LA CREACI�N HEROICA DE JOS� CARLOS MARI�TEGUI | ||
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CAPITULO II
EL ALMA DE UN NI�O EN BUSCA DE DIOS
Y el infortunado Jos� Carlos, el segundo de los tres hermanos que sobreviven, ver� conturbada su infancia por la enfermedad y la desdicha. El organismo desgastado de la madre, por el trabajo agobiante y por la anemia aniquiladora, se ha de proyectar en el ni�o que desde el claustro materno habr�a padecido de inanici�n y, por ende, de una defectuosa formaci�n biol�gica, Mari�tegui nace, pues, como la mayor�a de los infantes humildes, raqu�tico y endeble. A medida que crece, corno es obvio, se agravan en �l las deficiencias org�nicas y termina siendo v�ctima de una cruel enfermedad (22). Ala edad de seis a�os, cuando todo lo que le rodea era triste y mis�rrimo, empieza a manifestarse en Jos� Carlos los s�ntomas de profunda debilidad. Qu�jase de fatiga, fiebre y dolores. Entonces la madre afligida por esta desventura e incierta situaci�n decide abandonar Lima. Y retorna a Huacho, por breve tiempo, llevando consigo los pocos bienes que le quedan -tras de haber subastado los dem�s por exigua suma de dinero. Otra vez regresa a la poblaci�n norte�a, al lado de sus familiares: Candelaria Ballejos y Juan La Chira -su madre y hermano menor- en un desesperado esfuerzo por prodigarle al ni�o abatido un mejor clima y mayores posibilidades de recuperaci�n. El cambio de atm�sfera, aparentemente, le hace bien a Jos� Carlos pero no detiene la incubaci�n de su mal, que sigue sin presentar, aparte de la calentura intermitente, ning�n indicio m�s o menos alarmante. Entre tanto Amalia, mujer de extraordinario empe�o y car�cter, a poco de su arribo a Huacho, sale a la calle para conseguir los medios necesarios de subsistencia que le permitan vivir a ella y a los suyos. Afortunadamente la familia La Chira gozaba de confianza en el lugar, ganada por su laboriosidad en el taller de talabarter�a que regentan en una de las arterias principales de la peque�a poblaci�n. Bien sabemos que Amalia estuvo trabajando all� luego de emigrar de Say�n. Por esta raz�n no le fue dif�cil recuperar su antigua clientela y reiniciar las faenas propias de su oficio de costurera. De este modo no le result� complicado ganarse la vida, aunque a decir verdad la paga era insignificante y apenas alcanzaba para cubrir los gastos del hogar. Todo lo sobrellevaba Amalia teniendo muy pr�ximo a Dios. Cada ma�ana, casi empezada el alba, se le ve�a presurosa acudir a misa y, m�s tarde, entrada la noche, tras las agotadoras tareas del d�a, se daba tiempo para musitar sus plegarias encomendando a los suyos y solicitando un soplo m�s de vida, no en provecho de s� misma sino de los dem�s confiados a su amparo. Mas por un per�odo corto ha de disfrutar esta sufrida mujer la satisfacci�n de ver a su hijo -de aspecto fr�gil y tez p�lida- mejor de salud, y de que �ste goce de las inquietudes propias de la ni�ez: la acci�n y el juego. Llegada la edad escolar (1901), Jos� Carlos y su hermano menor, Julio C�sar, son matriculados en la Escuela del barrio, ubicada en la calle Malambo (hoy avenida 28 de Julio n�m. 135), cercana a la casa, cuyo director es don Francisco Javier Garc�a, reputado maestro (23). Un a�o antes, los dos Mari�tegui aprendieron a leer bajo el cuidado de Guillermina, la hermana mayor. De manera que cuan. do ingresan al plantel ya saben hasta escribir. Era pues exigencia que los ni�os se inscribieran en la escuela cuando sab�an leer y escribir. La escuela le habr� de ense�ar, entre sus asignaturas: texto elemental de lectura, geograf�a universal, nociones de aritm�tica, catecismo, caligraf�a, etc. As� empieza para Jos� Carlos su primera experiencia social. Por esa �poca, el peque�o Mari�tegui se entreten�a con los figurines franceses que empleaba su madre de modelo para confeccionar los vestidos de sus clientes. Guillermina, que contaba con diecisiete a�os de edad, era la encargada de llevar y traer a los chicos al plantel y, tambi�n, atenderlos dentro de la casa. Cierto domingo correspondiente a la estaci�n veraniega de 1902, la hermana de regreso de un paseo con Jos� Carlos, le sorprendi� un inusitado gent�o, a su paso, por el Club Uni�n de Huacho; se acerc� con curiosidad al local, y, desde afuera, pudo observar el desarrollo de buena parte de la actuaci�n literaria, preparada en homenaje a Jos� Santos Chocano (1875-1934), quien se hallaba de visita en Huacho (24). Mientras tanto, Jos� Carlos tomado de la mano de Guillermina, no fue ajeno a la inquietud de �sta, escuch� con fervor los versos recitados por el vate. Le impresion� su figura y, sobre todo, los grandes mostachos que llevaba. Y cuando la hermana, luego de haber escudri�ado el ambiente, quiso proseguir su camino, el ni�o la retuvo suplicante. No quer�a dejar de escuchar al poeta. Aquel muchacho de ojos profundos y oscuros memoriz�, en forma admirable, algunas estrofas del poemario que declamara Chocano. Ya en el hogar Guillermina le cont� a Amalia el suceso que hubo de retrasar su llegada, mencion�ndole el nombre del Cantor de Am�rica. Amalia con este motivo, explic� a la hija el parentesco que ten�a el citado poeta con su comadre, la se�orita Carmen Chocano -madrina precisamente de Jos� Carlos- de quien hac�a varios a�os fueran hu�spedes en Moquegua. Lugar, por otra parte, donde naciera Mari�tegui. La presencia de Jos� Santos Chocano en Huacho obedec�a a que era casado con la se�ora Consuelo Berm�dez, natural de esta poblaci�n. El bardo frisaba a la saz�n con veintisiete a�os de edad. Meses m�s tarde (1902) de este acontecimiento