LA CREACI�N HEROICA DE JOS� CARLOS MARI�TEGUI

LA EDAD DE PIEDRA

GUILLERMO ROUILLON D.


 

CAPITULO III

 

 

EL PERIODISTA QUE EMPEZ� DE OBRERO

 

"...Si yo me gobernara, en vez de que me gobernara la

miseria del medio, yo no escribir�a diariamente, fatigando

y agotando mis aptitudes, art�culos de peri�dico.

Escribir�a ensayos art�sticos o cient�ficos m�s de mi gusto..."

(Mari�tegui explica su art�culo de "Nuestra Epoca", El

Tiempo, Lima 27 de junio de 1918, p. 2). Firmado: J. C. M. (seud.)

    

 Jos� Carlos acud�a todos los d�as a la Plaza del Mercado de la "Aurora", a s�lo dos cuadras de distancia de su casa de la calle Le�n de Andrade 548 (41), mientras la madre trabajaba de costurera fuera del hogar. Desde muy temprano, se ve�a a Mari�tegui caminar rengueando de puesto en puesto de v�veres a fin de obtener los productos alimenticios anotados por Amalia, para de retorno a su domicilio preparar �l mismo la comida. Por lo regular la madre de �ste se quedaba a almorzar, invitada por sus clientes, en los sitios donde laboraba. A veces Jos� Carlos, se entreten�a m�s de lo acostumbrado en el Mercado. Sobre todo, cuando pasaba por el lugar donde estaban instaladas las t�mbolas de art�culos de carnaval. All� en los quioscos, frente a las mesas de juego de envite, permanec�a absorto contemplando las apuestas que hac�an los concurrentes y los premios que se ganaban. No pudiendo intervenir el muchacho por carecer de dinero, se contentaba con seguir los detalles del pasatiempo. As� advert�a las perdidas y ganancias de los jugadores. En uno y otro caso, resultaba divertido para �l espectar las incidencias de tal recreaci�n.

Los aficionados a las apuestas se deten�an mucho tiempo presenciando el juego.

Una de aquellas ma�anas, correspondiente a los primeros d�as del mes de febrero de 1909, un trabajador que tambi�n participaba del esparcimiento, gozando de su d�a libre en compa��a de sus menores sobrinas, qued� profundamente conmovido al observar la actitud taciturna de Jos� Carlos. Y, sobre todo, no pudiendo ver privado del juego al muchacho paticojo deposit� una ficha en nombre de �ste en la ruleta. Mari�tegui, desconcertado y temeroso, pretendi� al par que rehusar el gesto generoso de aquel extra�o, huir de all� y hasta dio algunos pasos para retirarse. Mas el obrero y los ni�os, no advirtieron la actitud hura�a de Jos� Carlos por seguir la ruleta. Por feliz coincidencia al cesar de girar el artefacto, el n�mero del "cojito" result� agraciado. Entonces los desconocidos mecenas sin poder contener su emoci�n y alegr�a, todos a uno gritaron: �chico has obtenido un premio! Jos� Carlos completamente turbado por la sorpresa, volvi� sobre sus pasos al lugar que antes hab�a abandonado y recibi� con timidez e inseguridad la recompensa. Al retener entre sus manos, con asombro, los art�culos de carnaval, no sab�a en ese momento de nerviosidad, si atinar a agradecer aquel gesto o a devolver la ganancia. Entre tanto las ni�as, ajenas a las indecisiones de su nuevo amigo, le brindaban porciones de patatas fritas por indicaci�n del t�o (42). Pues ese bienhechor ocasional para la vida de Mari�tegui, era nada menos que Juan Manuel Campos (1887- ), linotipista del diario "La Prensa" por esos d�as y fervoroso admirador de Gonz�lez Prada.

Pues bien, sin pretenderlo, Jos� Carlos entabla amistad con el hombre que en breve habr�a de ayudarlo a conseguir empleo y aproximarle a su vocaci�n de escritor. Cuando el muchacho se entera de que Campos trabajaba en "La Prensa", experimenta mayor simpat�a por �l. Mari�tegui era, como ya hemos apuntado, un lector �vido e infatigable de libros y m�s libros. Incluso las escasas propinas que reun�a de sus allegados, las destinaba a mantener la suscripci�n de "El Comercio" (43). Se privaba de cualquier distraimiento con tal de procurarse material de lectura. Le�a demasiado para su edad. Y como so�aba -por esa �poca en que frisaba los quince a�os- en ser escritor, todo lo que estuviera relacionado con esta actividad le era agradable. De all� la confianza que desde el primer instante, siente por Juan Manuel Campos. Aunque quiz�s tambi�n se deba, en parte, a que en forma subconsciente identifique a �ste con la figura de su desaparecido padre.

La amistad que habr� de compartir con Campos, en cierta medida, reemplazar� a la que tuvo con la madre de la cual se siente un poco alejado por su mutismo. No es raro que ante la obstinada negativa de Amalia a contestar sus preguntas, se produjera en Jos� Carlos cambios en su comportamiento y se agudizara la tristeza y soledad en �l, as� como tambi�n, surgiera una corriente que cada vez impulsaba hacia su progenitor, con el sano prop�sito de descifrar misterio en torno a �ste y a sus parientes. Llegado a este punto del problema, y como consecuencia de las repetidas discusiones entre madre e hijo ambos han de eludir por todos los medios el tema acerca del padre. Pr�cticamente la falta de comunicaci�n entres estos dos seres sobre un hecho de suma importancia para sus propias vidas, origina un distanciamiento entre s�, que va a durar alg�n tiempo sin que, desde luego, Mari�tegui deje de querer a la madre y de apreciar las cualidades humanas que posee �sta. Se inicia a partir de esta crisis el ciclo correspondiente paterno.

En tal sentido, el conflicto en Jos� Carlos por saber qui�n fue su padre y los allegados de �ste, habr� de alcanzar mayores dimensiones hasta transformarse en un drama personal. Uno tras otro motivo, lo conducen sin desearlo ni propon�rselo al impenetrable enigma que confronta. En efecto, cabe mencionar que dentro de su cuarto, cuando se encuentra solo y ajeno a todo influjo extra�o, ha de enfrentarse todav�a con tan enojosa cuesti�n. Pues en la peque�a biblioteca dejada por el padre, ha de descubrir Jos� Carlos, al consultar los libros, las iniciales F. J. M. impresas en el lomo de los mismos, sin poder dilucidar a qui�n corresponden ni por qu� circunstancias est�n all�. Es el caso, que dichas piezas bibliogr�ficas proven�an de don Francisco Javier Mari�tegui y Teller�a, pr�cer de la independencia, y segundo abuelo de Jos� Carlos -hecho y relaci�n- que, desde luego, ignoraba el adolescente Mari�tegui. De modo que al morir aquel patricio, leg� a sus hijos tres mil trescientos vol�menes y m�s adelante �stos a su vez, en parecido trance, los distribuyeron entre sus descendientes, llegando unos pocos por tal conducto hasta Jos� Carlos con las iniciales (del venerable anciano) que dejamos consignado. Pero lo m�s significativo y lo que atrae la atenci�n del apesadumbrado muchacho, aparte de la magn�fica presentaci�n de los libros (cuero rojo, escudo peruano y letras doradas), es la anotaci�n (trazada por su ilustre antecesor, como vamos a probar al pie de la p�gina) que aparece escrita de pu�o y letra: "Corso malvado, diablo encarnado" (44).

En efecto, los libros a que hacemos menci�n l�neas arriba eran, entre otros: La farsalia, de Marco Anneo Lucano (poema hist�rico en lat�n); La Divina Comedia, de Dante Alighieri (en italiano); Bible de l'humanit�, de Jules Michelet (en franc�s); las obras de Baltasar Graci�n y uno que otro volumen de la colecci�n Biblioteca de Autores espa�oles (45). Estos libros con caracteres extra�os, los primeros, son para Jos� Carlos un secreto a los quince a�os. Y tambi�n un est�mulo permanente para descifrarlos y compenetrarse de su contenido. All� tendremos, quiz�s, la causa de su inter�s por el lat�n, el franc�s y el italiano.

El descubrimiento de la vieja biblioteca paterna constituye no s�lo un feliz hallazgo, sino un elemento decisivo para su formaci�n espiritual. Con la lectura de tales obras, se dilata a�n m�s su universo.

Y, por cierto, este asunto del padre y de los familiares de �ste ha de seguir siendo enigm�tico e incomprensible para Jos� Carlos por algunos a�os, con lo que se agudiza en �l la fijaci�n paterna. Incluso, sin propon�rselo, todo habr� de recaer en el tema obsesionante. As� tenemos que cuando sale a la calle Mari�tegui tampoco se libra del asedio y de la indiscreci�n de las personas que al enterarse del apellido que lleva le preguntan, de qu� Mari�tegui desciende y qu� relaci�n tiene con nombres y personajes coet�neos, que le eran verdaderamente desconocidos. Entonces, atribulado y sin poder responder, el adolescente cambia el tema de la conversaci�n en forma brusca con el inquiridor, indiscreto y curioso, que le saliera al encuentro. Al proseguir su camino, taciturno y agraviado en lo m�s profundo de su ser por la pesquisa de que fuera objeto por el extra�o personaje, se pregunta de repente el propio Jos� Carlos: por qu� el silencio de su madre y qu� entra�a su mutismo. Tras de cavilar, y de no hallar respuesta para su ansiedad, no repara, tal es su abstracci�n, en que ha podido ser arrollado por un veh�culo al cruzar la calle. En efecto, sin que lo advierta, sobreviene inesperadamente un ruido estrepitoso, seguido de una exclamaci�n aguda y unos caballos espantados que resoplan cerca de �l. Al par que lo atemorizan, lo hacen volver a la realidad. Implicado en una situaci�n tan embarazosa, pide disculpas al iracundo cochero, quien no cesa de lanzar imprecaciones contra Mari�tegui por haber pretendido, distra�damente, interponerse a la rauda carrera del carruaje. Restablecido del susto, Jos� Carlos se da cuenta a su vez que ha desobedecido a la madre, la cual le ten�a recomendado que no transitara por la calle del Huevo -ubicada a la vuelta de la esquina de su casa- por ser lugar de diversi�n y de desenfreno para las mujeres de mal vivir, pero la turbaci�n lo condujo hasta all� y a enfrentarse al coche. Mari�tegui siempre acostumbraba utilizar las otras v�as para dirigirse a su hogar, mas aquel d�a no repar� ni siquiera en el sitio prohibido.

T�ngase presente que por esa �poca la familia paterna no s�lo hab�a logrado recuperar el nivel social perdido a ra�z de la actitud anticlerical del pr�cer, sino que tambi�n hab�a conquistado nuevas posiciones en el poder pol�tico y econ�mico con la llegada a la primera magistradura de la Rep�blica de don Augusto B. Legu�a (1863-1932) durante el per�odo 1908-1912. Legu�a estaba casado con do�a Julia Swayne y Mari�tegui (1866-1919), hija nada menos que de la matrona Luc�a Virginia Mari�tegui y Palacio -cuartog�nita del pr�cer- y de don Enrique Swayne y Wallace. La se�ora Julia Swayne y Mari�tegui de Legu�a, quien resultaba nieta del venerable fundador de la independencia Patria, era, por otra parte, prima hermana del progenitor de Jos� Carlos y, por tanto, t�a en segundo grado de �ste. De donde se deduce, incluso, el parentesco de Legu�a con el adolescente Mari�tegui.

Ahora se comprende como Jos� Carlos envuelto en esta barahunda, por las duras presiones de las circunstancias, ha de refugiarse en su modesto cuarto -donde vive gran parte de su ni�ez y adolescencia- para hablarse a s� mismo y sentirse m�s cerca de Dios a quien invoca para aclarar la confusi�n que padece. En una palabra, dialoga con el medio que lo rodea. De pronto las cosas toman un giro imprevisto. Sus sue�os pugnan por hacerse realidad. Y poco a poco ha de conquistar lo real a trav�s del sufrimiento y dudas (46). De modo que sus versos y cr�nicas revelan el drama de su propia existencia. Se nota que, en este estado, aparece una nueva faceta en su creaci�n espiritual al poner de manifiesto en esos a�os, su conocimiento y comunicaci�n del mundo que explora y confronta con angustia y tormento. Escribe confesando lo vivido. Y de esta confidencia, se puede descubrir la b�squeda de s� mismo que realiza Mari�tegui, y que s�lo ha de lograr mucho despu�s en plena juventud. Todo ello responde al af�n por saber la verdad que todos -seg�n S�crates- llevamos escondida.

Entre los primeros lectores de la obra de Jos� Carlos, se encuentran sus familiares. Y de vez en cuando el Dr. Ricardo L. Fl�rez (1854 - 1939), Director de la Maison de Sant� -de tantos recuerdos para Mari�tegui-, quien acude al aposento de �ste para tratar la infecci�n tuberculosa que lo aniquila. intermitentemente, desde su infancia. Su estado enfermizo lo predispone a intimar con el m�dico. All� frente al paciente abatido por la fiebre, se convierte en un lector m�s el Dr. Fl�rez. Lee la producci�n literaria del adolescente, escrita con su pu�o y letra en un cuaderno, con desd�n al principio y hasta dir�amos con semblante de compromiso, pero luego es cautivado por los poemas, olvidando que la madre de aqu�l, preocupada y nerviosa, aguarda la receta para detener la calentura que consume a su fr�gil hijo. Al cerciorarse de su distracci�n, el facultativo pide disculpas a la clienta, y al cabo de unos minutos, tras de haber hecho las indicaciones del caso, otra vez vuelve a sumirse en la lectura, desliz�ndosele de pronto, una frase comprometedora:

-"�Ten�a que salir a ...!" Bruscamente se interrumpe y queda en silencio. No sabe qu� hacer, convencido de que algo a dicho que no ha ca�do bien.

Mientras tanto, Mari�tegui, con voz apagada y ajeno a la impertinencia del galeno, exclama:

-Doctor, no deseo tomar Emulsi�n Scott.

Entonces, el Dr. Fl�rez le replica:

-"Con ese t�nico escribir�s mejores versos".

Amalia, poco capacitada para comprender las inquietudes y aspiraciones literarias de su hijo, tercia en la conversaci�n para decir, que no le haga caso.

Al despedirse de la madre, ya casi en la calle, el m�dico le advierte:

-"Se�ora, cu�delo mucho, es un muchacho de talento extraordinario".

Aqu� ella en tono de confesi�n, responde:

-No s� por qu� en estos �ltimos tiempos, creo que tiene el diablo metido dentro de �l -como su bisabuelo y su padre- �Ud. me entiende Dr. Fl�rez ?

El galeno, gran liberal y simpatizante de las ideas de Francisco Javier Mari�tegui y Teller�a a cuya herencia alude Amalia, r�e jocosamente. Y luego agrega:

-"El no debe continuar ignorando a su progenitor, ni aprender a aborrecerlo. D�gale Ud., m�s bien, qui�n es su padre. H�blele con afecto acerca de sus familiares paternos: el silencio sobre esta realidad puede ser perjudicial para la formaci�n espiritual del ni�o".

Amalia interrumpe, en forma tajante:

-Est� dem�s su recomendaci�n, nunca lo har�: mis principios religiosos me lo impiden.

El m�dico que comprende la beater�a de su dienta, hace esfuerzos por persuadirle de su error, resultando infructuosa la tarea (47).

Ya de retorno a su consultorio el Dr. Fl�rez, record� profundamente impresionado uno de los madrigales de Mari�tegui en que cita su enfermedad y a la muerte en acecho.

A�os m�s tarde -nos revela Juan C. La Chira- Jos� Carlos corrige el poema y lo publica en el diario "La Prensa".

Fantas�a de Oto�o
   
Me he enfermado de bruma, de gris y de tristeza
y ha puesto fr�o en mi alma la caricia oto�al.
Un dolor, adormido en m�, se despereza
y se hunde en un nirvana at�xico y mortal.
La pena me posee con ansias de faunesa
y su abrazo me invade de un hast�o letal.
Un paisaje de oto�o se duerme en mi alma, presa
de una inquietud neur�tica y de un delirio sensual.
Panoramas de niebla y de melancol�a, donde
dice el invierno su blanca sinfon�a;
cielos grises y turbios; monorritmo tenaz
de lluvia que golpea muy lento a mis cristales,
cual si con los nudillos las manos espectrales
de la muerte llamaran, sin atreverse a m�s .. .
    
Juan Croniqueur (48)

Y bien Mari�tegui -ya en la convalecencia- dentro de su cuarto ha de compartir el dolor y la soledad con la lectura, mirando a las gentes desde la ventana de su casa que da a la calle. Si hacemos un somero an�lisis de esta situaci�n conflictiva en el adolescente, encontramos que ella simboliza, la conjunci�n de lo �ntimo y lo circundante. Deteng�monos en esta etapa de su formaci�n para conocer las inquietudes que se apoderan de Jos� Carlos. Empecemos por enterarnos, cu�les son las lecturas y cu�les son las impresiones recogidas de la callejuela donde moraba con los suyos.

