EL PROBLEMA DEL INDIO
Todas las tesis sobre el problema ind�gena, que ignoran o eluden a �ste
como problema econ�mico-social, son otros tantos est�riles ejercicios
teor�ticos -y a veces s�lo verbales-, condenados a un absoluto descr�dito.
No las salva a algunas su buena fe. Pr�cticamente, todas no han servido
sino para ocultar o desfigurar la realidad del problema. La cr�tica
socialista lo descubre y escla-rece, porque busca sus causas en la
econom�a del pa�s y no en su mecanismo administrativo, jur�dico o
eclesi�stico, ni en su dualidad o pluralidad de razas, ni en sus
condiciones culturales y morales. La cuesti�n ind�gena arranca de nuestra
econom�a. Tiene sus ra�ces en el r�gimen de propiedad de la tierra.
Cualquier intento de resolverla con medidas de administraci�n o polic�a,
con m�todos de ense�anza o con obras de vialidad, constituye un trabajo
superficial o adjetivo, mientras subsista la feudalidad de los "gamonales"
(1).
El "gamonalismo" invalida inevitablemente toda ley u ordenanza de
protecci�n ind�gena. El hacendado, el latifundista, es un se�or feudal.
Contra su autoridad, sufragada por el ambiente y el h�bito, es impotente
la ley escrita. El trabajo gratuito est� prohibido por la ley y, sin
embargo, el trabajo gratuito, y aun el trabajo forzado, sobreviven en el
latifundio. El juez, el subprefecto, el comisario, el maestro, el
recaudador, est�n enfeudados a la gran propiedad. La ley no puede
prevalecer contra los gamonales. El funcionario que se obsti-nase en
imponerla, ser�a abandonado y sacrificado por el poder central, cerca del
cual son siempre omnipotentes las influencias del gamonalismo, que act�an
directamente o a trav�s del parlamento, por una y otra v�a con la misma
eficacia.
El nuevo examen del problema ind�gena, por esto, se preocupa mucho menos
de los lineamientos de una legislaci�n tutelar que de las consecuencias
del r�gimen de propiedad agraria. El estudio del Dr. Jos� A. Encinas (Contribuci�n
a una legislaci�n tutelar ind�gena) inicia en 1918 esta tendencia, que
de entonces a hoy no ha cesado de acentuarse
(2). Pero, por
el car�cter mismo de su trabajo, el Dr. Encinas no pod�a formular en �l un
programa econ�mico-social. Sus proposiciones, dirigidas a la tutela de la
propiedad ind�gena, ten�an que limitarse a este objetivo jur�dico.
Esbozando las bases del Home Stead ind�gena, el Dr. Encinas
recomienda la distribuci�n de tierras del Estado y de la Iglesia. No
menciona absolutamente la expropiaci�n de los gamonales latifundistas.
Pero su tesis se distingue por una reiterada acusaci�n de los efectos del
latifundismo, que sale inapelablemente condenado de esta requisitoria
(3), que en
cierto modo preludia la actual cr�tica econ�mico-social de la cuesti�n del
indio.
Esta cr�tica repudia y descalifica las diversas tesis que consideran la
cuesti�n con uno u otro de los siguientes criterios unilaterales y
exclusivos: administrativo, jur�dico, �tnico, moral, educacional,
eclesi�stico.
La derrota m�s antigua y evidente es, sin duda, la de los que reducen la
protecci�n de los ind�genas a un asunto de ordinaria administraci�n. Desde
los tiempos de la legislaci�n colonial espa�ola, las ordenanzas sabias y
prolijas, elaboradas despu�s de concienzudas encuestas, se revelan
totalmente infructuosas. La fecundidad de la Rep�blica, desde las jornadas
de la Independencia, en decretos, leyes y providencias encaminadas a
amparar a los indios contra la exacci�n y el abuso, no es de las menos
considerables. El gamonal de hoy, como el "encomendero" de ayer, tiene sin
embargo muy poco que temer de la teor�a administrativa. Sabe que la
pr�ctica es distinta.
El car�cter individualista de la legislaci�n de la Rep�blica ha
favorecido, incuestionablemente, la absorci�n de la propiedad ind�gena por
el latifundismo. La situaci�n del indio, a este respecto, estaba
contemplada con mayor realismo por la legislaci�n espa�ola. Pero la
reforma jur�dica no tiene m�s valor pr�ctico que la reforma
administrativa, frente a un feudalismo intacto en su estructura econ�mica.