provinciano, originado por la visita de un poeta a una peque�a. ciudad, el ni�o Mari�tegui, enfervorizado por los versos de Chocano, fue v�ctima de un percance �al comienzo de los primeros d�as de octubre- que constituye el accidente revelador de la enfermedad que, desde hac�a poco, ven�a minando el cuerpo enteco de Jos� Carlos, y que, de una u otra manera, habr�a de hacer crisis en el devenir del tiempo. Corre la versi�n en torno a este asunto de que, su condisc�pulo y amigo de la infancia, Jos� Marcenaro Bisso, jugando con Mari�tegui en la escuela, a la hora de recreo, a las carreras y a los empujones resbalan y caen los fr�giles cuerpos de ambos colegiales sobre el patio empedrado, provocando dicha ca�da aparatosa en Jos� Carlos, una hematoma en la pierna izquierda (a la altura de la rodilla) y con ello un dolor agudo y, despu�s, la cojera (25) que ha de padecer de por vida. Alarmado el director y los dem�s escolares, acuden en auxilio del ni�o herido que no ha logrado ponerse en pie; lo rodean y profundamente conmovidos se advierte en ellos el desconcierto de no saber c�mo contribuir a aliviar el padecimiento de su compa�ero maltrecho. Mas �ste sigue desfallecido y ausente de todo cuanto lo circunda. S�lo la presencia de la madre en el lugar del suceso, reanima un poco al chico. En tal trance de dolor a Amalia se le escapa un sollozo incontenible. Seguidamente, dirigi�ndose al hijo, exclama: -Jos�, � qu� ha pasado? El ni�o parece responder, cesando de quejarse. La madre lo toma entre sus brazos, apret�ndolo contra su cuerpo con ternura. Mientras la hermana al pie del accidentado, no menos impresionada e impaciente, enjuga las l�grimas y la humedad de la frente del peque�o ser inanimado. El ni�o envuelto en su silencio y absorto en su paz interior, se deja conducir sin una queja en los brazos maternales. Las dos mujeres angustiadas y sin poder articular palabras se abren paso entre los espectadores infantiles para dirigirse, apresuradamente, hacia el consultorio del M�dico Titular de Huacho, Dr. Abel de Matto. Este despu�s de auscultar y examinar al ni�o doliente y de prestarle los primeros auxilios, dispone su traslado a Lima donde deber� ser internado en un hospital a fin de ser sometido a una intervenci�n quir�rgica de urgencia. Apenas queda tiempo para cumplir con la indicaci�n del facultativo. Pero antes hay que contar con los fondos indispensables para sufragar el viaje y los gastos en la Capital. Amalia busca la ayuda entre su clientela, la cual le proporciona dinero con el objeto de aliviar su precaria situaci�n econ�mica. Entonces, l�a su equipaje y se embarca en el primer barco con destino al puerto del Callao. El hijo, con la pierna hinchada, consumido por la fiebre y la fatiga se revuelve en su dolor. Entre tanto, la madre, que no pod�a dejar de llorar, aferrada al ser supremo, reza para que se acorte la distancia y la salvaci�n de Jos� Carlos. Es aqu�, en este trance aflictivo, cuando debi� el alma del ni�o partir en busca de Dios. Y no pod�a darse otra alternativa en la sufriente criatura, dada la necesidad de Dios para conjurar su mal y que pone de manifiesto a trav�s de sus balbucientes plegarias. Lo curioso es que m�s tarde Jos� Carlos repetir� lo que dijera Isaac Newton: "lo que importa no es estar cerca de Dios, sino estar en camino de Dios". Restituida a la Capital con el enfermo, vemos a la atribulada Amalia esforzarse por conseguir la hospitalizaci�n del ni�o. Busca gr�vida de ansiedad entre las personas que conoce en Lima, quien podr�a ayudarla en tal desventura. Y el amparo no se hace aguardar. Pues ella acude presurosa donde sus antiguos patrones, los se�ores Elio Magot y Valery Gondonneau, propietarios de la sastrer�a para caballeros y se�oras "Maison Roddy", ubicada en la calle Baqu�jano n�m. 258 7 Miner�a, en la cual trabajara durante su anterior permanencia en Lima. Los modistos galos -miembros de la Sociedad Francesa de Beneficencia- compadecidos del relato de la humilde costurera deciden gestionar directamente ante el Presidente de la Instituci�n, se�or Alfonso Bernos, un cuarto en la cl�nica para alojar a Jos� Carlos con todas las facilidades del caso a fin de que pueda internarse y recuperar su quebrantada salud en el menor tiempo posible (26). La petici�n fue acogida por la entidad ben�fica. As� el ni�o, abatido por la fiebre y acongojado por los dolores a la pierna, es llevado a la Maison de Sant�, cl�nica m�dico-quir�rgica, situada en el jir�n Mapiri (hoy Miguel Aljov�n n�m. 208) que fuera fundada por la Sociedad de Beneficencia. All� se hace cargo del paciente el Dr. F�lix Larr�, cirujano-traumat�logo, quien hac�a apenas un a�o (1901) arribara al Per�, procedente de Francia. En esa casa de salud le habr�n de prodigar atenciones a Mari�tegui las Reverendas Madres de San Jos� de Cluny, Honorine Barthelemy, Superiora del Nosocomio, e Ignacia L'Emeillat, encargada de la Sala de operaciones y esterilizaci�n (27). Luego de la intervenci�n quir�rgica, el enfermo con actitud resignada ha de permanecer cerca de cuatro meses (de octubre de 1902 a febrero de 1903) alojado en el cuarto n�m. 15 para su tratamiento (28), en espera de que se produjera el anquilosamiento de la pierna izquierda. El M�dico le advertir� a Amalia que su hijo cojear� de por vida. Es as� como el mundo para Mari�tegui habr�a de quedar reducido a una peque�a habitaci�n y a la cama que ocupa. Confinado en la soledad de este espacio, detectar� los ta�idos de la vieja campana del templo de Guadalupe, cercano a la cl�nica, a la hora del �ngelus. Se recrear� observando las variaciones de la luz durante