Tenemos que para Mari�tegui el material de lectura lo constitu�a tambi�n el peri�dico -hemos anotado que estaba suscrito a "El Comercio"- en cuyas p�ginas devoraba las noticias locales, internacionales y los comentarios escritos por distinguidos hombres de prensa de la �poca. Al transitar por las informaciones diarias, de pronto, tiene su reencuentro con la figura de Luis Pardo el "bandolero rom�ntico", que socorre a los oprimidos campesinos de la zona norte hasta hallar la muerte en un tiroteo con la gendarmer�a, destacada de Lima para perseguirlo y abatirlo (49). Recordemos por si hace falta, que en su infancia Jos� Carlos -all� por los d�as en que estuvo enfermo en la cl�nica- vibraba de emoci�n cuando el t�o Juan, cautivado por la personalidad legendaria de Pardo, narraba las peripecias del h�roe popular. Ahora, despu�s de siete a�os de haber abandonado el nosocomio, volv�a a tener conocimiento de las haza�as de Pardo y de su tr�gico fin, obligado al suicidio para no caer en las manos del Mayor Toro Mazote (6. I, 1909), pintoresco personaje de ese tiempo. La muerte violenta -y por propia decisi�n- de Luis Pardo, en cierta forma, h�roe de Jos� Carlos, le hace meditar sobre las injusticias del medio en que vive.

Cabe explicar, prosiguiendo el tema de las lecturas de Mari�tegui, que lee los folletines de Carolina Invernizio, Andr�s Reuza, Gabriel Ferry, Jean Rameau, Jorge Olmet, etc. Y un buen d�a, sorpresivamente, halla su curiosidad �vida de novedades period�sticas, el estudio de Luis Mir� Quesada, intitulado: "El socialismo intervencionista y su influencia en Am�rica" (24. I. 1909), inserto en la 5� p�gina de "El Comercio" (50). Es la primera vez que, precisamente, tiene noticia sobre el socialismo.

As� pues, resulta un asiduo lector de la Biblia y de algunos autores cl�sicos provenientes de la biblioteca paterna o del pr�stamo de las clientes de la madre. Entre las obras que estudia, hay dos de Baltasar Graci�n de quien le impresiona un pensamiento: "S�lo vive el que sabe". Esta reflexi�n es posible que estimule su auto educaci�n que realiza con constancia extraordinaria, ya que para Mari�tegui la escuela y la Universidad la van a constituir los libros y los amigos. Al frecuentar la lectura de Graci�n, termina por abandonar la soledad, ya que el hombre para �ste, debe salir de s� constantemente y volcarse sobre el mundo para luego volver plenamente y con mayor seguridad a s� mismo. Y esto es lo que empieza a hacer Jos� Carlos, rompiendo en cierto modo con las ataduras que le impone su cruel enfermedad. Desde entonces, no quiere otra cosa que producir y aprovechar la vida que se le va escapando. Este nuevo impulso lo lleva a ser m�s comunicativo con los extra�os. Y no es raro ver a Mari�tegui conversar amigablemente con sus vecinos.. En este sentido, nos ha trasmitido una an�cdota don Juan Puppo, hijo de italiano, quien cuenta que Jos� Carlos le recit� varios trozos de "La Divina Comedia", de Dante Alighieri, quedando admirado de la perfecci�n con que lo hac�a Mari�tegui. Luego �ste le explic� a Puppo, que no hab�a sido en Italia donde aprendi� de memoria los cantos de Dante sino en la segunda etapa de su infancia, cuando viv�a en la calle Le�n de Andrade y sol�a recitarle, de tarde en tarde, al bodeguero it�lico de la esquina de su casa, a quien le adquir�a los v�veres por encargo de Amalia. A su vez el comerciante -a�adi� Jos� Carlos-, le narr� algunos pasajes de la historia de su lejana Patria (Italia). De esta manera, tuvo noticias acerca de la vida legendaria de Garibaldi (1808-1882) y, tambi�n, de Giuseppi Mazzini (1805-1872), quien renunciara a su actividad literaria para dedicarse a la lucha pol�tica, que habr� de convertirlo en uno de los m�s abnegados ap�stoles de las nacionalidades oprimidas del siglo XIX (51).

Dem�s est� decir, que en esos a�os alternaba, Mari�tegui, la lectura y charla con sus observaciones de la calle. As�, asomado a la ventana de su casa, va a entretenerse mirando, entre otros sucesos, la entrada y salida de las alumnas del Colegio Coraz�n de Jes�s -el m�s aristocr�tico de los planteles de la Capital- que quedaba frente a su domicilio.

Volviendo al tema de la amistad de Campos con Jos� Carlos, hay algo m�s que decir: Mari�tegui sigue agrandando su mundo con el hallazgo de este amigo. Ya vamos viendo, entonces, que Juan Manuel Campos es el segundo lector extra�o -no familiar- que tiene acceso a sus versos y narraciones in�ditas, impregnadas de confidencias como su poeta favorito, el mexicano Amado Nervo (1870-1919), quien se encuentra influido por el modernismo. Y es un fervoroso seguidor de Rub�n Dar�o y Enrique Rod�. Es preciso recordar que el primer lector de la obra literaria de Jos� Carlos lo fue el Dr. Ricardo L. Fl�rez, su m�dico de cabecera. Por cierto que Mari�tegui, muy a gusto, continu� frecuentando la amistad de Campos, quien no obstante la diferencia de edad empez� a sentir afecto por Jos� Carlos. M�s adelante, al enterarse aqu�l de la angustiosa situaci�n econ�mica por la cual atravesaba la familia del muchacho y del inter�s que ten�a �ste por trabajar, decide prestarle su apoyo. De modo que a los pocos d�as de ese encuentro fortuito en el Mercado de "La Aurora" -entre Mari�tegui y Campos- y pasadas las fiestas carnestolendas (del domingo 21, lunes 22 y martes 23 de febrero de 1909), Juan Manuel lo lleva a "La Prensa", lugar donde el linotipista Campos gozaba de respeto y estimaci�n por parte de don Jes�s Contreras, regente del peri�dico. Importa saber que fue un poco dif�cil para Mari�tegui el lograr ser admitido en el diario en referencia. Se interpon�a un inconveniente muy serio: su precaria salud y cojera. Pero estas deficiencias fueron pasadas por alto al enterarse el Regente, de las condiciones adversas que soportaban los allegados a Mari�tegui. Tras de algunos d�as de penosa espera para el joven postulante y los suyos, recibi� la noticia de haber sido contratado como obrero de los talleres de "La Prensa", con el salario de tres soles semanales. En cuanto Amalia se inform� del suceso por versi�n de su propio hijo, le pidi� que la acompa�ara al altar donde se veneraba la Virgen del Carmen para darle las gracias por haber conseguido trabajo. Justamente ello ocurri� a tiempo, ya que �como sabemos- la madre se hallaba casi imposibilitada para continuar laborando por la hernia que le imped�a realizar cualquier esfuerzo f�sico. Esta abnegada y sufrida mujer, estaba plenamente convencida de que la Virgen cuyo nombre, incluso, llevaba Jos� Carlos (bastar� traer a la memoria los nombres de pila de �ste: Jos� del Carmen) era la protectora de la familia. La devoci�n le ven�a desde muy atr�s. El padre -como hemos advertido- ten�a tambi�n el mismo nombre de pila: Jos� del Carmen La Chira.

La miseria oblig� a aceptar a Mari�tegui la modesta ocupaci�n de obrero, cuando frisaba los quince a�os de edad (52) . De esta forma, comienza a ganarse la vida como "alcanza rejones" en "La Prensa", fundada el 24 de setiembre de 1903 por el Dr. Pedro de Osma. Su primer Director fue don Enrique Castro Oyanguren hasta principios de 1905, en que asumi� ese puesto su propietario el se�or Osma. El 8 de setiembre del mismo a�o se form� una sociedad an�nima, tomando por base la fusi�n de "La Prensa" y "El Tiempo", diario �ste �ltimo de propiedad y direcci�n del Dr. Alberto Ulloa Cisneros (1862-1919), quien pas� a dirigir desde esa fecha "La Prensa". Dos a�os despu�s (1907) construye el edificio de la calle Baqu�jano y procede a instalar moderna maquinaria para la publicaci�n del peri�dico. Por entonces, "La Prensa" sosten�a una persistente oposici�n al gobierno de Legu�a (1908-1912). Y naturalmente, pesaba sobre el diario la amenaza del asalto y la clausura. A tal punto, que los redactores y obreros gr�ficos estaban preparados para afrontar la emergencia de tan funesta intimidaci�n gobiernista.

En este estado de incertidumbre y alarma, Jos� Carlos empieza a trabajar como obrero en los talleres del peri�dico, cumpliendo con asaz esfuerzo y dedicaci�n la jornada de 14 horas al d�a y percibe un modesto haber (53), que, �ntegramente y en forma ejemplar, entrega a la madre, agobiada por el sufrimiento y la penuria econ�mica. Casi al mes de estar trabajando en "La Prensa", pasa a ser ayudante de linotipista. Desde el primer momento, comienza a practicar y a anonadar con preguntas al maestro Campos acerca del funcionamiento y mecanismo de la linotipia. Y bien, en poco tiempo hace tales progresos en el dominio de la m�quina, que despierta la admiraci�n entre sus compa�eros de faena. En este sentido, se siente entusiasmada por la labor que realiza. Cabe mencionar aqu�, que no obstante el agotamiento f�sico a que se ve sometido Mari�tegui, se da lugar para leer y escribir de vuelta a su casa. Y tambi�n por qu� no decirlo, a�n le queda disposici�n para ayudar a su madre en la limpieza del hogar, en los menesteres de la cocina y en hacer compras.

A veces a la salida del diario, le llama la atenci�n el "Bar Americano" -situado frente al edificio de "La Prensa", de propiedad de Arturo Porturas-, local frecuentado por los periodistas. Es tanta la curiosidad de Mari�tegui, que en cierta ocasi�n se detiene en la puerta de aquel establecimiento para atisbar lo que pasa en el interior, con amplio mostrador y sus vitrinas bien surtidas de licores extranjeros, aguas gaseosas, cigarrillos finos, conservas, etc. All� varios Redactores y Cronistas a quienes ya conoce por sus nombres, beben y, m�s adentro, otros -en una sala al fondo- juegan billar.

A�os despu�s, Jos� Carlos atra�do por el billar acudir� al mismo sitio para practicarlo (54) y tomar en los descansos su bebida favorita: Kola Chalaca (55), mientras sus colegas habr�n de saborear los aperitivos preparados por Porturas.

En el curso de este interesante per�odo de aprendizaje para Mari�tegui en "La Prensa", Amalia se siente hondamente preocupada por las llegadas tarde del hijo al hogar. M�s de una vez, aqu�lla le habla sobre las distracciones perjudiciales y acerca de las malas compa��as que presiente, aunque sin ninguna certeza, que existen en constante acecho sobre Jos� Carlos. En realidad no hay tal cosa. Ni la causa de la rareza en el car�cter del hijo, ni sus manifestaciones consiguientes de aislamiento y reserva proven�an de aqu�llo que Amalia prejuzgaba. Sin embargo, las dificultades no tendr�an mayor importancia de no ser porque entre madre e hijo desde hac�a alg�n tiempo -ya hemos advertido- estaba restringida la comunicaci�n. La madre no alcanzaba a comprender que esta actitud provocada por ella misma, hab�a creado un agudo problema en Jos� Carlos. Atal punto que �ste busca la soluci�n por sus propios medios eludiendo el ojo avizor de Amalia. As� la figura de la incomprensi�n entre madre e hijo, ir� ensanch�ndose y sumiendo en un absurdo disentimiento a los dos. Dicho est� que aqu�lla silencia cosas, que comprometen la tranquilidad de Mari�tegui. Llegado uno y otro a esta posici�n, la madre considera pertinente ejercer mayor vigilancia sobre Jos� Carlos y, desde entonces, la vemos todos los d�as acudir a recoger del trabajo a su hijo. Por otra parte, habla con Campos para que aconseje a Jos� Carlos a fin de que no se desv�e del buen camino.

El adolescente tiene gran respeto por Juan Manuel y la amistad entre ambos es cada vez m�s estrecha. En el taller logra hacer algunas relaciones, aunque �l es el menor de todos los obreros. Por aquel entonces, el anarquismo predominaba entre los trabajadores gr�ficos de Lima.

Mari�tegui segu�a con inter�s las conversaciones y los encendidos debates que se promov�an, de tarde en tarde, entre sus compa�eros de labor y en los cuales se mencionaban los nombres de Reclus, Malatesta, Grave, Bakunin, Proudhon, Ferrer, Kropotkin, etc. Otras veces, dada la acogida que ten�a en aqu�l esta clase de discusiones doctrinarias, concurr�a a las reuniones que convocaban los directivos de los grupos �cratas "La Protesta" y "Luz y Amor" -centros de irradiaci�n te�rico-ideol�gica del anarquismo. H�ctor Merel, uno de los activistas del anarco-sindicalismo, recuerda haber visto a Jos� Carlos entre los asistentes a una charla que ofreciera don Manuel Gonz�lez Prada en el local de "Luz y Amor", situado en el jir�n Huancavelica (Rev. "Caretas", Lima, 23(477): 46-48, 21 mayo-7 jun. 1973).

El propio Campos estaba ganado por las ideas anarquistas. Y como es natural, trata de atraer a Jos� Carlos. De modo que un d�a, de acuerdo con su plan proselitista, le invita a conocer al maestro Gonz�lez Prada (1848- 1918). Mari�tegui admiraba a don Manuel desde el �ngulo literario. Para �l bastaba que escribiera poemas para tenerle simpat�a y disculparle, en cierta forma, su ate�smo y credo libertario. Como sabemos, los cat�licos condenaban la pr�dica de aqu�l, desde el primer momento en que apareci� disconforme con los principios tradicionales. En este sentido merece citarse la obra "P�ginas razonables en oposicion a las P�ginas Libres", escrita por E. B. Gonz�lez (56).

Nuestro biografiado se jactaba de haber le�do, a hurtadillas, varios libros de Gonz�lez Prada, entre ellos: "Horas de lucha" (1908) y "Presbiterianas" (1909). De igual modo, los art�culos que escrib�a don Manuel. en el peri�dico "Los Parias" que circulaba entre los correligionarios, simpatizantes y amigos del Maestro. Campos le proporcionaba este material a Mari�tegui. Justamente, por entonces, �ste hab�a compuesto un madrigal en homenaje a Gonz�lez Prada. Enterado Campos de la poes�a, decide llevar a Jos� Carlos ante el Maestro. Por cierto, que previamente tom� las seguridades del caso a fin de que la sufrida madre, desde luego, no se enterara de la visita que iba a efectuar a un hereje en compa��a de su hijo.

Como es natural para Mari�tegui no fue f�cil admitir la idea de salir en busca de Gonz�lez Prada, pues ten�a un serio inconveniente: su formaci�n religiosa. Pero de pronto, este obst�culo que parec�a imposible vencer, lo salva impulsado por un extra�o e inexplicable deseo de establecer relaci�n con don Manuel. Quiz�s si se deb�a al hecho. de pretender desentra�ar el enigma en torno a su padre, que se iba apoderando de la imaginaci�n del adolescente. Sab�a que la madre cada vez que quer�a referirse a su marido (el padre de sus hijos) alud�a al hereje. Justamente el t�o Juan le hab�a relatado que su progenitor -a quien detestaba Amalia por las razones ya expuestas- era un personaje en�rgico, de buena presencia y elegante. Parad�jicamente, aparte de la atracci�n literaria que sent�a por Gonz�lez Prada, le encontraba similitud con su padre. Hay que reconocer que esta tremenda y constante lucha interna que ven�a librando dentro de s� mismo, lo conduce a veces en forma inconsciente a tratar de descifrar el misterio que oculta al autor de sus d�as, y del cual apenas dispon�a para identificar de uno que otro dato difuso. Esta situaci�n habr�a de aferrarse a su alma profundamente. De all�, que toda figura que se pareciera al personaje forjado a trav�s de las noticias proporcionadas por el t�o Juan, le interesaba conocer. En Gonz�lez Prada existen pues ciertos rasgos, que coinciden con los que indaga Jos� Carlos. Don Manuel ten�a fama de ser ateo, adem�s era bien parecido y por a�adidura arist�crata. As� se explica, en cierto modo, el inter�s que animaba a Mari�tegui por tratarlo. Podemos decir que para Jos� Carlos no signific� en ning�n momento el gu�a o el mentor social, sino m�s bien el medio de aproximarse al padre, a la literatura contempor�nea a trav�s de Alfredo, el hijo de don Manuel, quien va a contribuir a ensanchar el horizonte intelectual de Mari�tegui en relaci�n con los libros, los poetas y escritores j�venes de la �poca. Ahora bien, por ventura Jos� Carlos no habr�a de estar equivocado en cuanto a los indicios que, precisamente, le proporciona acerca de la vida de su padre, el conocimiento de Gonz�lez Prada, como veremos m�s adelante. A�os despu�s, en una charla de tipo period�stico que sostuviera Mari�tegui con don Manuel, habr� de confesar lo siguiente -hecho probatorio de que a Jos� Carlos no le interesaba en Gonz�lez Prada al ide�logo ni al agitador social-: "...F�lix del Valle hablaba -escribe Jos� Carlos- a Gonz�lez Prada con reverencia afectuosa de un disc�pulo asiduo. Yo le hablaba con la devoci�n respetuosa de un admirador que tiene el honor de conversar con �l..."(57). Efectivamente, su fe religiosa imp�dele a Mari�tegui sentirse disc�pulo de don Manuel. Desde luego, no estaba preparado Jos� Carlos para un cambio o desplazamiento radical de sus creencias. Sobre todo, si se tiene en cuenta -como ya se ha se�alado en el cap�tulo anterior- que para �l lo religioso y lo m�stico ven�a a ser un refugio o una evasi�n para sus angustias. Y naturalmente, despu�s la amistad vendr� a sumarsea esos elementos de substracci�n que, en cierta forma, le dan seguridad y confianza en s� mismo. Justo cuando empezaba a tener amigos, conoce al Maestro anticat�lico y ateo por excelencia. Aunque debemos admitir, que objetivamente son otras las razones que llevan a Jos� Carlos a donde Gonz�lez Prada: el problema de la b�squeda del padre (por el supuesto parecido con aqu�l) y la inquietud literaria.