La apropiaci�n de la mayor parte de la propiedad comunal e individual
ind�gena est� ya cumplida. La experiencia de todos los pa�ses que han
salido de su evo feudal, nos demuestra, por otra parte, que sin la
disoluci�n del feudo no ha podido funcionar, en ninguna parte, un derecho
liberal.
La suposici�n de que el problema ind�gena es un problema �tnico, se nutre
del m�s envejecido repertorio de ideas imperialistas. El concepto de las
razas inferiores sirvi� al Occidente blanco para su obra de expansi�n y
conquista. Esperar la emancipaci�n ind�gena de un activo cruzamiento de la
raza aborigen con inmigrantes blancos es una ingenuidad antisociol�gica,
concebible s�lo en la mente rudimentaria de un importador de carneros
merinos. Los pueblos asi�ticos, a los cuales no es inferior en un �pice el
pueblo indio, han asimilado admirablemente la cultura occidental, en lo
que tiene de m�s din�mico y creador, sin transfusiones de sangre europea.
La degeneraci�n del indio peruano es una barata invenci�n de los leguleyos
de la mesa feudal.
La tendencia a considerar el problema ind�gena como un problema moral,
encarna una concepci�n liberal, humanitaria, ochocentista, iluminista, que
en el orden pol�tico de Occidente anima y motiva las "ligas de los
Derechos del Hombre". Las conferencias y sociedades antiesclavistas, que
en Europa han denunciado m�s o menos infructuosamente los cr�menes de los
colonizadores, nacen de esta tendencia, que ha confiado siempre con exceso
en sus llamamientos al sentido moral de la civilizaci�n. Gonz�lez Prada no
se encontraba exento de su esperanza cuando escrib�a que la "condici�n del
ind�gena puede mejorar de dos maneras: o el coraz�n de los opresores se
conduele al extremo de reco-nocer el derecho de los oprimidos, o el �nimo
de los oprimidos adquiere la virilidad suficiente para escarmentar a los
opresores" (4).
La Asociaci�n Pro-Ind�gena (1909-1917) represent�, ante todo, la misma
esperanza, aunque su verdadera eficacia estuviera en los fines concretos e
inmediatos de defensa del indio que le asignaron sus directores,
orientaci�n que debe mucho, seguramente, al idealismo pr�ctico,
caracter�sticamente saj�n, de Dora Mayer
(5). El
experimento est� ampliamente cumplido, en el Per� y en el mundo. La
pr�dica humanitaria no ha detenido ni embarazado en Europa el imperialismo
ni ha bonificado sus m�todos. La lucha contra el imperialismo, no conf�a
ya sino en la solidaridad y en la fuerza de los movimientos de
emancipaci�n de las masas coloniales. Este concepto preside en la Europa
contempor�nea una acci�n antiimperialista, a la cual se adhieren esp�ritus
liberales como Albert Einstein y Romain Rolland, y que por tanto no puede
ser considerada de exclusivo car�cter socialista.
En el terreno de la raz�n y la moral, se situaba hace siglos, con mayor
energ�a, o al menos mayor autoridad, la acci�n religiosa. Esta cruzada no
obtuvo, sin embargo, sino leyes y providencias muy sabiamente inspiradas.
La suerte de los indios no vari� sustancialmente. Gonz�lez Prada, que como
sabemos no consideraba estas cosas con criterio propia o sectariamente
socialista, busca la explicaci�n de este fracaso en la entra�a econ�mica
de la cuesti�n: "No pod�a suceder de otro modo: oficialmente se ordenaba
la explotaci�n del vencido y se ped�a humanidad y justicia a los
ejecutores de la explotaci�n; se pretend�a que humanamente se cometiera
iniquidades o equitativamente se consumaran injusticias. Para extirpar los
abusos, habr�a sido necesario abolir los repartimientos y las mitas, en
dos palabras, cambiar todo el r�gimen Colonial. Sin las faenas del indio
americano se habr�an vaciado las arcas del tesoro espa�ol"
(6). M�s
evidentes posibilidades de �xito que la pr�dica liberal ten�a, con todo,
la pr�dica religiosa. �sta apelaba al exaltado y operante catolicismo
espa�ol mientras aqu�lla intentaba hacerse escuchar del exiguo y formal
liberalismo criollo.