el di y la noche. Y dispondr� de tiempo, para contemplar el crucifijo que pende de una de las paredes del cuarto con sus milagros y las flores que renovaba diariamente su madre. En fin, so�ar� despierto y con los ojos abiertos en impaciente empe�o por detener las im�genes primorosas. Jos� Carlos ha de experimentar el m�s pat�tico encierro conforme se avecina la noche y con ella el silencio abismal. S�lo uno que otro d�a, cuando se lo permit�an las ocupaciones dom�sticas, la abuela materna de origen campesino pasaba largas horas sentada cerca del peque�o paciente, prodig�ndole ternura para dulcificar su ni�ez. La madre por sus actividades cotidianas no pod�a volver temprano. Los otros enfermos de la cl�nica, la mayor�a de los cuales eran de nacionalidad francesa, al conocer la situaci�n del ni�o, se hicieron amigos de �ste y deciden distraerlo, sobre todo, cuando los parientes se retrasan en llegar al lecho de Mari�tegui. En tales circunstancias el peque�o, con sus ojos brillantes y llenos de bondad, se entretiene y a la vez queda cautivado al escuchar las historias alucinantes de estos hombres rudos y sobrevivientes de riesgosas aventuras, que convalecen cerca de �l. Por algo eran paisanos de Pierre Loti. Esta forma de trasmitir parte del acervo cultural (creencias, mitos y leyendas), viene a reemplazar en el chico los juegos propios de su edad. Los familiares por su parte, entre ellos la abuela materna y el t�o Juan, se revelan como incansables narradores de consejas y tradiciones lugare�as a trav�s de las cuales trasuntan el sentimiento pante�sta de la tierra y un sin n�mero de supersticiones ind�genas, compitiendo con los vagabundos galos en hacer pasar ratos agradables al paciente de ingenuidad candorosa, que yace inmovilizado en una cama por prescripci�n m�dica. Todav�a resta se�alar que encari�adas las religiosas con el enfermo, le recitan versos de car�cter m�stico y le hacen representaciones legendarias. Adem�s, en otros momentos, le cuentan la vida de los Santos de la Iglesia y sus milagros. Esta realidad que lo circunda y lo penetra haci�ndole aprender la vida social, tiene un profundo influjo en su alma infantil y adem�s de alentar la imaginaci�n del enfermo desarrolla en �l la capacidad de escuchar, o sea "la antesala del pensar". Rep�rese que los narradores ofrecen tres visiones completamente definidas: una dig�mosle as�, representa la dimensi�n localista (los familiares); otra, la cosmopolita (los amigos franceses); y, finalmente, la m�stica y religiosa (proveniente de las monjas de San Jos� de Cluny). Pero tales im�genes de la vida y las costumbres de los pueblos y sus moradores -me refiero a las que le transmiten los allegados y amigos del ni�o Mari�tegui- al par que completan su idea del mundo, en distintas �pocas, tienen una funci�n educadora porque ayudan a desarrollar su imaginaci�n. Dir�amos por otra parte, que estas revelaciones con acentuado car�cter humanista, respond�an a una intensa necesidad del alma del ni�o. En conjunto estos tres elementos formativos influyen sobre Jos� Carlos. As� cuando le toca vivir y conocer el mundo empieza �ste a diferenciar, en cierta forma, la fantas�a de la realidad. Despu�s cuando qu�dase solo en el cuarto de la cl�nica aguardando con vehemencia el d�a siguiente, para continuar deleit�ndose con la conversaci�n de sus acompa�antes, el peque�o medita sobre los diversos temas que van estimulando su curiosidad universal. Igualmente, su vida interior se enriquece con las im�genes m�ltiples, abstractas o concretas que le hacen conocer sus parientes y amistades ocasionales. Alejado de la vida activa, por el impedimento que le aqueja, se entrega a la reflexi�n. Uno de aquellos d�as de reposo, que pasa en el nosocomio, queda gratamente impresionado al escuchar de labios de su t�o Juan, la historia de Luis Pardo (1872-1909) a quien se le motejaba de "bandolero rom�ntico" por su amor a los despose�dos. Este discutido personaje ten�a como campo para sus correr�as, justamente por aquella �poca, las poblaciones y haciendas aleda�as a la l�nea divisoria entre los departamentos de Ancash y Lima. Refer�a con animaci�n el t�o Juan, no sin dejar de traslucir, desde luego, su viva simpat�a por Pardo, que pose�do de cierta dosis de sensibilidad social despojaba a los se�ores poderosos -de Chiqui�n, Huacho y Say�n- de su dinero para cederlo a los pobres campesinos. Asimismo agregaba el relator, que el mencionado Pardo hubo de vengar la muerte de su padre: don Pedro Pardo, propietario del fundo "Pancal", injustamente asesinado. El ni�o, desde el fondo de su lecho y muy quedo, segu�a con avidez y embelesado la charla del pariente, en parte real y en parte leyenda. Parec�a trasladarse al lugar de los hechos, que lograba vivir en esp�ritu. Los veteranos franceses rebosantes de aventuras y peripecias haza�osas, que las m�s de las veces llegaban por el cuarto de Mari�tegui para hacerle compa��a y conversar con �l acerca de la Patria lejana y sobre sus correr�as mundanas, dieron vivas muestras de inter�s por saber el paradero de Pardo, ya que por aquellos d�as, la gendarmer�a al par que lo buscaba con tes�n, le iba cerrando el cerco al protector de los desvalidos. El t�o Juan satisfac�a la preocupaci�n de los galos, dici�ndoles que ser�a muy dif�cil su captura. Jos� Carlos, que no perd�a ning�n gesto ni palabra del pariente y que escuchaba con delectaci�n, se alegraba de la respuesta parcializada, y llegaba hasta batir las palmas, animado de entusiasmo. As� empieza a revelar su, indignaci�n contra la injusticia social. Pardo, pues, se hab�a convertido en un h�roe