Un domingo (abril de 1909) aprovechando una reuni�n de algunos elementos anarquistas en la casa del Maestro, Juan Manuel condujo a Mari�tegui. Al llegar a la vieja casona, ubicada en la calle Puerta Falsa del Teatro, atravesaron un patio -del que ha hablado Alfredo Gonz�lez Prada- "sembrado de flores y de una gran enredadera". Don Manuel, hombre rebosante de salud, alto, erguido y pulcro en el vestir, los recibi� con benevolencia; mas, sin dejar de traslucir el impacto producido por la presencia del muchacho enclenque. No pudiendo contener su reacci�n, Gonz�lez Prada llam� a un lado a Campos, y le dijo al o�do: -"No me traigas ni�os, prefiero hombres hechos y derechos". En tal circunstancia, Juan Manuel -a modo de disculpa- replic�:

-"Maestro, el chico ha escrito un poema para Ud."

Gonz�lez Prada volvi� la cabeza y fij� sus ojos azules sobre Jos� Carlos.

Frente a �l, Mari�tegui, tratando de vencer la timidez, se acerc� y extrajo con su mano temblorosa de uno de sus bolsillos, un papel conteniendo el madrigal escrito en honor del Maestro.

Don Manuel recibi� la carilla escrita y la ley� de un solo tir�n. Luego, expres� dirigi�ndose al adolescente:

-"Tienes talento po�tico; har�s muy buenas migas con mi hijo Alfredo".

De pronto se qued� mirando fijamente Gonz�lez Prada a Mari�tegui, y exclam�:

-"�Eh! Te pareces a un amigo m�o, que estuvo conmigo en la guarnici�n de reservistas en el Cerro del Pino impidiendo la entrada de los chilenos a Lima. Respond�a a los nombres y apellido de Francisco Javier Mari�tegui. �Qu� parentesco te une a �l?"

Jos� Carlos ante la pregunta, sonroja y no atina a contestar. Parec�a estar condenado a esta clase de interrogatorios para los cuales no ten�a respuesta adecuada. Estaba p�lido y jadeante.

Despu�s de todo, algo esperaba Jos� Carlos en torno a la figura de su padre.

Don Manuel, entre tanto, sospechando el drama del muchacho, no quiso insistir, llam� a su hijo Alfredo (1891-1943), mocet�n de 18 a�os de edad y de un metro ochenta y cuatro cent�metros de estatura, quien hac�a dos a�os hab�a ingresado a la Universidad para estudiar Derecho y Ciencias Pol�ticas con el prop�sito de dedicarse a la carrera diplom�tica. Alfredo desde que vio a Mari�tegui, le fue simp�tico. Y los dos j�venes, tras de un apret�n de manos, empezaron a conversar sobre asuntos literarios de inter�s com�n. Mientras tanto, que don Manuel -seguido por Campos- se dirigi� a la habitaci�n contigua donde lo aguardaban impacientes, un grupo de obreros anarco-sindicalistas ansiosos de escuchar la palabra del Maestro (58).

Mari�tegui al observar de cerca la elegancia y apostura de su nuevo amigo, qued� seducido por �l. Aqu� es posible admitir que en lo m�s rec�ndito de su ser debi� haber dicho, pasado el impacto que le produjera la presencia de la familia Gonz�lez Prada: as� ser�a mi padre, por don Manuel, y as� pude ser yo, por Alfredo. Desde luego, esto es un decir. Pero, era evidente que los dos amigos formaban una pareja dispareja. Uno contrastaba con el otro f�sicamente. A Alfredo se le ve�a lleno de vida por su contextura atl�tica, en cambio a Mari�tegui con su figura magra daba la sensaci�n que estaba a punto de perderla.

La cordial y ben�vola acogida que tuviera Jos� Carlos en la casa de los Gonz�lez Prada, no s�lo signific� otra ventana que se abr�a con un mayor haz de luz, sino tambi�n un extra�o alivio para la situaci�n conflictiva que lo embargaba de angustia y desaliento. Recordemos su acci�n destinada a provocar una respuesta con respecto a su padre. Al fin ten�a la sensaci�n de haber encontrado algo que le faltaba. Y ciertamente no estaba equivocado Mari�tegui, si reparamos la nueva inquietud y optimismo que habr� de inyectarle en su desvivir Alfredo. Y si antes dijimos que carec�a Jos� Carlos de un gu�a para sus lecturas, en aqu�l encuentra a un excelente instructor en el campo cultural. Es suficiente este hecho para darnos cuenta del valor de esta amistad.

Tocamos aqu� un punto, a mi ver, de importancia y trascendencia para el so�ador aprendiz de linotipista. Comenzaba el oto�o de 1909. Y de aquella relaci�n inicial entre Alfredo y Mari�tegui, surge muy pronto una fraterna amistad, que se mantuvo inalterable por muchos a�os. Aqu�l, que era �vido lector de autores europeos -influido por su padre, don Manuel (59), habr� de compartir con desinter�s y compa�erismo sus libros y sus conocimientos con Jos� Carlos.

De este modo, andando el tiempo, le fue familiar el hogar de los Gonz�lez Prada y, principalmente, entrando a la casa por la parte izquierda del patio, donde estaba ubicada una "ventana de reja" sobre la calle: all� ten�a su biblioteca don Manuel, compuesta de tres mil vol�menes, muy bien seleccionados. Jos� Carlos, invitado por Alfredo, empez� a consultar las obras literarias de autores franceses, italianos y espa�oles. Mari�tegui, no obstante que siempre estaba en compa��a de Alfredo, entraba con cuidado a la biblioteca, tratando de no molestar al maestro Gonz�lez Prada, a quien por lo regular sorprend�a sentado en su escritorio leyendo; pero al advertir �ste la presencia de los dos amigos -Jos� Carlos y su hijo Alfredo-, les pasaba la voz y charlaba con ambos sobre la realidad cultural de su tiempo y acerca de los hombres que m�s influ�an en ese momento hist�rico: Heine, Goethe, Schiller, Nietszche, Wagner, Leopardi, Pascoli, Carducci, Prati, Stechetti, Graci�n, Quevedo, Byron, Flaubert, Nerval, Sainte Beuve, Guyau, Ren�n, V�ctor Hugo y Unamuno (60). As� empieza el joven Mari�tegui a familiarizarse con los grandes escritores.

Por otra parte, Jos� Carlos tuvo la oportunidad de practicar su escaso conocimiento del idioma franc�s con Alfredo. Y tambi�n habr� de ense�arle Mari�tegui al hijo de Gonz�lez Prada su peque�a biblioteca -que le dejara su padre- y detenerse en los libros dif�ciles de descifrar debido a su escaso conocimiento del italiano y del lat�n.

As�, pues, la conversaci�n con Alfredo, a menudo, recae sobre los temas del saber, desfilando ante ellos por la precoz erudici�n del hijo de don Manuel, las figuras m�s sobresalientes y universales de la cultura contempor�nea (61). Despu�s de tan aleccionadora charla, Jos� Carlos se muestra convencido de lo poco que sab�a y de que, sin exagerar, Alfredo hab�a le�do "todo lo que vale la pena leerse". No es arriesgado afirmar que este primer contacto con un hombre de letras, influy� mucho sobre su vocaci�n de escritor. Mari�tegui tuvo que agradecer a su amigo, el conocimiento de los secretos de la t�cnica po�tica y la oportunidad de tener relaciones de vital importancia para su formaci�n period�stica y literaria. Alfredo, despu�s de tratarle inicialmente, queda asombrado por la constancia y voluntad que pon�a Jos� Carlos para modelarse o formarse a s� mismo. Era una llama d�bil que, no obstante su parpadeo continuo, empezaba a proyectar la luz de su saber.

Casi a los tres meses de estar trabajando en "La Prensa", la madre ha de vivir momentos de intranquilidad por su hijo. Me refiero al suceso del s�bado 29 de mayo de 1909, en el cual un grupo de veinticinco personas, dirigidas por don Isa�as de Pi�rola penetra en Palacio de Gobierno por la puerta de honor y victimando en parte a la guardia se introduce en el despacho presidencial y se apodera del se�or Presidente de la Rep�blica don Augusto B. Legu�a, quien fue sacado a viva fuerza de la Casa de Pizarro y paseado por la Ciudad. A consecuencia de este hecho se produjo una balacera y el cierra puertas en las calles principales. Entonces Campos, previendo los acontecimientos subsiguientes obliga a salir de la Imprenta a Mari�tegui con la intenci�n de acompa�arlo a su domicilio. Pero no bien han recorrido media cuadra de distancia, cuando bruscamente aparece un piquete de gendarmes en actitud hostil y frente al peligro de los sablazos �maestro y aprendiz- se refugian en la "Casa de piedra" (que fuera construida por don Enrique Meiggs), situada en la primera cuadra del jir�n Moquegua y a pocos metros de "La Prensa". En cuanto hubo calma, Jos� Carlos Mari�tegui retorn� a su hogar en compa��a de su amigo Juan Manuel. All� encontr� a su madre sobresaltada a alist�ndose para salir a protegerlo. Mari�tegui, entonces, tiernamente, le relata las incidencias de la calle. Al final de la conversaci�n, madre e hijo agradecen el gesto paternal de Campos. La verdad es que la suerte estuvo de parte de los dos amigos (Jos� Carlos y Juan Manuel), pues los soldados animados del desquite por la ofensa inferida al Presidente, disparaban arbitrariamente o se lanzaban al ataque sable en mano contra los pac�ficos transe�ntes que osaban transitar por la v�a p�blica (62) como si todos ellos hubieran tomado parte en la conjuraci�n contra el primer magistrado de la Rep�blica.

Mas all� no quedaron las cosas. A media noche de ese turbulento d�a (29 de mayo) fueron detenidos: Alberto Ulloa, Luis Fern�n Cisneros, Leonidas Yerovi, Carlos Guzm�n y Vera y Julio Portal. Es decir, la plana mayor de "La Prensa". Igual vejamen sufrieron: Wenceslao Valera, Ricardo L. Fl�rez, Juan de Osma y otros eminentes miembros del Partido Dem�crata, que encontr�banse vinculados al peri�dico de la calle Baqu�jano. Bastar� recordar, que el Dr. Fl�rez era m�dico de Jos� Carlos para aquilatar la honda preocupaci�n que debieron experimentar Amalia y su hijo, al enterarse de la prisi�n de aqu�l. Por rara coincidencia, tambi�n prestaba sus servicios profesionales el Dr. Fl�rez a la familia Gonz�lez Prada, y ten�a especial afecto por Alfredo, quien a la saz�n era amigo de Mari�tegui. Luego de los encarcelamientos a los periodistas y pol�ticos, la milicia adicta al r�gimen de Legu�a asalt� el local de "La Prensa" e hizo destrozos en la sala de redacci�n y talleres. Naturalmente, que con este acto de arbitrariedad el gobierno pretend�a acallar mediante la fuerza al diario antag�nico, al cual injustamente se le se�alaba como instigador del fallido golpe de Estado.

Despues de perpetrado el ataque al peri�dico y de la destrucci�n consiguiente de sus instalaciones y enseres de oficina el s�bado 29, "La Prensa" ha de permanecer clausurada hasta el martes 2 de agosto de 1910. Durante estos catorce meses de paralizaci�n forzosa, Mari�tegui qued� desocupado, y antes que la miseria se agudizara en su hogar, el hermano menor Julio Cesar tuvo que emplearse en uno de los establecimientos comerciales del centro de la ciudad. La madre fervientemente cat�lica y que estaba segura de que todo cuanto pasaba proven�a de la mano de Dios, recibi� la noticia del cese en el trabajo del hijo con piadosa resignaci�n.

En cambio a Jos� Carlos no s�lo le angustiaba el hecho de haber sido cerrada "La Prensa" y la suerte corrida por sus amigos y por �l mismo, sino tambi�n por el destino de don Isa�as de Pi�rola (63), personaje de su simpat�a y devoci�n. Al tal punto, que con vehemencia inquir�a datos sobre su paradero. Para Mari�tegui, ven�a a ser Pi�rola su segundo h�roe. Recordemos que el primero lo fue Luis Pardo, el "bandolero rom�ntico". Pero, si deseamos conocer la causa de la admiraci�n de Jos� Carlos hacia una y otra figura, tenemos que tener en cuenta que, aparte de los episodios legendarios que protagonizaron Pardo y Pi�rola, ambos ten�an un com�n denominador: persegu�an reivindicar a sus progenitores. As� el fondo dram�tico de esta cuesti�n, aproxima a Mari�tegui hacia sus h�roes. Deteng�monos en este aspecto, aunque sea brevemente. Sabemos el conflicto de tipo psicol�gico e �ntimo que embarga la vida de Jos� Carlos: la b�squeda del padre y la decisi�n de efectuar cualquier proeza en. el caso de que fuera necesario para proteger o reivindicar a su predecesor, en la misma forma que lo hicieran Pardo y Pi�rola. Preciso es reconocer que don Luis fue impulsado a ponerse al margen de la ley, cuando tuvo noticias fidedignas de que su padre fue vilmente asesinado. En el caso de don Isa�as, al pretender derrocar a Legu�a por haber ocupado la Presidencia de la Rep�blica mediante una elecci�n fraudulenta, avasallando los derechos que le asist�an a su padre, don Nicol�s (1839-1913).

Frustrada la conspiraci�n de don Isa�as, luego del rescate del Presidente de la Rep�blica, no tuvo otra alternativa aqu�l que fugarse al Ecuador. Enterado de este hecho Jos� Carlos, delira de entusiasmo. Mas sus simpat�as por Pi�rola, no las puede compartir con sus amigos, Juan Manuel Campos y Alfredo Gonz�lez Prada, por ser uno anarquista, y el otro, hijo del enemigo m�s despiadado de los Pi�rola: don Manuel. En tal situaci�n, se conforma con saber que hombres como Cisneros (1883-1954), La Jara, Yerovi (1881-1917), los Bustamante Ballivi�n, periodistas de "La Prensa" por quienes guardaba especial veneraci�n, eran partidarios del Jefe de los dem�cratas y de su perseguido hijo. Ello en cierta forma ven�a a compensar en Mari�tegui, su vehemente inclinaci�n por estas figuras de la pol�tica peruana. Ahora hemos de ver, otra vez, a Jos� Carlos vivir la soledad en el seno de su propia habitaci�n. Desde luego, que en este per�odo habr� de disponer de tiempo y de aislamiento para hablarse a s� mismo y dedicarse a la lectura y a escribir sobre su apartamiento comunicable. Y en esta etapa de su iniciaci�n literaria, no olvidemos que la "literatura -como dice Eduardo Mallea- ha sido fiel al proceso interior del hombre". As� no es extra�o que los versos y cr�nicas en Mari�tegui, revelen el drama de su propia existencia. Entend�monos, es evidente que dentro del mundo de Jos� Carlos, que venimos describiendo, no se puede dejar de tocar todos los detalles que identifican la atm�sfera que lo envuelve.