Pero hoy la esperanza en una soluci�n eclesi�stica es indiscutiblemente la
m�s rezagada y antihist�rica de todas. Quienes la representan no se
preocupan siquiera, como sus distantes -�tan distantes!- maestros, de
obtener una nueva declaraci�n de los derechos del indio, con adecuadas
autoridades y ordenanzas, sino de encargar al misionero la funci�n de
mediar entre el indio y el gamonal (7). La
obra que la Iglesia no pudo realizar en un orden medioeval, cuando su
capacidad espiritual e intelectual pod�a medirse por frailes como el padre
de Las Casas, �con qu� elementos contar�a para prosperar ahora? Las
misiones adventistas, bajo este aspecto, han ganado la delantera al clero
cat�lico, cuyos claustros convocan cada d�a menor suma de vocaciones de
evangelizaci�n.
El concepto de que el problema del indio es un problema de educaci�n, no
aparece sufragado ni aun por un criterio estricta y aut�nomamente
pedag�gico. La pedagog�a tiene hoy m�s en cuenta que nunca los factores
sociales y econ�micos. El pedagogo moderno sabe perfectamente que la
educaci�n no es una mera cuesti�n de escuela y m�todos did�cticos. El
medio econ�mico social condiciona inexorablemente la labor del maestro. El
gamonalismo es funda-mentalmente adverso a la educaci�n del indio: su
subsistencia tiene en el mantenimiento de la ignorancia del indio el mismo
inter�s que en el cultivo de su alcoholismo
(8). La escuela
moderna -en el supuesto de que, dentro de las circunstancias vigentes,
fuera posible multiplicarla en proporci�n a la poblaci�n escolar
campesina- es incompatible con el latifundio feudal. La mec�nica de la
servidumbre, anular�a totalmente la acci�n de la escuela, si esta misma,
por un milagro inconcebible dentro de la realidad social, consiguiera
conservar, en la atm�sfera del feudo, su pura misi�n pedag�gica. La m�s
eficiente y grandiosa ense�anza normal no podr�a operar estos milagros. La
escuela y el maestro est�n irremisiblemente condenados a desnaturalizarse
bajo la presi�n del ambiente feudal, inconciliable con la m�s elemental
concepci�n progresista o evolucio-nista de las cosas. Cuando se comprende
a medias esta verdad, se descubre la f�rmula salvadora en los internados
ind�genas. Mas la insuficiencia clamorosa de esta f�rmula se muestra en
toda su evidencia, apenas se reflexiona en el insignificante porcentaje de
la poblaci�n escolar ind�gena que resulta posible alojar en estas
escuelas.
La soluci�n pedag�gica, propugnada por muchos con perfecta buena fe, est�
ya hasta oficialmente descartada. Los educacionistas son, repito, los que
menos pueden pensar en independizarla de la realidad econ�mico-social. No
existe, pues, en la actualidad, sino como una sugesti�n vaga e informe, de
la que ning�n cuerpo y ninguna doctrina se hace responsable.
El nuevo planteamiento consiste en buscar el problema ind�gena en el
problema de la tierra.
SUMARIA REVISION HISTORICA*
La poblaci�n del Imperio Inkaico, conforme a c�lculos prudentes, no era
menor de diez millones. Hay quienes la hacen subir a doce y aun a quince
millones. La Conquista fue, ante todo, una tremenda carnicer�a. Los
conquistadores espa�oles, por su escaso n�mero, no pod�an imponer su
dominio sino aterrorizando a la poblaci�n ind�gena, en la cual produjeron
una impresi�n supersticiosa las armas y los caballos de los invasores,
mirados como seres sobrenaturales. La organizaci�n pol�tica y econ�mica de
la Colonia, que sigui� a la Conquista, no puso t�rmino al exterminio de la
raza ind�gena. El Virreinato estableci� un r�gimen de brutal explotaci�n.
La codicia de los metales preciosos, orient� la actividad econ�mica
espa�ola hacia la explotaci�n de las minas que, bajo los inkas, hab�an
sido trabajadas en muy modesta escala, en raz�n de no tener el oro y la
plata sino aplicaciones ornamentales y de ignorar los indios, que
compon�an un pueblo esencialmente agr�cola, el empleo del hierro.