legendario para los humildes. Mientras tanto, all� lejos entre los l�mites de la costa con la sierra norte�a, el "bandolero rom�ntico" continuaba realizando su tarea de justicia social. Siete a�os m�s tarde (1909) Luis Pardo, asediado por la polic�a y en un intento por burlar a sus perseguidores para no caer en sus manos, habr� de tomar la determinaci�n de poner fin a su vida, arroj�ndose al abismo. Desde aquel momento, los desheredados han de quedarse s�lo con el recuerdo y la leyenda de tales proezas. Paralelamente con la descripci�n de estos hechos quim�ricos, matizaba la charla el t�o Juan, trayendo a colaci�n las faenas de los ind�genas en los ca�averales y campos algodonales. Tambi�n abarcaba �ste el tema de. la explotaci�n y servidumbre que soportaban los trabajadores rurales por parte de los caporales y due�os de pertenencias en la zona norte coste�a. Todos estos relatos, no exentos de patetismo, los hac�a con amenidad y gracia. Se supone que esta clase de narraciones m�ticas y de vivencias en las cuales hubo de citarse repetidamente las relaciones de los padres con los hijos inducen a inquirir a Jos� Carlos por la existencia de su progenitor, quien a la saz�n se encontraba laborando en tareas agr�colas por la regi�n del norte, en el lugar llamado caleta del Santa. A decir verdad, �ste no daba se�ales de recordar a sus hijos. Se advierte eso s�, que Amalia hac�a todo lo posible para que los ni�os no tuvieran ninguna relaci�n con la figura de su padre. T�ngase en cuenta que, aparte de los agravios inferidos a la estabilidad hogare�a por aqu�l, pesaba sobre su c�nyuge el temor de un acercamiento de sus v�stagos con el descendiente de un "hereje". Pues recordemos que era el marido de Amalia nieto del insigne liberal don Francisco Javier Mari�tegui y Teller�a condenado por la Iglesia, instituci�n convertida en refugio y apoyo para esta mujer tan maltratada por las desdichas. Quer�a, despu�s de todo, preservar a los suyos. Ella atribu�a, la conducta de Javier -su esposo- a la herencia atea. De vez en cuando el chico, delgaducho y un poco trist�n, escuchaba de labios de la madre en�rgicas expresiones en contra de su progenitor. As�, pues, ante aqu�lla sent�a el ni�o la angustia de interrogar sin respuesta. Es probable que Jos� Carlos, no obstante la diatriba maternal o la pregunta sin contestaci�n, buscara el ideal de su vida en el padre a quien empieza a echar de menos y a figurarse c�mo ser�a en la realidad. Despu�s de repensar en el problema, se pregunta a si mismo �por qu� no vivir� al lado de ellos, su progenitor? Sabe que proviene de los Mari�tegui, gente influyente y de elevada posici�n social, pero ignora el parentesco directo. As� esta inquieta criatura, sin infancia, va obteniendo su propia versi�n del universo o circunstancia que le rodea y lo insta a penetrar en el complejo problema familiar y en la sociedad de su tiempo. Al no encontrar Mari�tegui en la madre la explicaci�n adecuada sobre la vida del padre y, antes bien, s� palabras de vituperio contra �l, se produce un distanciamiento entre el ni�o y su madre. El car�cter extra�o de �sta se volvi� a�n m�s incomprensible para aqu�l conforme fue creciendo. Las prolongadas lecturas y la solicitud maternal de la hermana Guillermina evitan en cierto modo un mayor contacto de Jos� Carlos con aquella sufrida mujer. El muchacho se vio obligado a mantener con cierta vaguedad un buen recuerdo de su padre, a quien s�lo conoci� de muy ni�o (cuando ten�a dos o tres a�os de edad). Ahora bien, la persistencia de la imagen paterna en Jos� Carlos puede responder, ante todo, a la impresi�n causada sobre su esp�ritu por los relatos. As� tenemos que en el caso de Luis Pardo lo conmueve el hecho de que �ste trate de vengar la muerte de su ascendiente, victimado con alevos�a. Desde que escuchara tan infausto suceso, procura saber los pormenores de la vida paterna. Le obsesiona la idea de que quiz�s le est� reservado a �l igual actitud de desquite. Mari�tegui s�lo tiene la noticia, proveniente de su madre, de que aqu�l muri� lejos de los suyos, y de que no existe el menor rastro donde pas� sus �ltimos d�as. Confesi�n, por cierto, que no le satisface. Al contrario, lo impulsa a indagar por el ausente con m�s obstinaci�n. Amalia no pudo impedir que su propio hermano Juan, en el cual Jos� Carlos hall� un refugio cari�oso para sus desahogos y un compa�ero comprensivo, le ofreciera a su hijo categ�ricos indicios sobre el padre. Y bien, el t�o furtivamente le habla de su progenitor (29). Le dice que era un tanto arist�crata y apuesto, y que siempre sol�a usar las mejores cabalgaduras en Say�n donde entablara relaciones amorosas con Amalia. Esta revelaci�n lo hace pensar en cierto origen de nobleza y por tal campo de la fantas�a deviene su tendencia al mito heroico. Asimismo descubre que no estaba desamparado, que no era el hijo de una humilde familia an�nima como aparentemente se presentaba su caso. La vida para el ni�o empieza a dividirse en dos partes heterog�neas: antes y despu�s de las declaraciones del t�o Juan. Mari�tegui lleva, desde entonces, dentro de s� este drama. Esta crisis original que aparece dentro de �l en forma misteriosa e indescifrable, lo vuelve ambivalente. Empieza la coexistencia de dos mundos en su vida: el de su progenitor y el de la autora de sus d�as, completamente opuesta. Tal situaci�n, producto de la ambivalencia, habr� de prolongarse hasta su etapa juvenil. Debemos comprender que al sentirse Jos� Carlos un ser inv�lido e impedido de una mayor actividad f�sica trata de compensar esta deficiencia estimulando su imaginaci�n, lo