Por entonces, aparece en Mari�tegui una especie de rencor contra Legu�a. Y era natural esta reacci�n, ya que no s�lo causaba serios perjuicios a los personajes de su devoci�n, sino tambi�n a �l mismo. Posteriormente, al lado de don Alberto Ulloa Cisneros -su Maestro en la profesi�n de periodista- Jos� Carlos intensificar� su repudio hacia don Augusto. Pues ante los ojos de Mari�tegui, el Presidente era responsable de la muerte de Luis Pardo, de la persecuci�n de don Isa�as, del encarcelamiento de los periodistas -a quienes admiraba-, del Dr. Fl�rez (su m�dico) y, por �ltimo, de la destrucci�n de los talleres de "La Prensa", que, por otra parte, significaba una amenaza directa para la estabilidad econ�mica de su hogar. Es de suponer, que ello sea el antecedente para la tenaz oposici�n que desplegar� Mari�tegui, a�os despu�s, desde "La Raz�n" (1919), contra Legu�a, durante su segundo per�odo de Gobierno, alentado nada menos que por don Isa�as de Pi�rola.

Habl�bamos antes del retraimiento de Jos� Carlos, pero hemos de reconocer que contaba a la saz�n con dos amigos: Campos y Gonz�lez Prada (hijo) quienes de tarde en tarde lo visitan y alientan su aspiraci�n de escritor. Alfredo, por ese tiempo, continuaba estudiando en la Universidad de San Marcos. Y a medida que intimaron Mari�tegui y aqu�l (64), fueron intercambiando sus ideas acerca de autores y temas favoritos. B�cquer era el poeta predilecto de Alfredo (65), Igual que Nervo para Mari�tegui. Uno y otro amigo recitaban trozos de poes�a de los vates de su simpat�a. Lo sorprendente es que Jos� Carlos, a pesar de su condici�n autodidacta, logra atraer el inter�s, de Alfredo hacia sus aficiones y escritos en los cuales, como es natural, reflejaba sus lecturas y vida. Porque como �l mismo lo confiesa: "yo ya pensaba a los diecis�is a�os" (66).

All� en la casa de Alfredo, Mari�tegui ha de conocer a Enrique Bustamante y Ballivi�n (1883-1937), Jos� Mar�a Eguren (1873-1942) y Jos� Bernardo Goyburu. Y sucesivamente, a Federico More (1889-1955), Percy Gibson (1885-1966), Alberto Ureta. (1885-1966), Abraham Valdelomar (1888-1919) y Jos� G�lvez (1885-1957). Es decir, a la flor y nata de las letras de aquellos tiempos. Es innegable que el mundo para Jos� Carlos alcanzaba dimensiones insospechadas. Desde el encuentro con Alfredo, su entusiasmo por la literatura aumentaba. Aqu�l al leer los poemas de Mari�tegui, ha de experimentar ansiedad por conocer y desentra�ar el por qu� la idea de la muerte aparece persistentemente en cada uno de ellos. Al pregunt�rselo a Jos� Carlos da la sensaci�n de hab�rsele sorprendido haciendo algo malo, tanto que no atina a explicar la honda preocupaci�n que le embarga el tema de la muerte, que viene a ser parte vital de su propia vida. Ahora bien, de todo ello se deduce que un muchacho enfermo y d�bil no pod�a dejar de intuir la cercan�a de su aniquilaci�n f�sica. Y no obstante ser un fen�meno consustancial en los tuberculosos como �l, sab�a que era criatura destinada a la muerte prematura, y quiz�s por estas razones habr�a de reflexionar sobre el germen de destrucci�n que cada uno lleva dentro de s�.

Nuevamente -como hemos anotado- ha de instalarse en el alf�izar de su ventana de reja, desde donde una tarde del mes de abril de 1910, Jos� Carlos, inflamado de patriotismo, ha de presenciar y de aplaudir la manifestaci�n de cuatro mil personas prorrumpiendo en vivas al Per�, que apedrea la Legaci�n ecuatoriana, ubicada a pocos metros de su casa (en la calle Le�n de Andrade) con motivo del conflicto internacional con esa Rep�blica en el a�o 1910 y, tambi�n, por la reacci�n que provocaron los atentados perpetrados en Quito y Guayaquil contra ciudadanos peruanos (67). Las manifestaciones populares se repitieron por varios d�as consecutivos frente a la mencionada representaci�n diplom�tica. Mari�tegui, por entonces, vibra de entusiasmo cuando presencia el desfile de los j�venes que, enardecidos de patriotismo, acuden a sentar plaza a los cuarteles. Entre tanto, Alfredo atra�do por el fervor nacionalista se despide de Jos� Carlos para correr a alistarse. Mari�tegui, influido por el ambiente pre b�lico y por ese sentimiento innato del culto a los h�roes, se entristece de ver en su pierna anquilosada, el impedimento para servir a la Patria de soldado como lo Lacen los milicianos que viera desfilar, por las calles centrales, tan apuestos y aguerridos. Sin embargo, a los pocos d�as Alfredo llega a la casa de Mari�tegui, taciturno, para informarle que ha sido rechazado del Ej�rcito por la Superioridad Militar, por no tener la edad suficiente. Planteada as� la situaci�n, los dos amigos tratan de consolarse uno al otro, siguiendo los sucesos de la guerra a trav�s de las diez cr�nicas que escribe Valdelomar sobre el destino de la expedici�n armada, que titula: "Con la argelina al viento", las cuales fueron publicadas en "El Diario" (entre el 10 de abril y 13 de junio de 1910). Asimismo consultan el mapa de la zona de operaciones militares.

Y siempre desde aquel miradero, un mes m�s tarde de haberse realizado los desfiles patri�ticos, lo veremos a Jos� Carlos escudri�ar el espacio celeste transido de incertidumbre y de pavor por la amenaza y fatales predicciones, que pregonan les peri�dicos y que el ambiente religioso de la Ciudad en que vive exagera, sobre el paso del cometa Halley (mayo de 1910) por la �rbita de la tierra. Este anuncio del fin del mundo que se viene insinuando, plante� en el joven Mari�tegui toda suerte de reflexiones sobre la cat�strofe inminente.

Mas de pronto las cosas para Jos� Carlos toman un giro imprevisto, su amigo Juan Manuel llega a su casa con la noticia de que "La Prensa" reaparecer� en breve. Entonces, aquel se reintegra al taller para seguir trabajando como obrero gr�fico. En el desempe�o de su tarea de aprendiz de linotipista habr� de revisar con avidez y curiosidad, los originales que remiten de la Redacci�n. Entre ellos estaban los que escrib�an los periodistas por quienes guardaba respetuosa admiraci�n. Dejemos que el propio Mari�tegui exprese sus impresiones al respecto, para lo cual transcribimos un fragmento testimonial de Armando Baz�n : "A la edad de 16 a�os pod�a ya corregir las faltas de ortograf�a y de sintaxis de algunos escritores famosos en el Per� de aquellos d�as".

"La devoci�n que yo sent�a -explica Jos� Carlos- por la inteligencia, desde ni�o, me hac�a atribuir a todos los escritores, sin excepci�n, cualidades de sabidur�a un poco exageradas. Todo hombre que odia publicar en un peri�dico lo que escrib�a era para m� una especie de ser superior. Pero comenc� a dudar de los escritores desde el d�a que me fue dado corregirles, en los talleres de imprenta, ciertas faltas imperdonables de gram�tica" (68).

Otras veces Mari�tegui ha de tener tropiezos al dictar el texto de los originales al linotipista, sobre todo cuando ten�a que leer la letra enredada de Luis Ulloa, quien escrib�a las cuartillas a pluma (69).

Ciertamente que el trabajo de obrero gr�fico que desempe�aba Mari�tegui en "La Prensa" resultaba agotador y fatigoso, principalmente por la dolencia cr�nica que padec�a desde temprana edad. De esta manera se comprende por qu� la madre hubo de recurrir a la ayuda del m�dico de Jos� Carlos, el Dr. Ricardo L. FI�rez, quien, aparte de su profesi�n, era pol�tico prominente y amigo y correligionario del Director de "La Prensa", don Alberto Ulloa Cisneros. Informado el Dr. Fl�rez sobre las condiciones en que laboraba su paciente en el mencionado peri�dico, por la madre de �ste, se ofrece para hablar en favor de �l con Ulloa. D�as despu�s, el m�dico se entrevista con aqu�l y le hace presente que Jos� Carlos era un muchacho de extraordinario talento y que sol�a escribir cr�nicas amenas y poes�a m�stica. Le confiesa que no s�lo hac�a de galeno con su recomendado, sino tambi�n de lector de su producci�n literaria. Tal relato impresiona a Ulloa. Y entonces resulta interesado en el caso, prometi�ndole a su amigo atender el problema en cuesti�n. La promesa fue cumplida. Al d�a siguiente, muy de ma�ana, el propio Director, a fin de observar de cerca el trabajo del aprendiz de linotipista, baj� a los talleres. All� sorprendi� a Jos� Carlos en plena faena, cuando intentaba alcanzar la parte superior de la m�quina linotipia con gran esfuerzo f�sico debido a su pierna inv�lida (70).

Don Alberto, en tal circunstancia, llam� a Mari�tegui a un lado y le dijo que se acercara a la Direcci�n para hablar con �l respecto a una nueva colocaci�n que deseaba confiarle. Jos� Carlos repuesto de la impresi�n que le acelerara los latidos del coraz�n, agradeci� la deferencia del Director, y se alegr� de la noticia recibida. En el acto fue felicitado por los obreros, testigos del gesto bondadoso y amigable del insigne Maestro de periodismo.

Luego de escuchar las instrucciones emanadas del propio Ulloa acerca de la tarea que le asigna en una de las oficinas de los altos, se instala Mari�tegui en un lugar pr�ximo a la Sala de Redacci�n, a poca distancia de los periodistas, a los cuales puede observar con detenimiento durante la realizaci�n de sus labores. El cambio de colocaci�n lo estimula y se siente contento. Por lo dem�s, estaba a un paso de los elementos fundamentales para lograr su aspiraci�n de escritor en el diario. Aqu� habr� de recordar, que -lo confirma m�s adelante Rafael Heliodoro Valle- "todos los grandes hombres de letras de la Am�rica Espa�ola (a excepci�n de Manuel Jos� Oth�n, Ram�n L�pez Velarde, Juli�n Casal y Jos� Asunci�n Silva) han pasado por la experiencia del periodismo". Mari�tegui frisaba los diecis�is a�os, y entre sus quehaceres estaba, seg�n versi�n de Jorge Basadre, el tener que recoger los originales en los domicilios de los propios colaboradores de "La Prensa". A veces hac�a este encargo a pie o en tranv�a, sin faltarle nunca un libro para leer durante el trayecto.

Debemos a Carlos Guzm�n y Vera, Jefe de cr�nica de "La Prensa" por los a�os de iniciaci�n period�stica de Jos� Carlos, los siguientes datos: "Era (Mari�tegui) un chiquillo defectuoso y no hab�a en realidad, una ocupaci�n determinada para �l. Empez� con un puesto de administraci�n �se refiere al cargo que l�neas arriba hemos mencionado-, era un empleado que llevaba pruebas de un lado al otro, atend�a solicitudes del p�blico, recib�a telegramas. Como me diera cuenta de su talento, revelado en el ejercicio de su sencilla ocupaci�n -advierte Guzm�n y Vera-, cuando hab�a exceso lo comisionaba para que tomara datos de las quejas y denuncias de poca importancia. Un d�a que no hab�a mucho material para el diario llam� a Mari�tegui y le ped� sus apuntes de las diferentes denuncias del d�a. Las encontr� muy bien hechas, pero cuando las redact� y dio forma qued� convencido de que "embocaba" perfectamente en el periodismo. Luego le d� la redacci�n de los telegramas que sal�an muy bien..."(71) . Alude a los telegramas remitidos por los corresponsales de provincias, que constitu�an un verdadero "rompe cabezas" poderlos descifrar.

M�s adelante, "qued� adscrito a la redacci�n -seg�n afirma Ulloa Sotomayor (1892- )-, un poco como esos oficiales de �rdenes que mantienen en campa�a el contacto entre las diversas unidades. Tomaba datos que alguien tra�a a la ventanilla o que un reporter comunicaba por tel�fono; trasmit�a �rdenes o encargos para los ausentes; daba raz�n de entradas y salidas; llevaba originales y tra�a pruebas del taller; recortaba peri�dicos extranjeros; aprend�a a escribir en la m�quina, y, muchas veces, se quedaba solo, cuidando la redacci�n y represent�ndola mientras los dem�s sal�an".

"Pocas semanas despu�s, �l mismo daba forma a los datos que recib�a y se quedaba con las pruebas para corregirlas. Era la etapa de su periodismo clandestino. El reporter al llegar encontraba el dato ya redactado, le hac�a, m�s por decoro que por necesidad, alguna correcci�n y lo pasaba como suyo a los talleres. El corrector de pruebas tomaba la labor donde el voluntario la hab�a dejado y procuraba llegar m�s tarde al d�a siguiente. Los jefes de redacci�n, Cisneros y Yerovi ignoraban tales ajetreos. Los m�s inmediatos "jefes de cr�nica", Carlos Guzm�n y Vera, Pedro Ruiz Bravo empezaban a notar que el trabajo marchaba m�s ligero sin saber porqu�. Los reporteros, el majestuoso Tom�s V�lez, el "colorado" Iturrizaga, el "mono" Asturrizaga, encontraban por fin sus datos con una presentaci�n que ellos no hab�an sabido darles antes. Entre tanto la bohemia perezosa de Antonio Garland, de F�lix del Valle, de Alejandro Ureta, de C�sar Falc�n (1892-1970), de Ismael Silva Vidal, de Ezequiel Balarezo Pinillos, de Julio Portal, se regocijaban un poco de confiar en la ayuda eventual de "el cojito" para la parte no literaria de su periodismo, que tanto les pesaba. Lleg�, algunos meses m�s tarde, lo inevitable. Como todos los amantes clandestinos, Mari�tegui se perdi� por confiado. Una noche, entusiastamente, dej� correr la pluma m�s de lo preciso y un suceso trivial o una queja triste tomaron en la versi�n period�stica los contornos ampulosos y el ropaje chill�n de la m�s acabada cursiler�a literaria. Al d�a siguiente la redacci�n se conmovi� y la consulta subi� a la Direcci�n. Se trataba de una grave indisciplina. El ayudante encargado de acomodar la munici�n hab�a disparado por s� mismo. Aprovechando de su misi�n de entregar originales, hab�a dado a trabajar los suyos, sin encargo, sin control, y con resultado deplorable. Para colmo de su desventura, Alejandro Ureta desfond� ese mismo d�a una alacena; Mari�tegui, temeroso y avergonzado, no hab�a estado en su puesto y cuando lleg� y fue interrogado no pudo dar raz�n de c�mo hab�a ocurrido la cat�strofe. Entre dos luces, un Consejo de Guerra le prohibi� escribir para el diario sin encargo expreso".

"A partir de ese d�a Mari�tegui se abstuvo de escribir y de poner anotaciones a las palabras o a la conversaci�n de los dem�s. Se limit� a ir y a venir de la tramoya que bajaba originales y sub�a pruebas de taller y a apuntar los datos que recib�a en cuartillas que colocaba indiferentemente bajo un pisapapeles de vidrio... Pero le�a con mayor avidez los peri�dicos extranjeros. Cuando a ciertas horas la redacci�n se llenaba de gente, de casa y de fuera, y la conversaci�n se generalizaba sobre los sucesos del d�a; o cuando entraba a la Direcci�n mientras se agitaba en ella el ambiente pol�tico, observaba, levantando el perfil que siempre tuvo esa lividez grave bajo la onda voluntaria del cabello y las facciones infantiles que lo hac�an fino y triste".

"Por fin un d�a me entreg� -apunta Ulloa Sotomayor- un original para que lo consultara con mi padre. Hab�a escrito una cr�nica fr�vola, la hab�a pulido, la encontraba perfecta. �C�mo sufri� en las horas que el original permaneci� sobre la mesa de la Direcci�n, donde tuve que dejarlo sin recibir respuesta! �Cu�l fue su alborozo cuando en la tarde, al reanudar el trabajo, sin atreverse a preguntar siquiera por su suerte, el regente le envi� en la tramoya el original, visado al margen con el l�piz rojo y la inicial que nos eran tan conocidos, tan deseados y tan temidos, y la prueba, "su" prueba! Por fin era periodista...."(72). Entraba a los diecisiete a�os de edad. Ampliando la versi�n precedente sobre las primerizas cr�nicas que publicara Mari�tegui -la clandestina y la autorizada-, tenemos que, de acuerdo a los testimonios de Guzm�n y Vera, Armero y a las pesquisas del que escribe esta biograf�a, las citadas colaboraciones fueron publicadas con el seud�nimo de Juan Croniqueur (73) y al cual hizo famoso. Veamos ahora, los medios de que se vali� para publicar uno y otro art�culo. Por aquellos d�as -empezaba el a�o de 1911-, Jos� Carlos sent�a un fuerte impulso por sacar a luz algo de su propia cosecha. Entonces, se apodera de �l un deseo irresistible de verse en letras de molde, aunque para ello tuviera que ocultarse detr�s de un seud�nimo. Adem�s prefer�a hacerlo as� para no ser identificado y, tambi�n, para librarse de las preguntas sobre su relaci�n con los copetudos Mari�tegui, quienes proven�an de una familia burguesa con pretensiones aristocr�ticas. Eran los a�os del Gobierno de Legu�a, al cual estaban emparentados esos se�orones miembros distinguidos del Jockey Club y entusiastas animadores de las reuniones sociales "del gran mundo lime�o".

