OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI |
|
TEMAS DE NUESTRA AMERICA |
|
LA UNIDAD DE LA AM�RICA INDO-ESPA�OLA*
Los pueblos de la Am�rica espa�ola se mue�ven, en una misma direcci�n. La solidaridad de sus destinos hist�ricos no es una ilusi�n de la literatura americanista. Estos pueblos, realmente, no s�lo son hermanos en la ret�rica sino tambi�n en la historia. Proceden de una matriz �nica. La conquista espa�ola, destruyendo las culturas y las agrupaciones aut�ctonas, uniform� la fisonom�a �tnica, pol�tica y moral de la Am�rica Hispana, Los m�todos de colonizaci�n de los espa�oles solidarizaron la suerte de sus colonias. Los conquistadores impusieron a las poblaciones ind�genas su religi�n y su feudalidad. La sangre espa�ola se mezcl� con la sangre india. Se crearon, as�, n�cleos de poblaci�n criolla, g�rmenes de futuras nacionalidades. Luego, id�nticas ideas y emociones agitaron a las colonias contra Espa�a. El proceso de formaci�n de los pueblos indo-espa�oles tuvo, en suma, una trayectoria uniforme. La generaci�n libertadora sinti� intensamente la unidad sudamericana. Opuso a Espa�a un frente �nico continental. Sus caudillos obede�cieron no un ideal nacionalista, sino un ideal americanista. Esta actitud correspond�a a una necesidad hist�rica. Adem�s, no pod�a haber nacionalismo donde no hab�a a�n nacionalidades. La revoluci�n no era un movimiento de las po�blaciones ind�genas. Era un movimiento de las poblaciones criollas, en las cuales los reflejos de la Revoluci�n Francesa hab�an generado un hu�mor revolucionario. Mas las generaciones siguientes no continuaron por la misma v�a. Emancipadas de Espa�a, las antiguas colonias quedaron bajo la presi�n de las necesidades de un trabajo de formaci�n nacional. El ideal americanista, superior a la realidad contingente, fue abandonado. La revoluci�n de la independencia hab�a sido un gran acto rom�ntico; sus conductores y animadores, hombres de excepci�n. El idealismo de esa gesta y de esos hombres hab�a podido elevarse a una altura inasequible a gestas y hombres menos rom�nticos. Pleitos absurdos y guerras criminales desgarraron la unidad de la Am�rica Indo-Espa�ola. Acontec�a, al mismo tiempo, que. unos pueblos se desarrollaban con m�s seguridad y velocidad que otros. Los m�s pr�ximos a Europa fueron fecundados por sus inmigraciones. Se beneficiaron de un mayor contacto con la civilizaci�n occidental. Los pa�ses hispano-americanos empezaron as� a diferenciarse. Presentemente, mientras unas naciones han liquidado sus problemas elementales, otras no han progresado mucho en su soluci�n. Mientras unas naciones han llenado a una regular organizaci�n democr�tica, en otras subsisten hasta ahora densas residuos de feudalidad. El proceso del desarrollo de todas estas naciones sigue la misma direcci�n; pero en unas se cumple m�s r�pidamente que en otras. Pero lo que separa y a�sla a los pa�ses hispano-americanos, no es esta diversidad de horario pol�tico. Es la imposibilidad de que entre naciones incompletamente formadas, entre naciones apenas bosquejadas en su mayor�a, se concerte y articule un sistema o un conglomerado internacional. En la historia, la comuna precede a la naci�n. La naci�n precede a toda sociedad de naciones. Aparece como una causa espec�fica de dispersi�n la insignificancia de v�nculos econ�micos hispano-americanos. Entre estos pa�ses no existe casi comercio, no existe casi intercambio. Todos ellos son, m�s o menos, productores de materias primas y de g�neros alimenticios que env�an a Europa y Estados Unidos, de donde reciben, en cambio, m�quinas, manufacturas, etc. Todos tienen una econom�a parecida, un tr�fico an�logo. Son pa�ses agr�colas. Comercian, por tanto, con pa�ses industriales. Entre los pueblos hispano-americanos no hay cooperaci�n; algunas veces, por el contrario, hay concurrencia. No se necesitan, no se complementan, no se buscan unos a otros. Funcionan econ�micamente como colonias de la industria y la finanza europea y norteamericana. Por muy escaso cr�dito que se conceda a la concepci�n materialista de la historia, no se puede desconocer que las relaciones econ�micas son el principal agente de la comunicaci�n y la articulaci�n de los pueblos. Puede ser que el hecho econ�mico no sea anterior ni superior al hecho pol�tico. Pero, al menos, ambos son consustanciales y solidarios. La historia moderna lo ense�a a cada paso. (A la unidad germana se lleg� a trav�s del zollverein.