Establecieron los espa�oles, para la explotaci�n de las minas y los
"obrajes", un sistema abrumador de trabajos forzados y gratuitos, que
diezm� la poblaci�n aborigen. Esta no qued� as� reducida s�lo a un estado
de servidumbre -como habr�a acontecido si los espa�oles se hubiesen
limitado a la explotaci�n de las tierras conservando el car�cter agrario
del pa�s- sino, en gran parte, a un estado de esclavitud. No faltaron
voces humanitarias y civilizadoras que asumieron ante el Rey de Espa�a la
defensa de los indios.EI padre de Las Casas sobresali� eficazmente en esta
defensa. Las Leyes de Indias se inspiraron en prop�sitos de protecci�n de
los indios, reconociendo su organizaci�n t�pica en "comunidades". Pero,
pr�cticamente, los indios continuaron a merced de una feudalidad
despiadada que destruy� la sociedad y la econom�a inkaicas, sin
sustituirlas con un orden capaz de organizar progresivamente la
producci�n. La tendencia de los espa�oles a establecerse en la Costa
ahuyent� de esta regi�n a los abor�genes a tal punto que se carec�a de
brazos para el trabajo. El Virreinato quiso resolver este problema
mediante la importaci�n de esclavos negros, gente que resulto adecuada al
clima y las fatigas de los valles o llanos c�lidos de la Costa, e
inaparente, en cambio, para el trabajo de las minas, situadas en la Sierra
fr�a. El esclavo negro reforz� la dominaci�n espa�ola que a pesar de la
despoblaci�n ind�gena, se habr�a sentido de otro modo demogr�ficamente
demasiado d�bil frente al indio, aunque sometido, hostil y enemigo. El
negro fue dedicado al servicio dom�stico y a los oficios. El blanco se
mezcl� f�cilmente con el negro, produciendo este mestizaje uno de los
tipos de poblaci�n coste�a con caracter�sticas de mayor adhesi�n a lo
espa�ol y mayor resistencia a lo ind�gena.
La Revoluci�n de la Independencia no constituy�, como se sabe, un
movimiento ind�gena. La promovieron y usufructuaron los criollos y aun los
espa�oles de las colonias. Pero aprovech� el apoyo de la masa ind�gena. Y,
adem�s, algunos indios ilustrados como Pumacahua, tuvieron en su gestaci�n
parte importante. El programa liberal de la Revoluci�n comprend�a
l�gicamente la redenci�n del indio, consecuencia autom�tica de la
aplicaci�n de sus postulados igualitarios. Y, as�, entre los primeros
actos de la Rep�blica, se contaron varias leyes y decretos favorables a
los indios. Se orden� el reparto de tierras, la abolici�n de los trabajos
gratuitos, etc.; pero no representando la revoluci�n en el Per� el
advenimiento de una nueva clase dirigente, todas estas disposiciones
quedaron s�lo escritas, faltas de gobernantes capaces de actuarlas. La
aristocracia latifundista de la Colonia, due�a del poder, conserv�
intactos sus derechos feudales sobre la tierra y, por consiguiente, sobre
el indio. Todas las disposiciones aparentemente enderezadas a protegerlo,
no han podido nada contra la feudalidad subsistente hasta hoy.
El Virreinato aparece menos culpable que la Rep�blica. Al Virreinato le
corresponde, originalmente, toda la responsabilidad de la miseria y la
depresi�n de los indios. Pero, en ese tiempo inquisitorial, una gran voz
cristiana, la de fray Bartolom� de Las Casas, defendi� vibrantemente a los
indios contra los m�todos brutales de los colonizadores. No ha habido en
la Rep�blica un defensor tan eficaz y tan porfiado de la raza aborigen.
Mientras el Virreinato era un r�gimen medioeval y extranjero, la Rep�blica
es formalmente un r�gimen peruano y liberal. Tiene, por consiguiente, la
Rep�blica deberes que no ten�a el Virreinato. A la Rep�blica le tocaba
elevar la condici�n del indio. Y contrariando este deber, la Rep�blica ha
pauperizado al indio, ha agravado su depresi�n y ha exasperado su miseria.
La Rep�blica ha significado para los indios la ascensi�n de una nueva
clase dominante que se ha apropiado sistem�ticamente de sus tierras. En
una raza de costumbre y de alma agrarias, como la raza ind�gena, este
despojo ha constituido una causa de disoluci�n material y moral. La tierra
ha sido siempre toda la alegr�a del indio. El indio ha desposado la
tierra. Siente que "la vida viene de la tierra" y vuelve a la tierra. Por
ende, el indio puede ser indiferente a todo, menos a la posesi�n de la
tierra que sus manos y su aliento labran y fecundan religiosamente. La
feudalidad criolla se ha comportado, a este respecto, m�s �vida y m�s
duramente que la feudalidad espa�ola. En general, en el encomendero
espa�ol hab�a frecuentemente algunos h�bitos nobles de se�or�o. El
encomendero criollo tiene todos los defectos del plebeyo y ninguna de las
virtudes del hidalgo. La servidumbre del indio, en suma, no ha disminuido
bajo la Rep�blica. Todas las revueltas, todas las tempestades del indio,
han sido ahogadas en sangre. A las reivindicaciones desesperadas del indio
les ha sido dada siempre una respuesta marcial. El silencio de la puna ha
guardado luego el tr�gico secreto de estas respuestas. La Rep�blica ha
restaurado, en fin, bajo el t�tulo de conscripci�n vial, el r�gimen de las
mitas.