que lo conduce a una exagerada propensi�n al ensue�o. Resulta conveniente se�alar que el ni�o ha de estar influido por la madre en lo que ata�e a su formaci�n. Aunque a decir verdad �sta no se hallaba dotada culturalmente, de ah� que no tuviera ninguna influencia en el desarrollo intelectual del hijo. S�lo le interesaba cuidar la fe religiosa, la salud y los problemas dom�sticos de Jos� Carlos. Cumplidos los tres meses y medio (105 d�as) de internamiento en la cl�nica, Mari�tegui, al obtener su alta, trasl�dase a su casa ubicada en la calle Le�n de Andrade n�m. 548. Era �sta una vetusta casona lime�a en estado ruinoso, de largos pasillos, donde el ni�o y su familia habr�n de ominar unas habitaciones oscuras y h�medas; y en cuyo interior estaban dispuestos algunos muebles lamidos y varios cachivaches. En este lugar, un tanto insalubre y falto de luz y comodidades, ha de continuar el enfermo inmovilizado cerca de dos a�os por indicaci�n m�dica. Durante esta larga convalecencia y quietud, privado de la alegr�a de ver el sol y de participar en los juegos violentos, propios de la ni�ez, se habr� de producir el atrofiamiento definitivo de su pierna. Mari�tegui hubo de dejar, como es natural, con nostalgia la compa��a de las religiosas de San Jos� de Cluny que administraban el hospital y de sus amigos franceses. Indudablemente que de esta �poca -desde un cuarto y sobre una cama- no ha de quedar en �l ning�n sentimiento de amargura o de odio, sino un residuo de ternura y de contagiosa humanidad para quienes como �l -un ni�o pobre y carente de recursos- empieza a buscar en s� mismo las fuerzas de salvaci�n. Se nota la importancia que adquieren en su vida los tres principales hechos o ingredientes, trasmitidos por las personas que lo rodearon en esa Casa de salud: en primer lugar, una mayor acentuaci�n en su formaci�n religiosa; en segundo, atisbos del problema social; y en tercer lugar, una breve visi�n del universo. Todo ello proveniente de la trilog�a de narradores a que hemos hecho menci�n: los familiares mestizos, los pacientes franceses en v�as de recuperaci�n y las religiosas. Dentro de esta atm�sfera en la cual se agrandan las dimensiones de su peque�o mundo, se va formando su esp�ritu con una nueva imagen del hombre y su circunstancia. Luego quedan de lado los relatos, para ser reemplazados por otras formas de comunicaci�n. El ni�o comienza a leer por s� mismo, respondiendo a mayores exigencias espirituales. Y pronto tendremos a �ste en el empe�o de alternar el estudio del franc�s como autodidacta con la tarea de escribir peque�os art�culos y poemas para expresar sus inquietudes m�sticas y religiosas (30). El binomio poes�a y religi�n se convierte en un refugio para Jos� Carlos, o si se quiere en una v�lvula de escape para su incertidumbre y duda. Los sufrimientos descritos refuerzan sus convicciones religiosas. Y su misticismo es producto del ambiente en que vive rodeado de exaltaci�n de la fe. La pr�ctica religiosa para los Mari�tegui es sentida y vivida intensamente por todos. As� iban adquiriendo el conocimiento propio y del mundo los peque�os Mari�tegui, en el �ntimo ambiente familiar. Pero, sin embargo, durante esta etapa ha de confrontar Jos� Carlos la indecisi�n entre seguir -como observaremos en los cap�tulos siguientes el ejemplo de su progenitor o el de su madre. Entre estos polos completamente diferentes y antag�nicos, ha de girar. De manera que el padre y la madre, quienes viven cada cual su incomprensi�n, concurren a determinar el destino de su hijo y a fijar los rasgos de su esp�ritu . Por esos a�os Jos� Carlos, aislado de amigos de su edad y reducido casi a una vida mon�stica, revela su afici�n por la lectura -aunque lee desordenadamente- y la soledad, campo este �ltimo grato para sus cavilaciones sobre el mundo que ha descubierto en la habitaci�n cerrada de una cl�nica, en contacto con gente adulta y avezada en la experiencia de la vida, habr� de prolongarse tambi�n al humilde cuartucho de su casa en Le�n de Andrade. Ahora que la enfermedad le permite disponer de tiempo, lee apasionadamente libro tras libro, sin tener quien le gu�e en sus lecturas. De esta �poca data su modo lento de leer y la costumbre de recurrir a consultar la misma obra, lo cual le va a hacer adquirir el sentido cr�tico que existir� despu�s en �l. Otra particularidad que se da en Jos� Carlos, es que no lee lo f�cil y agradable pues siempre tiene ante s� lo que pudi�ramos llamar libros complicados o sea de dificultosa interpretaci�n. Poco a poco aprende Mari�tegui a seleccionar sus autores. Y as� llega a frecuentar el Antiguo y Nuevo Testamento y algunas obras cl�sicas provenientes de bibliotecas particulares. Entre estas publicaciones escoge un buen n�mero de las relacionadas con temas de mitos heroicos: las historias de Mois�s, R�mulo, Jes�s, Sigfrido, El Cid Campeador, etc. (31). La predilecci�n que manifiesta nuestro biografiado por la lectura lindaba con el culto a los h�roes. Por entonces le es posible descubrir cierta identificaci�n de su propio caso con la vida de estos personajes fabulosos, especialmente en lo que respecta a los primeros a�os de su existencia. Su afici�n por la lectura era asombrosa. Traemos a colaci�n el testimonio referido por Amalia (32), seg�n el cual el ni�o cuando no pod�a utilizar la luz del d�a para leer, recurr�a entrada la noche a la del alumbrado p�blico; uno de cuyos focos resplandecientes, se filtraba por la ventana de su dormitorio que colindaba con la calle. Pero todo era soportable para el muchacho enfermizo cuando se trataba de vivir el mundo deseado por �l. En ese