Retornemos al problema de la necesidad insobornable en el cual se hallaba inmerso el novicio Jos� Carlos. No quer�a confiar su proyecto casi obsesionante de utilizar las columnas del peri�dico para un trabajo suyo, ni a sus amigos de m�s intimidad. Nunca le hab�a atra�do tanto la idea de burlar lo prohibido como en esta ocasi�n. Despu�s de todo, Mari�tegui estaba preparado para ejercer el oficio de periodista. Lo probaba el hecho de corregir los originales de algunos hombres maduros de "La Prensa" y de haber escrito muchas notas para cubrir el trabajo de determinados cronistas. Es posible que harto de hacer inventarios de las ocurrencias del d�a, intentara emplear su discernimiento y capacidad selectiva. Es as� como a veces llegaba a preguntarse �por qu� no pod�a publicar un art�culo? Siquiera para saber qu� opinaban los dem�s. Pensaba que s�lo por esta v�a podr�a descubrirse su talento y ser admitido en la Redacci�n. No pudiendo soportar por m�s tiempo su inquietante vehemencia de convertirse en redactor del diario, procede a elaborar un plan a fin de publicar la primera cr�nica escrita por �l en "La Prensa". Desde luego, que ella ten�a que aparecer en forma clandestina debido a la falta de autorizaci�n para hacerlo por conducto normal. En este sentido, Mari�tegui no encontr� mejor medio para darle viso de verdad a su audacia, que simular como si hubiera sido redactada la nota en Madrid por alguno de los colaboradores extranjeros de que se serv�a el diario y despachada desde este mismo lugar con la conocida advertencia: especial para "La Prensa". Al punto se le vino a la mente para la travesura period�stica, el de refrendar la colaboraci�n con el seud�nimo -creado por su propia inventiva, en ese momento- de Juan Croniqueur, con lo cual se tornaba de lo m�s dif�cil localizar al autor del engendro. Incluso hasta pod�a considerarse que se trataba de la transcripci�n de un art�culo de la prensa de fuera (74). Y sin detenerse en las consecuencias que pudieran sobrevenir, envi� la cr�nica a los talleres. Pero al d�a siguiente, cuando apareci� el art�culo en la cuarta p�gina del diario, se produjo un gran revuelo en la redacci�n. Nadie se imaginaba quien pod�a ser el tal Juan Croniqueur. Ni los m�s avezados en descubrir tretas de redacci�n, sospecharon que el protagonista del suceso fuera Jos� Carlos. El Director en sumo grado molesto por la broma de que fuera objeto el peri�dico, dispuso que se hiciera una amplia investigaci�n sobre el caso. El ardid se volv�a contra el responsable del desaguisado. Averiguaciones van y averiguaciones vienen hasta que Mari�tegui, confuso y dominado por el complejo de culpa; hubo de confesar la falta cometida. Empero se dud� de todo cuanto dec�a porque la nota estaba bien concebida y redactada con limpidez. El asunto concitaba la atenci�n de la pluralidad de los periodistas, los cuales todav�a se mostraban recelosos para admitir las declaraciones del aprendiz. Don Alberto, sin salir de su extra�eza, hizo comparecer a Jos� Carlos ante su Despacho y, despu�s de someterlo a un h�bil interrogatorio -pues �l tampoco lo cre�a autor de la cr�nica-, lo reprendi� severamente. Y dej� en suspenso, quiz�s hasta reunir pruebas m�s convincentes, la sanci�n. Pero para colmo de la desventura de Mari�tegui, esa misma noche tras de haber acudido a la direcci�n, Yerovi lleg� al peri�dico embriagado y destruy� un armario (75). El estr�pito alarm� a Ulloa, quien acudi� presuroso al lugar de donde proced�a. All� sorprendi� a Jos� Carlos tratando de restaurar el mueble desbaratado. Don Alberto -otra vez frente a Mari�tegui- inquiri� por el culpable de tal estropicio. Aqu�l, con los a�icos de la alacena en las manos, no atinaba a responder. Insisti� el Director en tono irritado. Entonces, Jos� Carlos, buscando la forma de hallar una coartada para no delatar a Leonidas Yerovi, empez� a informar sobre el hecho, como si estuviera relatando una cr�nica policial. Esta actitud encoleriz� a don Alberto (76), quien al instante orden� la suspensi�n de Mari�tegui (77).

En realidad, este �ltimo suceso precipit� la sentencia esperada para escarmentar al autor de la nota. El muchacho no obstante el inadecuado procedimiento utilizado para sus fines de notoriedad, puso, en evidencia su talento y preparaci�n para poder ocupar mejor situaci�n dentro del diario. Mas el incidente provocado por Yerovi contribuy� a agravar el conflicto en que se hallaba implicado Jos� Carlos. En este estado de cosas, y sabedor Guzm�n y Vera de que Mari�tegui no fue quien destruy� el mueble, sino Yerovi, intercedi� ante el Director en descargo de aquel, para lo cual fue portador de una carta escrita de pu�o y letra por Jos� Carlos. Al leerla Ulloa y comprobar lo bien concebida y elaborada que estaba, no pudo contener su enfado nuevamente. Otra vez pon�a en tela de juicio el mensaje del aprendiz; don Carlos Guzm�n y Vera tuvo que garantizar la autenticidad de la carta escrita por el propio Mari�tegui. Ulloa ante la declaraci�n de su Jefe de Cr�nica, no pudo dejar de disimular la complacencia de contar con un excepcional aficionado a las buenas letras (78). Y acto seguido, liber� a Jos� Carlos del castigo impuesto. En este trance, sin lugar a dudas, debi� recordar la advertencia que le hiciera el Dr. Fl�rez sobre el talento del joven aprendiz de periodista.

Despu�s de esta aclaraci�n oportuna, Mari�tegui volvi� a "La Prensa", donde no obstante haber puesto de manifiesto su garra de redactor, le estaba prohibido escribir en el diario sin permiso. Y si deseaba hacerlo -ten�a advertido don Alberto, como dando a comprender que estaba expedito su derecho- deber�a recabar el correspondiente visado de la Direcci�n. Se�alemos, por si hiciera falta, que la cr�nica result� una revelaci�n sorprendente. Toda vez que eran contados los miembros del peri�dico �me refiero a los redactores que pod�an hacer notas, con la calidad y fluidez comprobada en Mari�tegui. De lo cual se deduce que �ste calcul� bien el tiro. En efecto, apenas transcurrieron dos meses, luego de vencer su retraimiento, Jos� Carlos entreg� a Alberto Ulloa (hijo del Director) la segunda cr�nica -firmada siempre con el seud�nimo de Juan Croniqueur-, que sali� con la aprobaci�n de la m�xima autoridad de "La Prensa", don Alberto (79). Por debajo de todo ello, segu�a empleando el seud�nimo de Juan Croniqueur no por razones de pose o capricho literario, sino por las inseguridades interiores que le produc�an las preguntas respecto a su relaci�n familiar con los Mari�tegui de "alto copete". Ced�a, pues, a la evasi�n que le produc�a no poder contestar con propiedad sobre este asunto tan escabroso.

Ahora bien, pasemos a examinar el contenido de una y otra colaboraci�n -la clandestina y la legal- para conocer las preocupaciones que despertaban por aquella �poca el inter�s de Jos� Carlos. Tenemos en una de ellas -la primera cr�nica-, ciertos comentarios sobre la pol�tica republicana eh Espa�a y en la otra, el tema acerca de las modas femeninas. Estos dos aspectos estaban vinculados a Mari�tegui. Precisamente en el diario se dedicaban a revisar los peri�dicos extranjeros, que llegaban por concepto de canje, donde se informaba de las principales noticias del exterior. Por otra parte -como estamos enterados-, desde muy ni�o tuvo relaci�n con las revistas de modas debido al oficio de costurera que ejerc�a do�a Amalia. Ello explica los asuntos que hubo de preferir para publicar ambas cr�nicas.

Importa saber en relaci�n con la primera nota aparecida en "La Prensa", que cierto d�a al leer Jos� Carlos una revista hisp�nica, se dio de improviso con una semblanza biogr�fica de Pablo Iglesias (1850-1925), socialista espa�ol cuya vida descrita all� ten�a gran similitud con su propia vida (80). Este hecho singular le hizo cobrar simpat�a por aquel personaje peninsular, tambi�n, esgrimir su pluma para salir en su defensa al ser atacado por el radical republicano Alejandro Lerroux (1864-19.. ?) en Espa�a.

El art�culo inserto en la publicaci�n le�da por Mari�tegui no ha podido ser localizado, por carecerse de los datos acerca de la revista en referencia. Mas de acuerdo con los testimonios de Armero y Guzm�n y Vera, que coinciden uno y otro en cuanto al tema que tra�a y que versaba sobre los rasgos biogr�ficos de Pablo Iglesias, nos hemos remitido para subsanar la falta de este ejemplar a la Enciclopedia Universal Ilustrada Europeo-Americana, Madrid, Espasa Calpe, S. A. (t. XXVIII Primera parte, p. 940-941) que efectivamente confirma en la informaci�n que ofrece, lo dicho por los periodistas que escucharon de Mari�tegui la ocurrencia. He aqu� la s�ntesis de la vida de Iglesias: "Era hijo de una modesta familia obrera y hu�rfano de padre. En su infancia, se dedic� al trabajo para ayudar a su madre a ganar el pan cotidiano, entrando, al efecto, a una imprenta de Madrid, a donde se hab�a trasladado siendo ni�o. Iglesias es en su instrucci�n, en su educaci�n v en sus costumbres un producto del taller. No hab�a cumplido a�n veinte a�os cuando s� alist� en la secci�n tip�grafos de la Federaci�n madrile�a de la Asociaci�n Internacional de los Trabajadores. Desde entonces Iglesias no se ha separado jam�s del movimiento obrero, cualquiera haya sido la forma adoptada por �ste en sus sucesivas evoluciones. Elegido, diferentes veces diputado a Cortes por Madrid, ha sido el primero que se ha sentado en los esca�os del Congreso con car�cter socialista. Ha sido objeto de muchas persecuciones por sus ideas, habiendo sufrido algunas prisiones...".

Mari�tegui identificado con esta figura singular -en su primera cr�nica como ya hemos consignado la referencia- escribe: "... quien como Pablo Iglesias ha dedicado y dedica hoy como ayer, su talento y aptitudes luchando por la causa republicana, no merece pues, el calificativo infame de traidor, con que se le obsequia..."(81) (alude a Lerroux y a otros radicales, quien acometen con ensa�amiento contra Iglesias).

Siguiendo el curso de las publicaciones de Jos� Carlos, todav�a resta a�adir que, al d�a siguiente de aparecida la segunda cr�nica, sale la tercera de la estampa en la edici�n de la tarde en "La Prensa" -primera p�gina- (82), lo cual constituye una distinci�n para un colaborador que se inicia.

Los testimonios de Guzm�n y Vera, Ulloa (hijo), Vargas Marzal, Armero y Revoredo ayudan a hacer m�s veros�mil el tr�nsito le Mari�tegui por "La Prensa". A trav�s de ellos podemos observar, que �ste se hallaba ansioso de todas las experiencias e investigaciones. Era Jos� Carlos un hijo de su propio esfuerzo. Y encontr� en e1 diario, en cierta forma, el lugar adecuado para completar los conocimientos que, con denodado vigor, iniciara en su infancia. Su paso por los talleres en calidad de obrero y luego de empleado, constituyen una lecci�n de primer orden. No obstante la rudeza de la labor que desarrollara en una y otra actividad, no fue tan penosa para �l que estaba acostumbrado al dolor. Desde su ni�ez -volvemos a repetir- escogi� como forma de existencia el hero�smo. Aunque por alg�n tiempo ha de ponerse al margen de esta actitud, para vivir dentro de un mundo artificioso y decadente.

Cabe aqu� citar para ampliar las informaciones anteriores, la versi�n de Gast�n Roger -periodista de "La Prensa"-: "... un d�a, se cuenta, un cronista mundano olvid� sus deberes y no acudi� a la redacci�n. La falta se produjo en momento dif�cil, y de pronto los compa�eros del ausente encontraron que era menester substituirle de inmediato. Mari�tegui se brind� para la empresa. Se le acept� con recelo, se le admiti� porque era poco menos que imprescindible, y enseguida el ni�o triste, en medio del descontento un�nime, ejerc�a a maravilla su complejo compromiso. Fue un trabajo de periodista de gran precio, el epifonema magn�fico que cristalizaba largas horas de expectante vigilia, de encendida vocaci�n fervorosa, y la revelaci�n se impuso incontrastable: en el adolescente peque�o y lisiado vibraba un grande armonioso escritor. A continuaci�n, como el sentido de la actualidad le tentara en su intuici�n literaria, se dio con empe�o al comento y la glosa de todo lo local y todo lo extra�o, y tuvo, para lo uno y para lo otro, para el an�lisis del cr�tico teatral, para la captaci�n del lejano suceso drol�tico, para la iron�a del acucioso gacetillero pol�tico, para la narraci�n de la escurridiza aventura cablegr�fica, las nobles y permanentes calidades que, la facultad paradislero del periodista, m�s habr�n de distinguirlo, con el transcurso de los a�os, en su vasta producci�n exeg�tica: una penetraci�n aguda, una n�tida claridad de expresi�n, vibrante dominio de la s�ntesis..."(83).

Mari�tegui al fin es ascendido, va a ocupar el cargo que deja vacante Hermilio Valdiz�n (1885-1929). Este acababa de recibirse de M�dico-Cirujano (frisaba los 25 a�os de edad) y con tal motivo fue enviado por el Gobierno de la �poca a Europa para perfeccionarse en la especialidad de psiquiatr�a. All� hubo de permanecer casi una d�cada, pasando la mayor parte de este tiempo en Italia. Valdiz�n era un excelente cronista policial y de �l aprendi� Mari�tegui la experiencia y conocimiento en esta faena informativa. Vino a ser el tercer amiga y maestro que tuvo Jos� Carlos: antes lo precedieron Campos y Alfredo. Ya promovido a cronista, Mari�tegui se ocupa de las informaciones policiales: asesinatos, incendios, robos, atracos, suicidios, accidentes, etc. Llegados a este punto, era tal la afici�n por aprender el oficio en Jos� Carlos, que Cisneros, Yerovi y Guzm�n y Vera hablan con el Director para que se le d� un puesto de mayor responsabilidad en la Redacci�n. Entonces, se encarga -por disposici�n del propio don Alberto fundamentalmente de seleccionar y revisar el material que llega, eligiendo las noticias que, intuye, preferir�a el p�blico local. El mismo confiesa, que escribe en cualquier parte y a cualquier hora (84). Trabaja d�a y noche, demostrando voluntad y denuedo en el cumplimiento de su misi�n. Facilita su labor, el hecho de poseer un pensamiento claro y �gil y buena memoria. De all� su destreza en la pr�ctica profesional. Por otra parte, Jos� Carlos se siente satisfecho de saber que contribuye a influir y a orientar a la opini�n p�blica. En tal sentido, se advierte el deseo de aspirar a obtener una concepci�n del mundo y de la vida. Procura conformar su personalidad sobre una base cada vez m�s amplia. Es conveniente tener presente que Mari�tegui empez� a formarse, leyendo y escribiendo antes de ingresar al peri�dico. Tra�a, pues, una base literaria lograda mediante arduo aprendizaje. Esta afici�n influye en sus cr�nicas y art�culos, los cuales sin embargo son concisos y sobrios. Se puede distinguir su preferencia por la cr�nica, que viene a ser una especie de ensayo breve. De aqu� se vislumbra el comienzo de su vocaci�n de ensayista. Hemos de admitir -seg�n afirma Hugo Rodr�guez Alcal�que el ensayo es el g�nero fronterizo entre la did�ctica y poes�a. Ello explica a las claras el porque Mari�tegui devino en ensayista. Si tomamos en cuenta que tras el poeta est� el periodista, o sea el orientador de la opini�n p�blica -lo did�ctico-, tenemos el binomio requerido para su vocaci�n de ensayista. No olvidemos, por otro lado, a guisa de antecedente para su formaci�n, las constantes lecturas de los libros de Graci�n, uno de los maestros del mencionado g�nero. Por esa �poca, precisamente, abrigaba la idea de ser columnista del diario, igual que Luis Fern�n Cisneros, Jefe de Redacci�n, quien escrib�a la secci�n "Ecos". Admiraba Jos� Carlos la elegancia con que trataba "El cabez�n" -como se le llamaba a Cisneros en ese entonces- los diversos temas cotidianos. Adem�s, se sent�a atra�do por la t�cnica y el buen gusto que empleaba para hacer los encabezamientos efectistas del diario, las cr�nicas, los comentarios, cr�ticas de teatro y editoriales (85). Era indiscutiblemente para Mari�tegui, su maestro en la cr�nica literaria y en periodismo. Observaba y preguntaba el aprendiz a Cisneros, tratando de arrancarle los secretos del oficio. "El cabez�n", entonces, cari�osamente le aconsejaba que leyera a Unamuno, Azor�n, Dar�o, Garc�a Calder�n, G�mez Carrillo, Nervo y que consultara con los j�venes redactores y contertulios del peri�dico (86). Le�a las "Informaciones pol�ticas" de La Jara, las "Cartas de mi tierra" de Valdiz�n, las "Cr�nicas alegres" de Yerovi.