La Rep�blica, adem�s, es responsable de haber aletargado y debilitado las
energ�as de la raza. La causa de la redenci�n del indio se convirti� bajo
la Rep�blica, en una especulaci�n demag�gica de algunos caudillos. Los
partidos criollos la inscribieron en su programa. Disminuyeron as� en los
indios la voluntad de luchar por sus reivindicaciones.
En la Sierra, la regi�n habitada principalmente por los indios, subsiste
apenas modificada en sus lineamientos, la m�s b�rbara y omnipotente
feudalidad. El dominio de la tierra coloca en manos de los gamonales, la
suerte de la raza ind�gena, ca�da en un grado extremo de depresi�n y de
ignorancia. Adem�s de la agricultura, trabajada muy primitivamente, la
Sierra peruana presenta otra actividad econ�mica: la miner�a, casi
totalmente en manos de dos grandes empresas norteamericanas. En las minas
rige el salariado; pero la paga es �nfima, la defensa de la vida del
obrero casi nula, la ley de accidentes de trabajo burlada. El sistema del
"enganche", que por medio de anticipos falaces esclaviza al obrero, coloca
a los indios a merced de estas empresas capitalistas. Es tanta la miseria
a que los condena la feudalidad agraria, que los indios encuentran
preferible, con todo, la suerte que les ofrecen las minas.
La propagaci�n en el Per� de las ideas socialistas ha tra�do como
consecuencia un fuerte movimiento de reivindicaci�n ind�gena. La nueva
generaci�n peruana siente y sabe que el progreso del Per� ser� ficticio, o
por lo menos no ser� peruano, mientras no constituya la obra y no
signifique el bienestar de la masa peruana que en sus cuatro quintas
partes es ind�gena y campesina. Este mismo movimiento se manifiesta en el
arte y en la literatura nacionales en los cuales se nota una creciente
revalorizaci�n de las formas y asuntos aut�ctonos, antes depreciados por
el predominio de un esp�ritu y una mentalidad coloniales espa�olas. La
literatura indigenista parece destinada a cumplir la misma funci�n que la
literatura "mujikista" en el per�odo pre-revolucionario ruso. Los propios
indios empiezan a dar se�ales de una nueva conciencia. Crece d�a a d�a la
articulaci�n entre los diversos n�cleos ind�genas antes incomunicados por
las enormes distancias. Inici� esta vinculaci�n, la reuni�n peri�dica de
congresos ind�genas, patrocinada por el Gobierno, pero como el car�cter de
sus reivindicaciones se hizo pronto revolucionario, fue desnaturalizada
luego con la exclusi�n de los elementos avanzados y la leva de
representaciones ap�crifas. La corriente indigenista presiona ya la acci�n
oficial. Por primera vez el Gobierno se ha visto obligado a aceptar y
proclamar puntos de vista indigenistas, dictando algunas medidas que no
tocan los intereses del gamonalismo y que resultan por esto ineficaces.
Por primera vez tambi�n el problema ind�gena, escamoteado antes por la
ret�rica de las clases dirigentes, es planteado en sus t�rminos sociales y
econ�micos, identific�ndosele ante todo con el problema de la tierra. Cada
d�a se impone, con m�s evidencia, la convicci�n de que este problema no
puede encontrar su soluci�n en una f�rmula humanitaria. No puede ser la
consecuencia de un movimiento filantr�pico. Los patronatos de caciques y
de r�bulas son una befa. Las ligas del tipo de la extinguida Asociaci�n
Pro-Ind�gena son una voz que clama en el desierto. La Asociaci�n
Pro-Ind�gena no lleg� en su tiempo a convertirse en un movimiento. Su
acci�n se redujo gradualmente a la acci�n generosa, abnegada, nobil�sima,
personal de Pedro S. Zulen y Dora Mayer. Como experimento, el de la
Asociaci�n Pro-Ind�gena sirvi� para contrastar, para medir, la
insensibilidad moral de una generaci�n y de una �poca.