tiempo, la familia no pod�a materialmente disponer de los medios suficientes como para poder adquirir un lampar�n. La atm�sfera familiar era sumamente triste y estrecha. Era la �poca en que la hermana Guillermina se pasaba en la cabecera de la alcoba de Jos� Carlos prolongados momentos, leyendo a la luz de una vela de esperma las p�ginas de los libros que se�alaba de antemano el ni�o inmovilizado y so�ador. Aqu� es conveniente advertir, que no val�an las protestas de Guillermina cuando el chico le hac�a releer el material de lectura. Ella, por otra parte, contribuye por esos d�as a estimular en su peque�o hermano la preocupaci�n por la poes�a; le ense�a y le hace repetir de memoria los versos de su preferencia y que guardaba celosamente. Observemos como Mari�tegui habr� de vivir los primeros a�os en un aut�ntico r�gimen de matriarcado. Su infancia transcurrir� al lado de su madre, de su abuela y de su hermana; s�lo de vez en cuando se har� presente el t�o Juan, por la casa de Le�n de Andrade, debido a que �ste resid�a habitualmente en Huacho. Ocurre que m�s adelante, cuando el m�dico Larr� dispone que puede levantarse de la cama, Mari�tegui camina cojeando fuertemente. Ha quedado cojo para el resto de su vida. Y debido a su salud precaria no puede seguir en la escuela. Despu�s de todo, apenas logr� terminar el primer a�o de primaria y empezar parte del segundo. Era, pues, casi nula su instrucci�n. Recordemos que, precisamente, en este nivel de estudios le sobrevino el accidente. A partir de tan lamentable suceso, sus mejores maestros fueron los hechos y las personas vivientes. Jos� Carlos se convierte en un autodidacta, todo lo aprende por s� mismo, lo cual exige un esfuerzo personal de b�squeda y asimilaci�n. As�, sin la ayuda de la escuela primaria, habr� de desarrollar sus facultades y despu�s de descubrirse, descubre en el mundo que vive. Justamente por aquella �poca -primeros a�os del siglo actual- empieza Mari�tegui a acompa�ar a su madre a las casas particulares donde presta sus servicios como costurera. Y mientras Amalia se dedica a los menesteres de su habilidad manual, el ni�o suplicaba a los patrones de aqu�lla que le proporcionaran libros y revistas para leer. As� mientras por un lado, se daba el caso de que los hijos de las familias donde trabajaba su madre, se entregaban a sus juegos y risas infantiles, por otro, Jos� Carlos sentado en un rinc�n de la residencia, con la activa quietud de voluntario apartamiento, devoraba las obras sin importarle la algarab�a de los ni�os de su edad, que corr�an a su alrededor. Era muy raro que un muchacho de tan cortos a�os revelara tal afici�n por la lectura. Amalia al respecto, ha contado que su hijo ten�a manifestaciones de un hombre maduro (33). Era incapaz de soportar la fatiga de los juegos m�s sencillos. Volvamos a sus afanes de lector. Siempre dispon�a Mari�tegui, merced a las gestiones de la mam�, de un c�mulo de lecturas nuevas. As� lleg� a sus manos el primer n�mero de la revista "Prisma" (34), acabada de salir de la estampa (10 de agosto de 1905). All� entra en relaci�n con la poes�a de Luis Benjam�n Cisneros, Charles Baudelaire, Rufino Blanco Fombona, J. S. Chocano, Francisco Villaespesa, Juan de Dios Peza, Carlos Roxlo, Rub�n Dar�o, Jos� Mart� y, sobre todo, con Amado Nervo, el "poeta m�stico", por quien se deja seducir, a tal punto que deviene en su vate favorito. Se apasiona tambi�n por la lectura de los cuentos de Manuel Beingolea, Guy de Maupassant, Anatole Franca, Emilia Pardo Baz�n. Y se solaza con las cr�nicas de Enrique G�mez Carrillo y de los hermanos Garc�a Calder�n. A veces Guillermina, tan so�adora como su hermano Jos� Carlos, interrumpe a �ste cuando lee con avidez en el hogar, para sorpresivamente presentarse luciendo un costoso vestido -de �ltima moda- reci�n terminado por la madre por encargo de algunas de sus clientes afortunadas. La jovencita Mari�tegui contorne�ndose con gracia y. soltura y tratando de imitar a la poseedora de la elegante ropa, sosten�a un mon�logo con voz afectada y conclu�a delante de un espejo. Jos� Carlos, sin cerrar el libro que reten�a entre las manos, segu�a con detenimiento la representaci�n casera y no pudiendo soportar por m�s tiempo la risa, re�a y solicitaba a la hermana repetici�n del n�mero. Entonces �sta, vuelta a la realidad, se lamentaba de no poder tener un vestido parecido, no obstante que ella y su madre lo confeccionaban. Semejante demanda de pronto quedaba paralizada, por el temor de que llegara Amalia de un momento a otro o por el "yo acuso" del hermano menor, Julio C�sar, quien agazapado desde un lugar no muy distante espiaba la escena. Quiz�s si aqu� se debieron nublar los ojos de aquel humilde hijo de la costurera, en un arranque de descontento por la pobreza hogare�a que limitaba las aspiraciones juveniles de Guillermina, anidando en su coraz�n las primeras manifestaciones de rebeld�a: Guillermina por esa fecha (1905) estaba de novia con el joven Modesto A. Cavero (1881-1938), oficial del Ej�rcito. Era costumbre que los enamorados aunque estuvieran comprometidos y con plazo pr�ximo para casarse no pudieran verse diariamente. Y cuando lo hac�an ten�an que estar en compa��a de un tercero, es decir en presencia de un familiar. Siendo as�, Jos� Carlos hubo de encargarse de la vigilancia de los pretendientes. Durante la tarea asignada por la madre, Mari�tegui se dedicaba a estudiar franc�s impulsado hasta por tres factores: la curiosidad por leer los textos en este idioma que ven�an en los figurines que utilizaba su madre; el af�n de comprender el contenido de un libro en franc�s