** El sistema aduanero, que cancel� los confines entre los Estados alemanes, fue el motor de esa unidad que la derrota, la post-guerra y las maniobras del poincarismo no han conseguido fracturar. Austria-Hungr�a, no obstante la heterogeneidad de su contenido �tnico, constitu�a, tambi�n, en sus �ltimos a�os, un organismo econ�mico. Las naciones que el tratado de paz ha dividido de Austria-Hungr�a resultan un poco artificiales, malgrado la evidente autonom�a de sus ra�ces �tnicas e hist�ricas. Dentro del imperio austro-h�ngaro la convivencia hab�a concluido por soldarlas econ�micamente. El tratado de paz les ha dado autonom�a pol�tica pero no ha podido darles autonom�a econ�mica. Esas naciones han tenido que buscar, mediante pactos aduaneros, una restauraci�n parcial de su funcionamiento unitario. Finalmente, la pol�tica de cooperaci�n y asistencia internacionales, que se intenta actuar en Europa, nace de la constataci�n de la interdependencia econ�mica de las naciones europeas. No propulsa esa pol�tica un abstracto ideal pacifista sino un concreto inter�s econ�mico. Los problemas de la paz han demostrado la unidad econ�mica de Europa. La unidad moral, la unidad cultural de Europa no son Menos evidentes; pero s� menos v�lidas para inducir a Europa a pacificarse). Es cierto que estas j�venes formaciones nacionales se encuentran desparramadas en un continente inmenso. Pero, la econom�a es, en nuestro tiempo, m�s poderosa que el espacio, Sus hilos, sus nervios, suprimen o anulan las distancias. La exig�idad de las comunicaciones y los transportes es, en Am�rica indo-espa�ola, una consecuencia de la exig�idad de las relaciones econ�micas. No se tiende un ferrocarril para satisfacer una necesidad del esp�ritu y de la cultura. La Am�rica espa�ola se presenta pr�cticamente fraccionada, escindida, balcanizada.*** Sin embargo, su unidad no es una utop�a, no es una abstracci�n. Los hombres que hacen la historia hispano-americana no son diversos. Entre el criollo del Per� y el criollo argentino no existe diferencia sensible. El argentino es m�s optimista, m�s afirmativo que el peruano, pero uno y otro son irreligiosos y sensuales. Hay, entre uno y otro, diferencias de matiz m�s que de color. De una comarca de la Am�rica espa�ola a otra comarca var�an las cosas, varia el paisaje; pero casi no var�a el hombre. Y el sujeto de la historia es, ante todo, el hombre. La econom�a, la pol�tica, la religi�n, son formas de la realidad humana. Su historia es, en su esencia, la historia del hombre. La identidad del hombre hispano-americano encuentra una expresi�n en la vida intelectual. Las mismas ideas, los mismos sentimientos circular por toda la Am�rica indo-espa�ola. Toda fuerte personalidad intelectual influye en la cultura continental. Sarmiento, Mart�, Montalvo no pertenecen exclusivamente a sus respectivas patrias; pertenecen a Hispano-Am�rica. Lo mismo que de estos pensadores se puede decir de Dar�o, Lugones, Silva, Nervo, Chocano y otros poetas. Rub�n Dar�o est� presente en toda la literatura hispano-americana: Actualmente, el pensamiento de Vasconcelos y de Ingenieros tiene una repercusi�n continental. Vasconcelos e Ingenieros son los maestros de una entera generaci�n de nuestra Am�rica. Son dos directores de su mentalidad. Es absurdo y presuntuoso hablar de una cultura propia y genuinamente americana en germinaci�n, en elaboraci�n. Lo �nico evidente es que una literatura vigorosa refleja ya la mentalidad y el humor hispano-americanos. Esta literatura �poes�a, novela, cr�tica, sociolog�a, historia, filosof�a� no vincula todav�a a los pueblos; pero vincula, aunque no sea sino parcial y d�bilmente, a las categor�as intelectuales. Nuestro tiempo, finalmente, ha creado una comunicaci�n m�s viva y m�s extensa: la que ha establecido entre las juventudes hispano-americanas la emoci�n revolucionaria. M�s bien espiritual que intelectual, esta comunicaci�n recuerda la que concert� a la generaci�n de la independencia. Ahora como entonces, la emoci�n revolucionaria da unidad a la Am�rica indo-espa�ola. Los intereses burgueses son concurrentes o rivales; los intereses de las masas no. Con la Revoluci�n Mexicana, con su suerte, con su ideario, con sus hombres, se sienten solidarios todos los hombres nuevos de Am�rica. Los brindis pacatos de la diplomacia no unir�n a estos pueblos. Los unir�n, en el porvenir, los votos hist�ricos de las muchedumbres.
NOTAS: * Publicado en Variedades: Lima, 6 de Diciembre de 1924. Reproducido en El Universitario, Buenos Aires, Diciembre de 1925. ** Acuerdo aduanero. *** Se reviere a la artificial separaci�n de los pa�ses que conforman los Balcanes.
|
|