Por lo que observamos, no era f�cil la carrera de periodista ni mucho menos susceptible de ser tomada con superficialidad. El periodista deb�a pasar por un laborioso per�odo de aprendizaje antes de hallarse en condiciones de que se le confiara un cargo de responsabilidad.

Dentro de esta, etapa de autoformaci�n para Jos� Carlos, su ambiente espiritual lo viene a constituir "La Prensa". All� habr� de aprovechar, en primer lugar, las, orientaciones de Cisneros, Yerovi, Valdiz�n, y, tambi�n, las reuniones a las cuales concurr�an Alberto Ulloa Sotomayor, a la saz�n Secretario particular del Director, Alfredo Gonz�lez Prada, Federico More, Abraham Valdelomar, Enrique Bustamante Ballivi�n, F�lix del Valle (1892- 1955). Antonio Garland, Alejandro Ureta (1886-19 ?), C�sar Falc�n, Pablo Abril de Vivero (1895- ) quienes sosten�an eruditos debates acerca de las corrientes literarias en boga. Asist�a a este tipo de tertulias Jos� Carlos sin intervenir en ellas directamente, pero llevaba su cuaderno de apuntes donde anotaba las met�foras, las palabras desconocidas a que se refer�an los literatos convertidos en periodistas durante el curso de la discusi�n. Todos ellos favorec�an al "cojito" Mari�tegui con entradas al teatro o al cine. Aparte de aclararle algunos pasajes de la conversaci�n sostenida en esa especie de �gora (87). Estimulado por esas charlas aleccionadoras, Jos� Carlos dedica todas sus fuerzas al perfeccionamiento de su saber, frecuentando la Biblioteca Nacional, dirigida por don Ricardo Palma, para leer con sana man�a y familiarizarse con ciertos valores y ciertas variedades literarias en su empe�o de alcanzar el nivel intelectual del grupo de periodistas bohemios y eruditos del cual resultaba ser el benjam�n. Simult�neamente a esta actividad did�ctica, se entregaba a revisar todas las ma�anas la prensa extranjera -espa�ola y francesa-, empleando en la lectura el franc�s aprendido en la infancia.

Pasemos a otro aspecto de la vida de Mari�tegui. Lo curioso del caso es que all� en el propio diario tendr� que tolerar con resignaci�n las preguntas imprudentes de siempre y para las cuales -como hemos observado en situaciones an�logas- carec�a de la respuesta adecuada. Las preguntas no surgen en forma casual, por cierto, sino debido a que don Alberto Ulloa Cisneros y su pariente "El cabez�n" Cisneros (Luis Fern�n) estaban relacionados con el padre del novel periodista por el apellido Cisneros. Adecir verdad, ni uno ni otro conoc�an el grado de parentesco d� Jos� Carlos con el Mari�tegui vinculado a ellos. El silencio guardado por aqu�l fue de lo m�s expresivo en este asunto, sobre todo para poner fin a la impertinente indagaci�n originada por sus superiores. Volveremos a este tema m�s adelante.

Observemos, pues, c�mo los d�as duros vividos por Mari�tegui van quedando atr�s. Conquistada una mejor posici�n econ�mica se va a vivir �ste a otro lugar con su familia. Por consiguiente, busca mayor desahogo y comodidad. Mientras habitaron en Le�n de Andrade que, por otra parte, resultaba la casa estrecha, h�meda y falta de luz, se ensa�� la desventura para con la familia de Jos� Carlos. Trasladado al jir�n Arica (calle La Palma) n�m. 264, altos (88), ven�a a quedar m�s cerca de la casa de la hermana mayor, Guillermina, casada con el militar Cavero, quien ocupaba el principal de una vivienda -desde hac�a unos pocos a�os- situada en la calle de la Soledad n�m. 118 (89), a escasa distancia del Convento de San Francisco y no muy lejos de la residencia de don Nicol�s de Pi�rola (calle del Milagro n�m. 71, altos).

A prop�sito, por esos d�as -corr�a el a�o 1911- el Califa dem�crata sufr�a los rigores de la dictadura legui�sta, que lo obligaba a estar recluido dentro de su propio hogar y echar de menos a sus hijos; uno ausente de la Patria condenado al ostracismo, y el otro, encarcelado a ra�z de los acontecimientos del 29 de mayo de 1909.

Eran los tiempos en que todav�a Jos� Carlos, pose�do de un sentimiento religioso innato, acud�a donde su confesor y director espiritual para darse �nimo frente al problema psicol�gico del encuentro con el padre que va a abarcar todo el per�odo de su adolescencia. En este sentido, sabemos pues cu�les son las fuerzas impulsoras que lo hacen obrar, pensar y sentir con respecto al destino de su predecesor. Del padre se hab�a forjado Mari�tegui un ideal, aunque impreciso. De todas maneras, estaba informado que descend�a aquel de un gran hombre (el pr�cer de la Independencia y esclarecido liberal de la �poca). Por estas razones confund�a a su progenitor con un h�roe o figura ejemplar. Y tal concepci�n se extend�a a toda la familia por la rama paterna.

Quiz�s si la busca de Dios -sin excluir, por cierto, la que hiciera en  su ni�ez para aplacar el dolor f�sico- a la que alude Jos� Carlos haber partido desde muy temprana edad (90), en el fondo la identifique con la b�squeda de su padre. Es posible que Dios en este caso fuera substituido inconscientemente por la figura paterna. Por mucho tiempo debi� Mari�tegui haber meditado sobre el vers�culo de San Mateo (Mt. 23-9): "No llamen padre a nadie en el mundo, porque tienen uno s�lo, el padre del cielo". La identificaci�n, despu�s de todo, viene a purificar las acusaciones de hereje que pesan sobre su genitor que en m�s de una oportunidad las escuchara proferir de labios de su propia madre.

Llegados a este punto del complejo problema psicol�gico que embarga la vida de Jos� Carlos, veremos ya que no habr� de encontrar alivio en las palabras de su confesor y gu�a espiritual. A no dudarlo, al religioso le faltaba la necesaria comprensi�n para orientar a su disc�pulo. Es as� como intenta alejar a Mari�tegui de sus preocupaciones mediante argumentos triviales y cargados de cierta ingenuidad y torpeza. Jos� Carlos, dotado de mayores alcances para penetrar en las almas, infiere sobre los consejos del sacerdote, que tienden a desviarle de la ruta hacia al autor de sus d�as. Supone que ello se daba a la condena que pesa sobre �ste por ser descendiente de un hereje. Incluso el propio Mari�tegui ten�a el mismo origen, pero para el confesor estaba m�s propenso a la salvaci�n que sus parientes. De modo que guardaba especial prevenci�n para todo aquello en lo cual Jos� Carlos denunciara una inclinaci�n dudosa o proclive a lo imp�o. Ejemplifica este hecho, la censura que recibe Jos� Carlos por las visitas que realiza a la casa de los Gonz�lez Prada y por la admiraci�n que profesa por las haza�as de Luis Pardo. Y como este tipo de tentaciones persistieran en �l, no obstante las penitencias que hubo de cumplir, Mari�tegui se fue ausentando de su director espiritual. Esta determinaci�n le conduce a confiar s�lo en s� mismo y con ello a darle significado a su existencia dentro de la esperanza de hallar a su padre.

Planteada as� la situaci�n, observamos que el esp�ritu de Mari�tegui sent�a la necesidad de ser exclusivamente �l quien diera con la verdad sobre su progenitor. Estaba resuelto a seguir los caminos vedados y escabrosos con tal de resolver la problem�tica que le inquietaba. Por entonces se acent�an, aunque d�bilmente, los valores b�sicos del cristianismo. En efecto, entre los elementos que contribuyen a favorecer esta inquietud, se hallaban el estar informado que su bisabuelo -el pr�cer de la Independencia- hab�a vivido divorciado del culto externo de la Iglesia. A ello ven�a a a�adirse, la lectura de la Divina Comedia, el conocimiento de la vida de Mazzini, la pr�dica de Gonz�lez Prada y las charlas de los catequizadores anarquistas, sus compa�eros en los talleres de "La Prensa", quienes impugnaban a la Iglesia por haber desnaturalizado las ense�anzas primigenias del cristianismo. Estos antecedentes sumados a la idea del distanciamiento de los suyos �me refiero a la rama paterna- del catolicismo, conducen a Jos� Carlos por la senda del reencuentro con los principios intangibles del cristianismo. En realidad, al pugnar por el retorno a la esencia fecunda del legado de Jesucristo, estaba en cierta forma coincidiendo con el pensamiento de sus familiares (los Mari�tegui). En este caso, s�lo se trataba del bisabuelo porque los descendientes de �ste eran contrarios a tal actitud her�tica. Mas Jos� Carlos -influido por la madre- identificaba la posici�n de su abuelo segundo con la de toda la parentela por esa l�nea. Error que despu�s vendr� a rectificar. As� transcurre la pugna por ser y afirmarse en la irrenunciable identidad personal, cuyo logro, tan s�lo, lo alcanzar� mucho m�s adelante.

El adolescente Mari�tegui estaba inmerso en este problema, cuando llega el d�a de la amnist�a concedida el 1� de octubre de 1911 a los Pi�rola. Suceso pol�tico que sacude el letargo del pueblo lime�o. Inmediatamente don Nicol�s se echa a la calle, abandonando su reclusi�n obligada, para escuchar la misa de 11 de la ma�ana en la Iglesia de San Pedro. Durante el trayecto fue seguido desde su domicilio -situado en el Milagro- hasta el templo por una espont�nea manifestaci�n popular (91), que luego lo escolta de regreso a su casa. All� estar� presente Mari�tegui. Y tambi�n, Cisneros, La Jara, Yerovi y los Bustamante Ballivi�n, periodistas partidarios de Pi�rola, por quienes Jos� Carlos ten�a viva simpat�a. Al poco tiempo de esta cari�osa demostraci�n se sucede otra, con motivo del retorno del Ecuador de don Isa�as de Pi�rola (11 de octubre), el hijo mayor de don Nicol�s. Mari�tegui participa en la bienvenida que le da el pueblo de Lima. Y luego, se dirige con la multitud al domicilio de los Pi�rola; all�, desde la calzada, sumamente emocionado, habr� de contemplar la pat�tica escena del reencuentro de padre e hijo, "quien hab�a hecho la Revoluci�n del 29 de Mayo de 1909 (junto con don Carlos de Pi�rola, su t�o carnal y de su hermano menor, don Amadeo) ... El viejo estrechaba (se refiere a don Nicol�s) con sus brazos y sus manos d�biles y nervudas, al hijo robusto y plet�rico. La barba blanca se posaba acariciadoramente sobre la cara de Isa�as. En otros instantes, �ste besaba fren�ticamente la frente y las mejillas de su padre..."(92). Tal acto conmovedor y de gran amor filial, produce en Mari�tegui honda congoja. Nunca como en ese momento, pens� con m�s intensidad en su progenitor. Aquel hecho repercuti� sobre Jos� Carlos y fue un incitante para la indagaci�n acerca del paradero de su padre.

Mas la impresi�n causada por aquel recibimiento, la asocia Mari�tegui con los progenitores de sus amigos: Juan Manuel Campos, Alfredo Gonz�lez Prada y Alberto Ulloa Sotomayor, quienes prestaban sol�citamente ayuda y consejos a sus hijos. En cambio, Jos� Carlos se sent�a poco menos que en la orfandad. Necesitaba el amparo paterno. Y no pudiendo resistir tal impulso que brotaba desde el fondo de su alma, recurre al t�o -don Juan C. La Chira, hermano de Amalia-, quien conociera y tratara a su progenitor. Recordemos que �ste ya hab�a tenido ciertas confidencias sobre este asunto con Mari�tegui. Don Juan sol�a venir de tarde en tarde a Lima, pues �l radicaba en Huacho, donde continuaba explotando el negocio de la talabarter�a.

Jos� Carlos frente al t�o materno, lo asedia con preguntas y repreguntas. La inquietud por penetrar en el misterio en torno a la existencia y destino de su predecesor, lo impulsa a cifrar su esperanza en el di�logo con el pariente. Colocado el t�o en esta circunstancia, no sabe si rehuir o encarar el problema. Piensa simult�neamente en la respuesta al adolescente y en la disculpa que habr�a de darle a la madre do�a Amalia. Implicado en este drama personal no alcanza a ver la salida satisfactoria y precisa para una (su sobrino) y otra parte (su hermana). Al fin cede ante la insistencia de Jos� Carlos:

-S�lo quiero que digas aquellas cosas que me contabas -implora el joven- cuando yo era ni�o con respecto a mi padre. �Te acuerdas, por cierto, en los d�as de la Cl�nica?

-Ya lo creo -responde el t�o- y t� sabes que era �l un hombre aristocr�tico, distinguido y muy derrochador. �Ah!, recuerdo que usaba las mejores monturas de Say�n. Las mismas que eran confeccionadas en nuestro taller, y yo -apunta don Juan- me esmeraba en el trabajo de ellas por las espl�ndidas propinas que sol�a darme tu padre.

Jos� Carlos impaciente y lleno de ansiedad, interrumpe a su interlocutor:

-Dime, �c�mo se llamaba?

-"Lo conoc�amos por Francisco Eduardo Mari�tegui Zapata" (93).

-Qu� raro -arguye el sobrino-, nadie lo identifica por esos nombres y apellidos.

Ante el giro que amenazaba tomar el di�logo, el t�o en forma cortante, agrega:

-"Por favor, sobre este punto no dispongo de mayores datos".

Salvado el escollo, al cual intentaba dirigirlo Jos� Carlos, reacciona y desv�a la conversaci�n a otro aspecto:

-"Eso s�, tu padre ten�a figura atl�tica y hab�a que verlo cuando jineteaba. En el pueblo era diestro y nadie le ganaba en las competencias".

De pronto don Juan qued� en silencio. Se imagin� que estaba estableciendo, indirectamente, comparaci�n entre aqu�l hombre de rebosante vitalidad -el padre- y la figura desmirriada y d�bil de su obsesivo sobrino.

Despu�s de breve lapso, el t�o prosigue:

-"Ahora escucha Jos� Carlos, no quiero conflictos con tu madre. Lo que hemos hablado entre t� y yo, es cosa de hombres. �Entendido?"

-As� es -responde el adolescente-, pero deseo escuchar algo sobre el lugar donde radica mi padre.

-"Mira muchacho, la verdad es que no conozco si vive o est� muerto; la �nica persona enterada del asunto, es tu madre y tu sabes que no lo revelar�".

-"Pero espera, d�jame recordar, �l -habla del padre de Jos� Carlos est� emparentado con los Mari�tegui, personajes que figuran en el Jockey Club de Lima y son nada menos que propietarios del Stud "Alianza" (se refiere a Foci�n Mari�tegui -hijo del General del mismo nombre y apellido- y a Luis Rodr�guez Mari�tegui (94). Este dato me lo dio Rafael S�nchez Concha, quien fuera testigo de bautizo de tu hermano Julio. Y adem�s, es gran amigo de casa (95).

Jos� Carlos escucha casi con unci�n esta confidencia, que le abre una pista m�s precisa para llegar a culminar su prop�sito.

