til. No se trata, evidentemente, de un vulgar caso de compilaci�n o de cosecha de adhesiones. Una recolecci�n de pareceres, m�s o menos un�nimes y uniformes, ser�a, sin duda, una cosa muy pobre y muy mon�tona. Ser�a, sobre todo, un resultado demasiado incompleto para la noble fatiga de Edwin Elmore. Que opinen todos los escritores, los que comparten y los que no comparten las esperanzas de Elmore y de los fautores de su iniciativa. Yo, por ejemplo, soy de los que no las comparten. No creo, por ahora, en la fecundidad de un congreso de hombres de letras hispano�americanos, Pero simpatizo con la discusi�n de este proyecto. Juzgo, por otra parte, que polemizar con una tesis es, tal vez, la mejor manera de estimularla y hasta de servirla. Lo peor que le podr�a acontecer a la de Elmore ser�a que todo el mundo la aceptase y la suscribiese sin ninguna discrepancia. La unanimidad es siempre in�fecunda. Me declaro esc�ptico respecto a los probables resultados del Congreso en proyecto. Mi escepticismo no tiene, por supuesto, las mismas razones que las del poeta Leopoldo Lugones. (Ha dicho Elmore, quien ha interrogado a muchos intelectuales hispano-americanos, que Lugones se ha mostrado �si no por completo, casi del todo esc�ptico en cuanto a la idea�. M�s tarde, Lugones, en una fiesta literaria del Centenario de Ayacucho, nos ha definido expl�cita y claramen�te su actitud espiritual �actitud inequ�vocamente nacionalista, reaccionaria, filofascista� sobre la cual pod�a habernos antes inducido en error la colaboraci�n del poeta argentino en la Sociedad de las Naciones). Pienso, en primer lugar, que el sino de estos congresos es el de concluir desnaturalizados y desvirtuados por las especulaciones del �bero�americanismo profesional. Casi inevitablemente, estos congresos degeneran en vacuas academias, esterilizadas por el �bero-americanismo formal y ret�rico de gente figurativa e histrionesca. Cierto que Elmore propone un "congreso libre" y que Araquistain agrega, precisando el t�rmino, "libre, es decir, fuera de todo patrocinio oficial". Pero el propio Araquistain sostiene, en seguida, que �no estar�a dem�s invitar a las organizaciones de hombres de letras ya existentes: Sociedades de Autores Dram�ticos, Asociaciones de Escritores P.E.N. Clubs de Lengua Castellana y Portuguesa, Asociaciones de la Prensa, etc.�. La heterogeneidad de la composici�n del congreso aparece, pues, prevista y admitida desde ahora por los mismos escritores de homogeneidad espiritual. Los cortesanos intelectuales del poder y del dinero invadir�an la Asamblea adulter�ndola y mistific�ndola. Porque, �c�mo calificar, c�mo filtrar a los escritores? �C�mo decidir sobre su capacidad y t�tulo para participar en el Congreso? Estas no son simples objeciones de procedimiento o de forma. Enfocan la cuesti�n misma de la posibilidad de actuar, pr�ctica y eficazmente, la iniciativa de Edwin Elmore. Yo creo que �sta es la primera cuesti�n que hay que plantearse. Que conviene averiguar, previamente, antes de avanzar en la discusi�n de la idea, si existe o no la posibilidad de realizarla. No digo de realizarla en toda su pureza y en toda su integridad, pero s�, al menos, en sus rasgos esenciales. La deformaci�n pr�ctica de la idea del Congreso de Escritores Hispano-Americanos traer�a aparejada ineluctablemente la de sus fines y la de su funci�n. De una asamblea intelectual, donde prevaleciese num�rica y espiritualmente la copiosa fauna de graf�manos y retores tropicales y megal�manos, que tan propicio clima encuentra en nuestra Am�rica, podr�a salir todo, menos un esbozo vital de organizaci�n del pensamiento hispano-americana. Med�telo Edwin Elmore, a quien estoy seguro que el fin preocupe mucho m�s que el instrumento. Viene luego otra cuesti�n: la de la oportunidad. Vivimos en un per�odo de plena beligerancia ideol�gica. Los hombres que representan una fuerza de renovaci�n no pueden concertarse ni confundirse, ni aun eventual o fortuitamente, con los que representan una fuerza de conservaci�n o de regresi�n. Los separa un abismo hist�rico. Hablan un lenguaje diverso y no tienen una intuici�n com�n de la historia. El v�nculo intelectual es demasiado fr�gil y hasta un tanto abstracto. El v�nculo espiritual es, en todo caso, mucho m�s potente y v�lido. �Quiere decir esto que yo no crea en la urgencia de trabajar por la unidad de Hispano-Am�rica? Todo lo contrario. En un art�culo reciente, me he declarado propugnador de esa unidad. Nuestro tiempo �he escrito� ha creado en la Am�rica espa�ola una comunicaci�n viva y extensa: la que ha establecido entre las juventudes la emoci�n revolucionaria. M�s bien espiritual que intelectual, esta comunicaci�n recuerda la que concert� a la generaci�n de la independencia. Pienso que hay que juntar a los afines, no a los dispares. Que hay que aproximar a los que la historia quiere que est�n pr�ximos. Que hay que solidarizar a los que la historia quiere que sean solidarios. Esta me parece la �nica coordinaci�n posible. La sola inteligencia con un preciso y efectivo sentido hist�rico. Hablar vaga y gen�ricamente de la organizaci�n del pensamiento hispano-americano es, hasta cierto punto, fomentar un equ�voco. Un equ�voco an�logo al de ese �bero-americanismo de uso externo que todos sabemos tan artificial y tan ficticio; pero que muy pocos nos negamos expl�citamente a sostener con nuestro consenso. Creando ficciones y mitos, que no tienen siquiera el m�rito de ser una grande, apasionada y sincera utop�a, no se consigue, absolutamente, unir a estos pueblos. M�s probable es que se consiga separarlos, puesto que se nubla con confusas ilusiones su verdadera perspectiva hist�rica. Conviene considerar estos temas con un criterio m�s objetivo, m�s realista. Por haber sido tratados casi siempre superficial o rom�nticamente, apenas est�n desflorados. Dejo para otro d�a la cuesti�n de la posibilidad y de la necesidad de organizar el pensamiento hispano-americano. Creo indispensable, ante todo, formular una interrogaci�n elemental. �Existe ya un pensamiento caracter�sticamente hispano-americano? He aqu� un punto que debe esclarecer este debate.
NOTA:
* Publicado en Mundial: Lima, 19 de Enero de 1925
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