perteneciente a la biblioteca de su padre -como explicaremos m�s adelante-; y el deseo de corresponder el pedido de los galos propietarios de la tienda donde trabajara su madre, los cuales siempre que ve�an a Jos� Carlos, tras de darle una propina, lo instaban habl�ndole en su propia lengua materna para que retuviera una que otra palabra. En los ratos que ejerc�a la mencionada vigilancia sobre la amorosa y amartelada pareja, aprend�a versos de memoria de sus autores de su devoci�n literaria y, tambi�n, escrib�a a hurtadillas sus propios poemas o peque�as cr�nicas (estas �ltimas de sabor religioso). Pronto habr�a de llegar el d�a de la boda para los j�venes novios (35), la cual tuvo lugar el 23 de febrero de 1906, en la Parroquia del Sagrado Coraz�n de Jes�s (Hu�rfanos). Fueron padrinos: la madre (Amalia La Chira) y don Augusto Santos. La ceremonia religiosa fue muy concurrida y hubo hasta alboroto en la calle promovido por los vecinos y curiosos en su anhelo de presenciar la subida y bajada de la novia del coche nupcial. Despu�s de haberse celebrado el enlace, se realiz� en la casa de la desposada una reuni�n familiar, a la que asistieron tambi�n amigos de la pareja para festejar el acontecimiento. All� Jos� Carlos, en el momento propicio y accediendo a un pedido de la hermana, recit� con aplomo y fluidez algunos versos de su vate favorito: Amado Nervo (36). De inmediato, transido como estaba de amor fraternal y pesadumbre, ley� una composici�n primeriza de la que era autor, despertando la admiraci�n y el aplauso de los parientes y amistades. Ten�a el presentimiento de que su hermana, con motivo del matrimonio, se alejar�a del hogar materno (37). En cambio la flamante esposa, contrastando con el hermano, se hallaba rebozante de felicidad y ajena a toda preocupaci�n. Y, en efecto, la intuici�n del ni�o de entrever en la boda de Guillermina con el joven Cavero el anuncio de una partida inesperada del ser querido, se vio confirmada al poco tiempo, pues los esposos tuvieron que trasladarse, precipitadamente, a vivir en una provincia distante de Lima, por disposici�n de la superioridad militar a la cual estaba subordinado el oficial Cavero, marido de la hermana. Amalia se qued� sin la ayuda de la hija tanto en lo que se refiere a los quehaceres dom�sticos como en las tareas de costura. Jos� Carlos, en cierta forma, ocup� el lugar de la ausente sobre todo para preparar los alimentos y hacer la limpieza de la casa. La madre continu� trabajando como costurera a domicilio en una que otra residencia particular donde gozaba del aprecio y consideraci�n por su seriedad y habilidad manual (38). Una ma�ana al retornar Amalia de sus labores cotidianas, de paso a su hogar, se encamin� a la Bodega de propiedad de un ciudadano italiano, ubicada en la esquina de su domicilio (Le�n de Andrade) para hacer algunas compras. All�, en espera de que la atendieran, se entretuvo hojeando el peri�dico del d�a, de pronto al leer uno de los avisos de defunci�n, se dio con la sorpresa del fallecimiento de Javier. El deceso se hab�a producido en el vecino puerto (9 de noviembre de 1907). Esta vez la muerte de su esposo, a quien en anteriores oportunidades hiciera "morir" hasta dos veces (39), era completamente real y definitiva. De vuelta al hogar la, sufrida madre, sobresaltada, nerviosa y sin proferir palabra alguna, que justificara su extra�a actitud, se avalanza sobre sus hijos a quienes abraza fuertemente. Durante este prolongado y silencioso asirse a los frutos de su amor con el extinto Mari�tegui, quiz� record� los a�os juveniles y sus fugaces sue�os en el lejano pueblo de Say�n. Los hijos ignorantes del suceso y ajenos completamente a la desaz�n maternal, al un�sono preguntaron: �qu� tienes mam�?, pero ella no movi� sus labios para explicar su extra�a conducta. Supusieron los muchachos, absortos como estaban, que la madre se hallaba as� por la ausencia prolongada de Guillermina. M�s tarde Jos� Carlos al leer tambi�n la lista de defunciones en el diario, con toda ingenuidad, inquiri�: mam� �t� no sabes quien es ese Mari�tegui que ha muerto? (ignorando que se trataba de su propio padre). Amalia titubeante, se qued� unos minutos en un silencio conmovedor, hurgando la respuesta satisfactoria para la curiosidad impertinente del hijo. Por fin, cuando el tiempo adquir�a una dimensi�n desesperante, contest�: -Existen tantas personas de apellido Mari�tegui en Lima que la verdad no se qui�n pueda ser ni que clase de parentesco puede tener con ustedes. As� concluy�, por el momento, la interrogaci�n que motivara el suelto period�stico (40). Jos� Carlos fij� su mirada penetrante sobre el rostro de la afligida mujer, c�mo queriendo desentra�ar los secretos que ocultaba y la causa de su preocupaci�n. Mari�tegui, al morir su progenitor (1907), ten�a trece a�os de edad; y su hermano Julio C�sar, doce. Pasaron los d�as y la madre no daba muestras de reponerse de la angustia originada, aparentemente, por el deceso del marido que, hac�a algunos a�os, la dejara librada a su propio destino en compa��a de sus peque�as criaturas. Semejante congoja no vino a ser sino un s�ntoma revelador de algo m�s profundo: la pobreza por la cual discurr�a ella y los ni�os. Le angustiaba la idea de que los chicos pudieran quedarse sin amparo y protecci�n en el supuesto caso que desapareciera ella. La realidad es que Amalia se sent�a agobiada por el exceso de trabajo y por el obsesionante temor de la hernia abdominal que crec�a amenazante y que, en cualquier momento, pod�a estrangularse y privarla hasta de la vida. Ultimamente, los c�licos se suced�an unos tras otros y cada vez se agudizaba la incertidumbre entre los suyos. En una palabra, las energ�as empezaban a flaquear en la empe�osa madre. Ya no pod�a cumplir con los clientes, no obstante que hac�a redoblados esfuerzos por quedar bien con ellos. Faltaban los brazos sol�citos y juveniles de Guillermina -a la saz�n en una provincia lejana con su marido y gozando de la alegr�a de haber tenido su primer reto�o-, quien compartiera de soltera la agobiante faena de la costura con Amalia. De este hecho conmovedor surge la decisi�n, impostergable, entre los hermanos Mari�tegui -Jos� Carlos y Julio C�sar- de conseguir empleo para ayudar a la autora de sus d�as, que estaba exhausta y requer�a. disminuir su fatigosa labor cotidiana. Se hallaba el "cojito" Mari�tegui, en el tr�nsito del ni�o al hombre.