Interesa se�alar que, desde el momento que obtiene el indicio antes mencionado, se despierta en Mari�tegui -siguiendo los pasos de los allegados al padre ausente- el inter�s por las carreras de caballos. No le es dif�cil encontrar ciertas circunstancias favorables para la b�squeda emprendida. Enterado de la afici�n de Campos por la h�pica, habr� de concurrir en su compa��a al Hip�dromo de Santa Beatriz. All� lo vemos dedicarse, t�midamente, a observar la tribuna de los socios del Jockey Club y a indagar por los caballos y los propietarios. A la vista salta, que algo quiere descubrir el novel periodista. Por ese tiempo Juan Manuel hab�a retornado a "El Comercio" -diario del cual saliera para trabajar en "La Prensa"-, pero prosegu�a con la amistad entra�able de Jos� Carlos, quien a menudo almorzaba o com�a en la casa de aqu�l. Campos requerido por la persistencia de su ex-disc�pulo, habr� de continuar suministr�ndole mayores detalles sobre el espect�culo h�pico y sus personajes (96), que recoger� �vidamente.

Semejante tipo de preocupaci�n en este aficionado respond�a, desde luego, a posibilitar indirectamente la localizaci�n del padre, convertido a la saz�n en su arquetipo. Mari�tegui no hab�a heredado nada de �l, espiritualmente hablando, a no ser la tendencia aristocr�tica y la vanidad. Mas, por encima de todas las cosas, se hallaba identificado con su progenitor, en cambio su hermano Julio C�sar lo estaba con la madre.

Deteng�monos en el aspecto relacionado con el influjo que ejerce el padre sobre su hijo. Jos� Carlos impregnado del testimonio vertido por el t�o -sintetizado en un sencillo intento de asociaci�n: era un hombre aristocr�tico y usaba las mejores cabalgaduras del pueblo- hab�a empezado a imitar del autor de sus d�as, el dandysmo y lo snob (97) para sentirse, indudablemente, m�s pr�ximo hacia quien estaba por creer inexistente. Esta actitud lo lleva a Mari�tegui a una dualidad, caracterizada por la existencia de dos estratos: entre s� mismo y el exterior. Ambos lo impulsan y dirigen, a veces, en forma desesperada y contradictoria. Y as� observamos el desplazamiento de su vocaci�n heroica por el estado de frivolidad manifiesta. El elemento que subsiste en contra del mundo superficial que vive Mari�tegui, es la subconsciencia que pugna por restituirle a su verdadero destino. Si nos retrotraemos a su ni�ez -all� donde se genera una fuerza propia, basada en la tradici�n religiosa que exalta la madre y las supervivencias m�ticas de sus predecesores por la l�nea materna-, podemos vislumbrar una etapa m�s aut�ntica y consecuente con su propia vida. De esta manera se comprende la confesi�n del mismo Jos� Carlos, cuando dice: "... El cronista ha o�do a uno de estos predicadores -se refiere a los de la cuaresma-. Ha sentido como el efluvio de los a�os en que la fe ingenua y sencilla de la infancia ten�a alburas de eucarist�a y no hab�a sido a�n salpicada por el fango de la vida ..."(98). De lo que debemos deducir que el proceso de identificaci�n con el padre, aunque extra�o a su esp�ritu, es un tr�nsito en busca de "seguridad, de un modelo, de un ideal de virilidad y de poder".

Durante esta etapa predominantemente insubstancial se hacen presentes

en �l nuevos y extra�os estados de conciencia, ya en sus escritos o actitudes. Es innegable que ejerce singular atracci�n sobre Jos� Carlos el alto mundo social, con su elegancia, sus convenciones y jerarqu�as. Y no pod�a ser otra, por cierto, la senda escogida para acercarse a los suyos, pues los familiares -objetivo y en cierta forma paradigmas- disfrutan de ventajas pol�ticas y econ�micas. Para estos personajes lo m�s importante era la "posici�n", el asiento, el bien material, el poder. Sin que por ello dejaran de presumir de abolengo e hicieran remontar su ascendencia a sus quintos abuelos paternos y maternos que vivieron en Espa�a durante los siglos XVII y XVIII.

"En el Per� -advierte Mari�tegui- el arist�crata y el burgu�s blancos, desprecian lo popular, lo nacional, se sienten, ante todo blancos. El peque�o burgu�s mestizo imita. este ejemplo..."(99). Como va a hacerse patente en el propio Jos� Carlos.

Pero volvamos la mirada al estado inmerso o latente que lucha por recobrar el dominio de la conciencia en Mari�tegui. En este sentido recurrimos el art�culo publicado en "La Prensa", intitulado: La semana de Dios (100), trabajo en el cual podemos hallar un atisbo de cr�tica al culto externo de la Iglesia cat�lica. De la cr�nica fluye un verdadero sentimiento cristiano y una especie de censura a las pr�cticas profanas en las ceremonias religiosas, que ven�a preocupando a los cat�licos de profunda fe cristiana. Al respecto dice Jos� Carlos, que "la semana santa" ha perdido mucho de la pompa de sus ceremonias y claro est� que le gusta as� calladamente solemne, porque la quietud y silencio de estos d�as le seduce, y, no encuadra con el esp�ritu que a sus ceremonias debe caracterizar, la alegr�a bulliciosa de las fiestas profanas...". Quiz�s si recuerda, por otra parte, la tranquilidad conventual de los meses que pasara en la Maison de Sant�. Adem�s le atrae desde esa �poca el ambiente m�stico y de recogimiento. Muchas son las veces que �l se refugia, buscando la paz y la serenidad propicias para la meditaci�n, en algunos conventos de frailes amigos.

La verdad es que se vive una etapa de honda renovaci�n social y pol�tica y de verdadero decaimiento del sentimiento religioso. El propio Padre Jorge Dintilhac SS.CC. advierte este estado de cosas, cuando dice: "all� en 1916 parec�a que la fe cat�lica estuviera a punto de desaparecer de las altas esferas sociales e intelectuales de Lima y del Per�. Los colegios religiosos que entonces exist�an trabajaban con muy escaso fruto, pues la mayor�a de sus alumnos al poco tiempo de haber abandonado las aulas escolares, se declaraban ateos, o por lo menos indiferentes en materia religiosa (101). Y por cierto que a esta situaci�n contribu�a, como dice Roger du Gard, por intermedio de uno de los h�roes de su novela, toda la ciencia moderna -que se hallaba en contradicci�n con la fe-, las filosof�as, las leyes, las costumbres, etc."

Y Mari�tegui frente a esta crisis reacciona al preconizar la vuelta al cristianismo primigenio. As� su ansia de conocimiento y creaci�n, trasuntan estos estados contradictorios. Confronta -como hemos venido se�alando- el problema del padre ausente en los a�os de mayor necesidad y respaldo de �ste. La identificaci�n es total con su predecesor, a tal punto que todos le encuentran parecido f�sico y de car�cter. Aunque la tristeza, el estado de �nimo m�s constante en Jos� Carlos; lo diferencia de aqu�l.

Volviendo al pierolismo de Mari�tegui, conviene recalcar aqu� que esta actitud en �l no era ajena de ninguna manera a la b�squeda del padre. Si hacemos un breve examen de su conducta, encontramos que la devoci�n por don Isa�as (de Pierola) no estaba exenta de los mismos elementos que le induc�an a sentir admiraci�n por don Luis Pardo (el "bandolero rom�ntico") y por Alfredo Gonz�lez Prada (102). El denominador com�n de esta simpat�a radicaba en el porte heroico de estos personajes y comportamiento de los mismos para con sus progenitores. Dualismo indivisible de h�roes e hijos. Establecida, pues, la relaci�n que hemos aludido entre aquellas personas y su caso particular, recordemos que Jos� Carlos descend�a de un gran hombre (don Francisco Javier Mari�tegui y Teller�a, pr�cer de la Independencia Patria). De modo que toda figura legendaria que tuviera cierta semejanza con la situaci�n que confrontaba, le era familiar y de hecho ejerc�a profunda atracci�n sobre �l. Sabido es que dentro de esta doble percepci�n: ascendencia heroica y progenie dispuesta a redimir a sus predecesores, Luis Pardo hab�a vengado la muerte de su padre; don Isa�as pugnaba por reivindicar los derechos que le asist�an a su ilustre progenitor; y Alfredo defend�a ardorosamente la libertad de pr�dica doctrinaria para su padre. Ante tales ejemplos de amor y veneraci�n paternales, Mari�tegui se sinti� identificado con estos arquetipos de hijos. Ahora bien, el influjo de ellos le hicieron presentir a su vez que estaba llamado a hacer algo parecido por su propio padre ausente. Entonces, inflamado por esa extra�a combusti�n, le angustiaba no conocer la verdadera situaci�n de su genitor. Se notaba en Mari�tegui un visible af�n de cumplir igual haza�a que los personajes que admiraba en amparo de su padre. As� se puede explicar su aproximaci�n a Pi�rola, que viene en cierta forma a constituir uno de los hitos en el itinerario por desentra�ar el misterio en torno a la existencia del autor de sus d�as. Viv�a en un estado de desventura y frente a la necesidad de su esp�ritu de acercarse al padre.

Hacia fines del a�o 1911 empieza a agudizarse la agitaci�n pol�tica en el pa�s. Legu�a no cejaba de gobernar con mano dura (1908-1911) y manten�a en prisi�n a distinguidos miembros del Partido Dem�crata -entre ellos, estaban Carlos y Amadeo, hermano e hijo, respectivamente, de don Nicol�s de Pi�rola- comprometidos en la fallida conspiraci�n de 1909. Por entonces, los estudiantes ganados por la oposici�n al r�gimen sal�an a las calles para pedir amnist�a en favor de los detenidos pol�ticos. Mientras tanto, el proletariado daba muestras de sus primeras inquietudes promoviendo huelgas y actos de protesta para alcanzar mejores niveles de vida.

Dentro de este clima pol�tico-social, el gobierno de Legu�a, pr�ximo a terminar su per�odo presidencial, se preparaba a imponer un candidato oficial como su sucesor. El hombre escogido era don Antero Asp�llaga (1849-1927), poderoso latifundista del departamento de Lambayeque y conspicuo miembro de la clase dominante del pa�s. El civilismo �agrupaci�n pol�tica de la oligarqu�a que detentaba el poder- se aprestaba a ganar las elecciones de 1912 utilizando, como siempre, los m�s vedados procedimientos "democr�ticos": la intriga, el fraude y la fuerza. En efecto, la oligarqu�a, aparte de dominar la Junta Electoral Nacional que estaba integrada en su gran mayor�a por partidarios del candidato oficial, se hallaba experimentada con sucesivos triunfos sobre la voluntad popular. Ejemplifica estos hechos entre otros, la imposici�n de sus candidatos presidenciales: Jos� Pardo (1904) y Augusto B. Legu�a (1908). Ahora bien, la clase directora inquieta por la creciente popularidad de Pi. rola, recurr�a nuevamente a sus viejas tretas pol�ticas destinadas a burlar las aspiraciones del pueblo que estaban cifradas en la victoria del anciano caudillo dem�crata. As� en v�speras del a�o 1912, el civilismo se preparaba para llevar a Asp�llaga a la Presidencia de la Rep�blica. Este personaje constitu�a de por s� una garant�a para la clase privilegiada. En cambio Pi�rola -aunque de ideas conservadoras como aqu�l- despertaba recelos y temores no por �l mismo, sino por la multitud que le segu�a con verdadero recogimiento y con la esperanza en una vida mejor. Hay que comprender que el civilismo todav�a no estaba ducho en los menesteres de tener que hab�rselas con el pueblo y con programas de seducci�n. En una palabra, resultaba una fuerza anacr�nica y carente de sensibilidad social. Es por esta raz�n que el civilismo propiciaba en todo momento la pol�tica de sal�n: all� desde donde c�modamente pudiera maniobrar con astucia y habilidad para imponer su criterio retr�grado.

No obstante conocer los m�todos civilistas, Pi�rola acept� tratar con esta agrupaci�n. Y como era de suponer sufri� un serio rev�s en las discusiones de gabinete. Tras dilatadas negociaciones al margen del pueblo, don Nicol�s empez� a perder la confianza de sus amigos y partidarios. El jefe del partido de la mayor�a popular de esa �poca era un hombre extremadamente vanidoso y vacilante. Incluso viv�a orgulloso de su se�or�o y ascendencia aristocr�tica.

Por otro lado, la oligarqu�a civilista que no ignoraba los defectos de su adversario, consigui� -como en anteriores oportunidades (1904 y 1908)- embrollarlo y distraerlo del camino hacia el poder. Era evidente que don Nicol�s carec�a de visi�n pol�tica y capacidad para dirigir a sus adeptos de acuerdo al momento hist�rico que viv�a el Per�. Despu�s de todo Pi�rola no tuvo otra salida que invocar la anticuada f�rmula de que los partidos no necesitaban del poder para colaborar con el progreso del pa�s, porque tambi�n pod�an hacerlo desde la oposici�n.

Perdidas las esperanzas en don Nicol�s, sobrevino de pronto la reacci�n de parte de sus allegados y correligionarios al comprobar �stos la equivocada posici�n asumida por el caudillo dem�crata frente al civilismo. Entonces, en tales circunstancias, cuando todo daba la sensaci�n de estar dominado por la oligarqu�a terrateniente, aparece la figura que encarna el descontento contra la pol�tica conformista y de entreguismo del "Califa": don Guillermo Billinghurst (1851-1915), acaudalado industrial de la zona sur de la Rep�blica.

Billinghurst proced�a de la vieja guardia pierolista y representaba a la burgues�a industrial naciente. Tra�a a la par que una mentalidad nueva y esp�ritu amplio, otras formas de lucha pol�tica. Y este inesperado personaje, en tal situaci�n conflictiva, tuvo el coraje de enfrentarse con el poderoso grupo de la aristocracia terrateniente sacando partido de la multitud y rechazando todo tipo de convenio al urgen del pueblo.

Precisa insistir que esta nueva fase de la lucha pol�tica que introduce Billinghurst -contraria a la corriente conservadora del binomio formado por los partidos civil y dem�crata- viene a ser completamente extra�a y ajena a los m�todos tradicionales utilizados por esos grupos. Se sab�a que Billinghurst -comerciante en Tacna y Arica y propietario de una pr�spera industria minera en Tarapac�- era un hombre de empresa acostumbrado al trato directo con sus obreros y, tambi�n, muy aficionado al estudio de los modernos procedimientos de la t�cnica basada en el mejoramiento de las condiciones de vida del pueblo. Despu�s de todo, respond�a a la formaci�n burguesa que pose�a. Prueba de ello es que la muchedumbre -debido a su preocupaci�n social, desde luego con sus limitaciones clasistas- lo ha de bautizar con el nombre de "Pan grande".

Justamente por aquella �poca (1912) se ven�a operando, aunque en peque�a escala, el crecimiento econ�mico e industrial del Per� con el consiguiente aumento de la fuerza trabajadora (proletariado y empleados), sector que se encontraba descontento y propicio a respaldar todo movimiento ben�fico. Eso s� carec�a de conciencia de clase y, a�n m�s, de objetivo claro y definido para solucionar sus propios problemas. Ni don Manuel Gonz�lez Prada ni los grupos libertarios pudieron influir mayormente sobre este sector social. Sin embargo, el discurso de aqu�l pronunciado el 21 de agosto de 1898, luego de su retorno de Europa, acerca de los Partidos pol�ticos y la Union Nacional, habr� de contribuir a esclarecer la posici�n de las agrupaciones civilista y dem�crata, ambas instrumentos de gobierno de la oligarqu�a poseedora de la riqueza del pa�s.

Fij�monos que de "La Prensa" -empresa organizada sobre bases capitalistas- sale la candidatura de don Guillermo E. Billinghurst. El diario se convierte en �rgano del movimiento billinghurista y en local pol�tico. Es el centro de reuni�n de los obreros, empleados y artesanos partidarios de Billinghurst. Tambi�n acuden los dirigentes de la oposici�n al r�gimen civilista. All� se discute y se toman acuerdos para la batalla electoral.

Desde su mesa de trabajo, Jos� Carlos, silencioso, p�lido y enjuto, observa con indiferencia y ostensible desd�n la actividad en torno a la candidatura de Billinghurst. La verdad es que aqu�l manten�ase fiel a la causa pierolista, en la misma forma que lo hac�an sus maestros de periodismo: Luis Fern�n Cisneros, Jos� Mar�a de la Jara y Ureta y Leonidas Yerovi.

En cambio Abraham Valdelomar, alumno por aquel tiempo de la Facultad de Letras de la Universidad Mayor de San Marcos, ganado �ntegramente por la pol�tica, fundaba en compa��a de otros j�venes estudiantes el "Club Juventud Billinghurista" (103). Mari�tegui como hemos dicho, se mostraba desafecto al populismo, quiz�s si en el fondo, en lo m�s �ntimo de su ser, sent�a temor e inquietud por el desplazamiento de lo aristocr�tico y secular, que significaba el advenimiento de Billinghurst y el populacho que lo segu�a. No olvidemos que la b�squeda del padre lo hac�a aferrarse a aqu�l ambiente anacr�nico.