La soluci�n del problema del indio tiene que ser una soluci�n social. Sus
realizadores deben ser los propios indios. Este concepto conduce a ver en
la reuni�n de los congresos ind�genas un hecho hist�rico. Los congresos
ind�genas, desvirtuados en los �ltimos a�os por el burocratismo, no
representaban todav�a un programa; pero sus primeras reuniones se�alaron
una ruta comunicando a los indios de las diversas regiones. A los indios
les falta vinculaci�n nacional. Sus protestas han sido siempre regionales.
Esto ha contribuido, en gran parte, a su abatimiento. Un pueblo de cuatro
millones de hombres, consciente de su n�mero, no desespera nunca de su
porvenir. Los mismos cuatro millones de hombres, mientras no sean sino una
masa inorg�nica, una muchedumbre dispersa, son incapaces de decidir su
rumbo hist�rico.
REFERENCIAS
1. En el pr�logo de
Tempestad en los Andes de Valc�rcel, vehemente y beligerante evangelio
indigenista, he explicado as� mi punto de vista:
"La fe en el resurgimiento ind�gena no proviene de un proceso de 'occidentalizaci�n'
material de la tierra quechua. No es la civilizaci�n, no es el alfabeto
del blanco, lo que levanta el alma del indio. Es el mito, es la idea de la
revoluci�n socialista. La esperanza ind�gena es absolutamente
revolucionaria. El mismo mito, la misma idea, son agentes decisivos del
despertar de otros viejos pueblos, de otras viejas razas en colapso:
hind�es, chinos, etc. La historia universal tiende hoy como nunca a
regirse por el mismo cuadrante. �Por qu� ha de ser el pueblo inkaico, que
construy� el m�s desarrollado y arm�nico sistema comunista, el �nico
insensible a la emoci�n mundial? La consanguinidad del movimiento
indigenista con las corrientes revolucionarias mundiales es demasiado
evidente para que precise documentarla. Yo he dicho ya que he llegado al
entendimiento y a la valorizaci�n justa de lo ind�gena por la v�a del
socialismo. El caso de Valc�rcel demuestra lo exacto de mi experiencia
personal. Hombre de diversa formaci�n intelectual, influido por sus gustos
tradicionalistas, orientado por distinto g�nero de sugestiones y estudios,
Valc�rcel resuelve pol�ticamente su indigenismo en socialismo. En este
libro nos dice, entre otras cosas, que 'el proletariado ind�gena espera su
Lenin'. No ser�a diferente el lenguaje de un marxista.
La reivindicaci�n ind�gena carece de concreci�n hist�rica mientras se
mantiene en un plano filos�fico o cultural. Para adquirirla -esto es para
adquirir realidad, corporeidad- necesita convertirse en reivindicaci�n
econ�mica y pol�tica. El socialismo nos ha ense�ado a plantear el problema
ind�gena en nuevos t�rminos. Hemos dejado de considerarlo abstractamente
como problema �tnico o moral para reconocerlo concretamente como problema
social, econ�mico y pol�tico. Y entonces lo hemos sentido, por primera
vez, esclarecido y demarcado.
Los que no han roto todav�a el cerco de su educaci�n liberal burguesa y,
coloc�ndose en una posici�n abstractista y literaria, se entretienen en
barajar los aspectos raciales del problema, olvidan que la pol�tica y, por
tanto la econom�a, lo dominan fundamentalmente. Emplean un lenguaje
seudoidealista para escamotear la realidad disimul�ndola bajo sus
atributos y consecuencias. Oponen a la dial�ctica revolucionaria un
confuso galimat�as cr�tico, conforme al cual la soluci�n del problema
ind�gena no puede partir de una reforma o hecho pol�tico porque a los
efectos inmediatos de �ste escapar�a una compleja multitud de costumbres y
vicios que s�lo pueden transformarse a trav�s de una evoluci�n lenta y
normal.
La historia, afortunadamente, resuelve todas las dudas y desvanece todos
los equ�vocos. La Conquista fue un hecho pol�tico. Interrumpi� bruscamente
el proceso aut�nomo de la naci�n quechua, pero no implic� una repentina
sustituci�n de las leyes y costumbres de los nativos por las de los
conquistadores. Sin embargo, ese hecho pol�tico abri�, en todos los
�rdenes de cosas, as� espirituales como materiales, un nuevo per�odo. El
cambio de r�gimen bast� para mudar desde sus cimientos la vida del pueblo
quechua. La Independencia fue otro hecho pol�tico. Tampoco correspondi� a
una radical transformaci�n de la estructura econ�mica y social del Per�;
pero inaugur�, no obstante, otro per�odo de nuestra historia, y si no
mejor� pr�cticamente la condici�n del ind�gena, por no haber tocado casi
la infraestructura econ�mica colonial, cambi� su situaci�n jur�dica, y
franque� el camino de su emancipaci�n pol�tica y social. Si la Rep�blica
no sigui� este camino, la responsabilidad de la omisi�n corresponde
exclusivamente a la clase que usufructu� la obra de los libertadores tan
rica potencialmente en valores y principios creadores.