NOTAS:
(22) El Dr. Sebasti�n Lorente, amigo de Jos� Carlos Mari�tegui desde la �poca de su iniciaci�n como periodista en el diario "La Prensa" (1913), diagnostic� que desde muy ni�o Mari�tegui empez� a padecer de una artritis tuberculosa. Coinciden con esta calificaci�n, los m�dicos: Eduardo Goicochea, Fortunato Quesada, Carlos Bambar�n, Hugo Pesce, etc. Por otra parte, S. Semionov y A. Shulgovski en su estudio "El papel de J. C. Mariategui en la formaci�n del Partido Comunista del Per�" (texto publicado en la revista "La Historia Moderna y Contempor�nea", n�m. 5, Mosc�, 1957; reproducido en "Hora del Hombre", nueva �poca, Lima, 1 (1)65-82, 1960, afirman que Mari�tegui padeci� de un proceso tuberculoso. (23) Testimonios de Pedro Eguiguren Rivas y de Pedro P. Gallangos, periodistas huachanos y coet�neos de Jos� Carlos. (24) Eguiguren Rivas, Pedro R. Huacho de anta�o... Huacho, Imp. "El amigo del pueblo", 1959, p. 61-62. (25) (Balarezo Pinillos, Ezequiel) Jos� Carlos Mari�tegui por Gast�n Roger (seud.) En: Mercurio Peruano, Lima, 13 (139-140): 198-207, mar.- abr. 1930. �...Y es poco antes todav�a en la infancia, cuando la visi�n de la vida pudo deslumbrarle con todas sus gorjas y con todas sus armon�as, surgiera el primer aletazo de la fatalidad, el primer desgarr�n aleve del infortunio, y el ni�o �gil, despierto y vibrante se tornaba -all� por una escuela de provincia- en un pensativo ni�o inv�lido... " (26) Ibid. Testimonio de Juan C. La Chira. (27) Revista conmemorativa del centenario de la Sociedad Francesa de Beneficencia. Lima, jun. 24, 1960. Contiene importantes informaciones sobre los fundadores, benefactores, Presidentes y colaboradores. Asimismo, en dicha publicaci�n, se ofrece una breve historia de la Maison de Sant�. (28) En el libro de estad�stica de la Cl�nica -que revisara personalmente el a�o 1959- se consigna los siguientes datos: Entrees - Noms et pr�nome lits 20 de octubre (1902) hasta el 1 de febrero de 1903.- Jos� Carlos Mari�tegui - Cuarto n�m. 15 - 8 a�os - Soltero � 105 d�as (de permanencia). (29) Ibid. Test. de J. C. La Chira. (30) "Ninguna influencia me ha malogrado. Mi producci�n literaria desde el d�a en que siendo ni�o escrib� el primer articulo, ha sido rectil�nea y ha vibrado en ella siempre el mismo esp�ritu..." En: La Prensa, Lima, mar. 2, 1916, p. 5. Ep�grafe de la Secci�n: Intereses generales. Firmado: J. C. Mari�tegui (Juan Croniqueur). (31) Testimonios coincidentes de Federico More, Alberto Ureta y Emilio de Armero. (32) Trasmitido a los amigos de Jos� Carlos, Miguel Adler, Armando Baz�n y otros: "Eramos muy pobres, y no ten�amos dinero para atender las necesidades del hogar". (33) Testimonio de la Sra. Amalia La Chira de Mari�tegui. (34) Ibid. (35) Partida de matrimonio existente en la Parroquia del Sagrado Coraz�n de Jes�s - Hu�rfanos, Libro de Matrimonio n�m. 4, folio 32: "En la ciudad de Lima en veintitr�s de febrero de 1906. Yo, el cura Rector de la Parroquia del Sagrado Coraz�n de Jes�s - Hu�rfanos, previas las informaciones y licencias necesarias y no habiendo resultado impedimento alguno de la lectura de las proclamas, cas� por palabra presente y vel� el Teniente de Cura de esta Parroquia don Juan C. Albinagorta, seg�n rito cat�lico a don Modesto A. Cavero, soltero natural de Lima, de veinticinco a�os de edad, hijo leg�timo de don Carlos Cavero y de do�a Castillo y de profesi�n militar, con do�a Guillermina Mari�tegui, soltera natural de Huacho, de diecinueve a�os de edad, hija leg�tima de don Francisco Mari�tegui y do�a Amalia La Chira. Fueron Padrinos Augusto Santos y Amalia Mari�tegui y testigos Jos� M. Garay y Francisco Segura, de que certifico. Eduardo Luque". Una r�brica. Es copia fiel del original. Lima, 23 de febrero de 1955. Jos� Hurtado (firmado). (36) A tal punto influy� Nervo en Mari�tegui, que �ste cuando naci� su cuarto y �ltimo hijo (1928) le puso como segundo nombre de pila: Amado. V�ase la partida de nacimiento de Javier Amado Hugo Mari�tegui Chiappe en el cap�tulo correspondiente. (37) Ibid. Amalia La Chira de Mari�tegui. (38) Testimonios de Luis Alayza y Paz Sold�n, Hernando de Lavalle y Jos� Mar�a Qu�mper, quienes afirman que sus familiares utilizaron los servicios de costura de la se�ora Amalia La Chira de Mari�tegui. (39) Efectivamente, Amalia cuando se ve�a abandonada por el marido no ten�a otra alternativa que darlo por "muerto". Recordemos que fueron dos veces que decret� su "fallecimiento" -como se ha anotado en p�ginas anteriores. La primera corresponde al per�odo de gravidez y nacimiento de Jos� Carlos. Y la segunda (por cierto que antes lo "resucit�" para tener a Julio C�sar), a los pocos meses de haber dado a luz a su �ltimo hijo, Julio C�sar. (40) Ibid. Test. de Juan C. La Chira.
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