El problema ind�gena no admite ya la mistificaci�n a que perpetuamente lo
ha sometido una turba de abogados y literatos, consciente o
inconscientemente mancomunados con los intereses de la casta latifundista.
La miseria moral y material de la raza ind�gena aparece demasiado
netamente como una simple consecuencia del r�gimen econ�mico y social que
sobre ella pesa desde hace siglos. Este r�gimen sucesor de la feudalidad
colonial, es el gamonalismo. Bajo su imperio, no se puede hablar
seriamente de redenci�n del indio.
El t�rmino 'gamonalismo' no designa s�lo una categor�a social y econ�mica:
la de los latifundistas o grandes propietarios agrarios. Designa todo un
fen�meno. El gamonalismo no est� representado s�lo por los gamonales
propiamente dichos. Comprende una larga jerarqu�a de funcionarios,
intermediarios, agentes, par�sitos, etc. El indio alfabeto se transforma
en un explotador de su propia raza porque se pone al servicio del
gamonalismo. El factor central del fen�meno es la hegemon�a de la gran
propiedad semifeudal en la pol�tica y el mecanismo del Estado. Por
consiguiente, es sobre este factor sobre el que se debe actuar si se
quiere atacar en su ra�z un mal del cual algunos se empe�an en no
contemplar sino las expresiones epis�dicas o subsidiarias.
Esa liquidaci�n del gamonalismo, o de la feudalidad, pod�a haber sido
realizada por la Rep�blica dentro de los principios liberales y
capitalistas. Pero por las razones que llevo ya se�aladas estos principios
no han dirigido efectiva y plenamente nuestro proceso hist�rico.
Saboteados por la propia clase encargada de aplicarlos, durante m�s de un
siglo han sido impotentes para redimir al indio de una servidumbre que
constitu�a un hecho absolutamente solidario con el de la feudalidad. No es
el caso de esperar que hoy, que estos principios est�n en crisis en el
mundo, adquieran repentinamente en el Per� una ins�lita vitalidad
creadora.
El pensamiento revolucionario, y aun el reformista, no puede ser ya
liberal sino socialista. El socialismo aparece en nuestra historia no por
una raz�n de azar, de imita-ci�n o de moda, como esp�ritus superficiales
suponen, sino como una fatalidad hist�rica. Y sucede que mientras, de un
lado, los que profesamos el socialismo propugnamos l�gica y coherentemente
la reorganizaci�n del pa�s sobre bases socialistas y -constatando que el
r�gimen econ�mico y pol�tico que combatimos se ha convertido gradualmente
en una fuerza de colonizaci�n del pa�s por los capitalismos imperialistas
extranjeros-, proclamamos que este es un instante de nuestra historia en
que no es posible ser efectivamente nacionalista y revolucionario sin ser
socialista; de otro lado no existe en el Per�, como no ha existido nunca,
una burgues�a progresista, con sentido nacional, que se profese liberal y
democr�tica y que inspire su pol�tica en los postulados de su doctrina".
2. Gonz�lez
Prada, que ya en uno de sus primeros discursos de agitador intelectual
hab�a dicho que formaban el verdadero Per� los millones de indios de los
valles andinos, en el cap�tulo "Nuestros indios" incluido en la �ltima
edici�n de Horas de Lucha, tiene juicios que lo se�alan como el
precursor de una nueva conciencia social: "Nada cambia m�s pronto ni m�s
radicalmente la psicolog�a del hombre que la propiedad: al sacudir la
esclavitud del vientre, crece en cien palmos. Con s�lo adquirir algo el
individuo asciende algunos pelda�os en la escala social, porque las clases
se reducen a grupos clasificados por el monto de la riqueza. A la inversa
del globo aerost�tico, sube m�s el que m�s pesa. Al que diga: la escuela,
resp�ndasele: la escuela y el pan. La cuesti�n del indio, m�s que
pedag�gica, es econ�mica, es social".
3. "Sostener la
condici�n econ�mica del indio -escribe Encinas- es el mejor modo de elevar
su condici�n social. Su fuerza econ�mica se encuentra en la tierra, all�
se encuentra toda su actividad. Retirarlo de la tierra es variar, profunda
y peligrosamente, ancestrales tendencias de la raza. No hay como el
trabajo de la tierra para mejorar sus condiciones econ�micas. En ninguna
otra parte, ni en ninguna otra forma puede encontrar mayor fuente de
riqueza como en la tierra" (Contribuci�n a una legislaci�n tutelar
indigena, p. 39). Encinas, en otra parte, dice: "Las instituciones
jur�dicas relativas a la propiedad tienen su origen en las necesidades
econ�micas. Nuestro C�digo Civil no est� en armon�a con los principios
econ�micos, porque es individualista en lo que se refiere a la propiedad.
La ilimitaci�n del derecho de propiedad ha creado el latifundio con
detrimento de la propiedad ind�gena. La propiedad del suelo improductivo
ha creado la enfeudaci�n de la raza y su miseria" (p. 13).
4. Gonz�lez
Prada, Horas de Lucha, 2� edici�n, "Nuestros indios".
5. Dora Mayer de
Zulen resume as� el car�cter del experimento Pro-Ind�gena: "En fr�a
concreci�n de datos pr�cticos, la Asociaci�n Pro-Ind�gena significa para
los historiadores lo que Mari�tegui supone un experimento de rescate de la
atrasada y esclavizada Raza Ind�gena por medio de un cuerpo protector
extra�o a ella, que gratuitamente y por v�as legales ha procurado servirle
como abogado en sus reclamos ante los Poderes del Estado". Pero, como
aparece en el mismo interesante balance de la Pro-Indigena, Dora Mayer
piensa que esta asociaci�n trabaj�, sobre todo, por la formaci�n de un
sentido de responsabilidad. "Dormida estaba -anota- a los cien a�os de
la emancipaci�n republicana del Per�, la conciencia de los gobernantes, la
conciencia de los gamonales, la conciencia del clero, la conciencia del
p�blico ilustrado y semiilustrado, respecto a sus obligaciones para con la
poblaci�n que no s�lo merec�a un filantr�pico rescate de vej�menes
inhumanos, sino a la cual el patriotismo peruano deb�a un resarcimiento de
honor nacional, porque la Raza Incaica hab�a descendido a escarnio de
propios y extra�os". El mejor resultado de la Pro-Ind�gena resulta sin
embargo, seg�n el leal testimonio de Dora Mayer, su influencia en el
despertar ind�gena. "Lo que era deseable que sucediera, estaba sucediendo;
que los ind�genas mismos, saliendo de la tutela de las clases ajenas
concibieran los medios de su reivindicaci�n".
6. Obra citada.
7. "S�lo el
misionero -escribe el se�or Jos� Le�n y Bueno, uno de los l�deres de la
'Acci�n Social de la Juventud'- puede redimir y restituir al indio. Siendo
el intermedia-rio incansable entre el gamonal y el colono, entre el
latifundista y el comunero, evitando las arbitrariedades del Gobernador
que obedece sobre todo al inter�s pol�tico del cacique criollo; explicando
con sencillez la lecci�n objetiva de la naturaleza e interpretando la vida
en su fatalidad y en su libertad; condenando el desborde sensual de las
muchedumbres en las fiestas; segando la incontinencia en sus mismas
fuentes y revelando a la raza su misi�n excelsa, puede devolver al Per� su
unidad, su dignidad y su fuerza" (Bolet�n de la A. S. J., Mayo de
1928).
8. Es demasiado
sabido que la producci�n -y tambi�n el contrabando- de aguardiente de
ca�a, constituye uno de los m�s lucrativos negocios de los hacendados de
la Sierra. Aun los de la Costa, explotan en cierta escala este fil�n. El
alcoholismo del pe�n y del colono resulta indispensable a la prosperidad
de nuestra gran propiedad agr�cola.
* Esta "Sumaria
revisi�n hist�rica" fue escrita por J.C.M. a pedido de la Agencia Tass
de Nueva York, traducida y publicada en la revista The Nation (Vol.
128. 16 enero de 1929, con el t�tulo "The New Peru"). Reproducida en
Labor (A�o I, N� 1, 1928) con el t�tulo "Sobre el problema ind�gena.
Sumaria revisi�n hist�rica", fue precedida por una Nota de Redacci�n,
escrita por el autor, en la que se�ala que estos apuntes "complementan en
cierta forma el cap�tulo sobre el problema del indio de Siete ensayos
de interpretaci�n la realidad peruana". Por este motivo los hemos
agregado al presente ensayo (Nota de los Editores).
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