Rep�rese, por otra parte, que Mari�tegui como periodista del diario "La Prensa" estaba obligado a dar preferencia a las noticias favorables a la candidatura de Billinghurst y disimular los desmanes de los adeptos de este personaje. Tal exigencia proveniente de la l�nea asumida por la empresa period�stica, donde prestaba sus servicios Jos� Carlos, le har� descubrir andando el tiempo -seg�n expresa confesi�n: v�ase cap�tulo V- que la lucha por la vida m�s que la propia vocaci�n lo induce al ejercicio del periodismo. Sin embarg�, en el desempe�o de esta penosa labor informativa, que se hallaba en abierta pugna con su inclinaci�n pierolista, habr�a de tener en compensaci�n el poder intimar con Valdelomar no obstante las diferencias pol�ticas entre uno y otro. Valdelomar a la saz�n era secretario de Billinghurst y, por lo tanto, el encargado de suministrar datos sobre la campa�a electoral de su Jefe a los diarios locales. De all� su frecuente contacto con Mari�tegui. Aunque debemos admitir que por encima de esta cuesti�n meramente circunstancial, Jos� Carlos admiraba al joven literato desde los d�as (1910) en que junto con Alfredo Gonz�lez Prada devoraban las cr�nicas "Con la argelina al viento", en las cuales Abraham describ�a los sucesos referentes a la movilizaci�n militar peruana con motivo del conflicto con la vecina Rep�blica del Ecuador. Luego, trat�ndose de lecturas de este autor, leer� a continuaci�n de aqu�llas, las novelas cortas "La ciudad muerta" y "La ciudad de los t�sicos" -publicadas por entregas en las revistas "Ilustraci�n Peruana" (1911) y "Variedades" (1911)- de inconfundible factura d'annunziana. Ya esto basta para apreciar claramente la direcci�n que seguir� el adolescente Mari�tegui con el influjo de Valdelomar. Pues en �ste, que viene a ser otro de los �ntimos amigos de Jos� Carlos, le atrae "el misterio, la enso�aci�n y el aristocratismo" de su esp�ritu. Atm�sfera que envuelve en esos a�os la vida de Mari�tegui.

A la vez cabe advertir que los compa�eros inseparables de Jos� Carlos, entre los que se distingue Abraham Valdelomar, estimulan en �ste la fuente de energ�a que posee, ayud�ndole as� a sobreponerse de su enfermedad org�nica con su secuela de molestias f�sicas.

Otra vez tenemos que volver sobre lo ya dicho. Mari�tegui en el ejercicio de su actividad period�stica estaba constre�ido a observar determinadas limitaciones que le impon�an los intereses que defend�a "La Prensa". Ciertamente con ello estamos penetrando en el �mbito contradictorio por el cual discurre Jos� Carlos. Aqu� es necesario traer a colaci�n los incidentes pol�ticos que m�s repercuten en �l -por haber abrazado el partido de Pi�rola- , tales como los vej�menes callejeros que sufr�an los dem�cratas por parte de los billinghuristas y la sorpresiva noticia de la prisi�n de los hijos de don Nicol�s (Isa�as y Amadeo) que se produce casi en v�speras del proceso electoral. Mari�tegui contrariado por dichos atropellos, se duele de no poder expresar su voz de protesta. El diario "La Prensa" no aceptar�a una actitud distinta o antag�nica procedente de uno de sus servidores. Pero condenado a convivir en un medio hostil a sus simpat�as pol�ticas y, sobre todo, a silenciar su disconformidad, hay algo que en lo m�s profundo de su ser va registrando todos estos actos que a�n no alcanza a comprender en toda su dimensi�n. As�, en esta etapa de percepci�n, el subconsciente de Jos� Carlos se hace depositario de estas aparentes sinrazones en el mundo regido por la clase dominante.

Luego estas ideas retenidas en el subconsciente de Jos� Carlos, sin haber sido comprendidas de inmediato, se han de desarrollar y apoderarse de �l d�ndole una visi�n m�s profunda de las cosas y de la realidad que lo circunda y lo penetra. En efecto, habr� de revelarse en Mari�tegui un empe�o insobornable de satisfacer la necesidad interior de creaci�n heroica que ten�a latente, rasgo que, por cierto, se�ala el tr�nsito del campo individual a lo social.

Dejemos por ahora tal hecho singular que ser� tratado en el siguiente cap�tulo para dar una ojeada a los sucesos que protagoniza Billinghurst en la pol�tica peruana. "Esa fue la atm�sfera de agitaci�n, de choque, de permanente inquietud -afirma Alberto Ulloa Sotomayor-, en que Jos� Carlos abri� los ojos a la realidad pol�tica del Per�". (104) .

Veamos, pues, c�mo Billinghurst amparado en su creciente popularidad presiona al gobierno de Legu�a, quien no tiene otra alternativa que ceder ante aqu�l. Entonces, el Congreso -con mayor�a adicta al r�gimen legui�sta- elige y proclama a Billinghurst el 19 de agosto de 1912 Presidente de la Rep�blica. Era la primera vez que el pueblo, en forma pac�fica, decid�a el triunfo del candidato de su simpat�a en el Per�. Naturalmente que la victoria de don Guillermo significa para Valdelomar el ingreso a la direcci�n del peri�dico oficial "El Peruano" a partir del 1� de octubre de 1912, cargo que ocupa hasta el 30 de mayo del a�o 1913. Meses despu�s, se dirige a Europa -antes lo precedi� Valdiz�n- para desempe�ar el puesto de Secretario de segunda clase en la Legaci�n del Per� en Italia. En contacto con el viejo continente y sus gentes, escribir� las "Cr�nicas de Roma" destinadas a "La Naci�n", diario de edici�n vespertina que acababa de ser fundado por el nuevo r�gimen. Jos� Carlos mantendr� copiosa correspondencia con Valdelomar. Tambi�n la ten�a con Valdiz�n, quien estaba siguiendo un curso de su especialidad (medicina). Ambos amigos y maestros de Mari�tegui le ofrecen una visi�n de Italia y de c�mo influye el ambiente espiritual de este pa�s sobre ellos. Asimismo, Valdelomar y Valdiz�n le contestan las cartas interminables a su disc�pulo con sabios consejos en lo literario y en lo humano. Jos� Carlos pose�do de su sed de saber aguarda con inter�s las noticias de los ausentes, las cuales llegan con una prodigiosa fuente de energ�a y de impresiones nuevas. S�bitamente empieza a deslumbrarse el cronista de "La Prensa" por la Patria de R�mulo, Dante, Garibaldi y Mazzini (personajes a quienes conoc�a y amaba desde temprana edad) Acicateado por las ep�stolas y cr�nicas de sus amigos se despertar� en �l la curiosidad e inquietud por visitar la Ciudad Eterna y por observar directamente las obras de creaci�n de los insignes artistas y humanistas. Y, adem�s, ansiaba ver de cerca a las celebridades coet�neas descritas a grandes rasgos por Valdelomar y Valdiz�n. Pero lo evidente -seg�n Augusto Tamayo Vargas y Estuardo N��ez- es que Europa aproxima a Valdelomar a lo peruano, a lo americano, dejando atr�s las adherencias de la etapa inicial. Igual fen�meno ocurrir� con Mari�tegui durante su estancia en ese hemisferio (105).

Entre los a�os precisamente de 1912 y 1913 Jos� Carlos publicar� tres cr�nicas (no consignadas a�n en la "B�o-Bibliograf�a de Jos� Carlos Mari�tegui". Lima, 1963) un tanto fr�volas (106) firmadas con seud�nimo, aparte de las informaciones y comentarios period�sticos de car�cter local y de rutina.

Por esta �poca a Jos� Carlos se le ve frecuentar compromisos. Y no s�lo concurre a las reuniones que surgen de la vida diaria como es el caso de la an�cdota que narra Federico More a continuaci�n, sino que tambi�n asiste a banquetes y otros agasajos sociales. Era como hemos dicho, una forma de seguir aprendiendo a trav�s de las experiencias de las personas cercanas y mayores. Le atra�a a Mari�tegui la conversaci�n y los discursos. As� depuraba su afici�n por las buenas frases y por las salidas oportunas.

"Una tarde -cuenta More- salimos de "La Prensa" y, como era de nuestro deber, fondeamos en el bar Americano de Porturas. �ramos Leonidas (Yerovi), Jos� Carlos Mari�tegui -que a causa de su temperancia, muri� joven y vivi� enfermo- Pepe Ruete Garc�a y un se�or Asturrizaga".

"Leonidas, Ruete y yo -prosigue Federico More-, pedimos pisco. Mari�tegui pidi� algo sin alcohol. Asturrizaga un verm�. Vino la segunda rueda. Mari�tegui nada. Leonidas, Ruete y yo, pisco. Asturrizaga pidi� menta. Leonidas coment� al instante:"

-"Este hombre ya comi�" (101)

En realidad, las conversaciones resultaban para Jos� Carlos aleccionadoras y, por ende, un magn�fico puesto de observaci�n. Se cambiaban ideas, improvisaban teor�as y se hac�a amistades. En efecto, siempre ha de concurrir Mari�tegui a las manifestaciones de aprecio y simpat�a en honor de sus maestros y de las personalidades amigas. Cabe recordar aqu� el almuerzo ofrecido a Leonidas Yerovi en el "Estrasburgo", al cual asistieron la mayor�a de los periodistas de Lima y distinguidos pol�ticos de aquel tiempo (108). Intervinieron en dicho homenaje a Yerovi, Luis Fern�n Cisneros, Jefe de redacci�n de �La Prensa�, el poeta G�lvez, el periodista chileno Arturo Azocar Ortiz, Ernesto de la Jara y Ureta y V�ctor Andr�s Bela�nde. Se tuvo las adhesiones de don Nicol�s de Pi�rola, Mat�as Manzanilla y de otras figuras pol�ticas del momento.

A este �gape tambi�n concurrieron los periodistas C�sar Falc�n y Jos� Carlos Mari�tegui, quienes se ubican pr�ximos a Isa�as de Pi�rola. Tr�o que a�os m�s tarde, amigablemente, compartir� la responsabilidad y el empe�o de dar vida al diario "La Raz�n" (1919).

Mari�tegui habr� de participar, d�as despu�s, en el homenaje que se tributa a Carlos Guzm�n y Vera (otro de los Jefes de Mari�tegui) y a Pedro E. L�pez, autores teatrales, con motivo de las piezas que estrenaran (109).

Dentro de este per�odo, precisamente, tendr� que lamentar Jos� Carlos la enfermedad del caudillo dem�crata (110) y luego la muerte de este insigne estadista (23.VI.1913), quien fuera uno de los h�roes civiles que m�s impresionara a Mari�tegui.

Todav�a en el transcurso del a�o 1913, le estaba reservado otro acontecimiento a Jos� Carlos: el amor a una bella jovencita de la sociedad lime�a. Inesperadamente un d�a imposible de precisar, se presenta un muchacho en "La Prensa" trayendo una recomendaci�n de Ricardo Walter Stubbs (del diario "La Cr�nica") dirigida a Mari�tegui. El extra�o mensajero respond�a al nombre y apellido de Ricardo Mart�nez de la Torre (111), frisaba los once a�os de edad y era autor de un cuento policial, el mismo cuyos originales, en manuscrito de pu�o y letra, portaba nerviosamente en una de sus manos. Jos� Carlos informado de la finalidad que tra�a el espigado chico, lo acogi� con simpat�a y amistad. Quiz�s pens� en su propia ni�ez y en las dificultades que hubo de sortear en parecido trance. De inmediato interrumpi� su trabajo, dejando una cuartilla a medio hacer en la m�quina de escribir, para leer de corrido el relato del peque�o visitante. Al final de la lectura tuvo frases alentadoras y enseguida se interes� por conocer el ambiente familiar del ni�o, un poco reticente y silencioso que ten�a frente a frente. Desde el primer contacto que tuve con Mari�tegui, declara Mart�nez de la Torre, present� un fondo arquet�pico en �l. Jos� Carlos indag� acerca de la clase de libros que le�a el precoz cuentista. La conversaci�n entre el joven periodista y el muchacho se prolong�, a tal punto que se hizo tarde, entonces Jos� Carlos acompa�� a Ricardo a su casa, situada a poca distancia del diario, en la calle Corcovado 466. All� fue recibido por la madre del ni�o, do�a Juana L. viuda de Mart�nez, quien le invit� a pasar al sal�n y sentarse en un elegante sof�. Jos� Carlos llevaba su inseparable bast�n que armonizaba muy bien con su pulcra y estudiada vestimenta. La respetable matrona que estaba informada de las inquietudes de su hijo, se mostr� muy amable y reconocida con Mari�tegui. Esta se�ora hac�a ocho a�os que hab�a quedado viuda, por el fallecimiento del esposo el ingeniero espa�ol don Ricardo Mart�nez. Do�a Juana; mujer de porte aristocr�tico, descend�a por la rama materna, y lo dec�a con orgullo, de don Juan de la Torre, Caballero de la Espuela de Oro, quien fuera uno de los bizarros conquistadores hisp�nicos que cruz� la hist�rica raya -trazada por Francisco Pizarro- en la Isla del Gallo y fundador de la Villa Hermosa de Arequipa de la que llegara a ser su primer Alcalde. De este tronco familiar proven�a el Dr. Felipe Antonio de la Torre, fundador y Presidente de la Corte Superior de Justicia, Abogado de la Real Audiencia y Coronel de Milicias. Y tambi�n, el Dr. don Pedro Antonio de la Torre y Luna Pizarro, conspicuo jurisconsulto, sagaz diplom�tico y periodista de fuste. A su vez el hijo de �ste, el Dr. don V�ctor An�bal de la Torre y Vidaurre descoll� a s� mismo como literato, jurista y diplom�tico de reconocido prestigio (112).

Esta relaci�n que hiciera la se�ora Juana interes� a Jos� Carlos, y estando entretenido en escuchar tal historia familiar, de pronto qued� deslumbrado al aparecer en el sal�n la hermana de Ricardo, Juanita Mart�nez de la Torre (1897), quien a la saz�n contaba con diecisiete a�os de edad. Era una impresionante criatura, aficionada a la pintura. Mari�tegui seducido por la sin par hermosura de Juanita, no quitaba la mirada de la graciosa y arrogante muchacha. A estas alturas, ya no prestaba o�dos a la viuda; estaba absorto y estremecido de emoci�n. Inm�vil, Jos� Carlos, contemplaba a Juanita y sus encantos. Veamos lo que dir� el propio Mari�tegui de ella: "...sus ojos grandes y expresivos reflejan la honda delicadeza de su esp�ritu selecto. En el fondo sereno y claro de sus pupilas parecen asomarse fugitivas visiones de ensue�o. Ellas os dir�n m�s de lo que podr�a contaros mi prosa desali�ada y torpe".

"Si fuera m�s h�bil mi pluma y dispusiera hoy de espacio y tiempo menos mezquinos, har�a el m�s alto y exquisito de los elogios: el de sus manos. Manos blancas, manos puras y aristocr�ticas como lirios, hechas para arrancar maravillosas melod�as del teclado de un clave dulc�simo, para urdir impalpables encajes en la penumbra de una estancia aladinesca, para aprisionar en hermosos cuadros la divina armon�a de una aurora, la quietud policroma y dormida de un paisaje, mariposas sutiles y �ngeles sabios. Manos que son el trasunto milagroso de una alma de artista. Fue tal vez en una noche, noche plena de luna y poes�a, que una hada bondadosa ungi� artista a esta ni�a. Igual hubiera podido ungirla princesa en �pocas m�s remotas y caballerescas. Pero en estos tiempos de doloroso prosa�smo, quiso el hada buena dotarla de ricas sensibilidades".

"De su talento, debidamente cultivado, hay derecho para esperar en breve plazo, una producci�n pict�rica que prestigie el arte nacional. Querr�a yo mientras tanto saber encarar en el m�s puro y exquisito de los versos un pensamiento lleno de poes�a, y escribir al margen de su retrato el m�s delicado de los madrigales..."(113) .

Aunque de naturaleza endeble, Mari�tegui se ganaba la simpat�a y la confianza de todos los que se fijaban en �l. Hasta el momento s�lo dominaba la conversaci�n la due�a de la casa. Jos� Carlos no pod�a interrumpir, pero deseaba decir algo. Y cuando se present� la oportunidad, el joven visitante se dirigi� a la encantadora Juanita:

-�Hace alg�n tiempo que se dedica a la pintura?

-"Lo hago desde peque�a".

Mari�tegui, casi interrumpiendo la respuesta, impetra:

Desear�a observar sus trabajos.

Volviendo hacia la se�ora, que lo escucha con seriedad, expresa:

-Tiene Ud. hijos extraordinarios y bien dotados.

-"Se�or Mari�tegui es Ud. demasiado generoso con ellos �responde la se�ora Juana-, simplemente son aficionados. Debo decirle que esta inquietud les viene a ambos de sus abuelos maternos".

La se�ora vuelve la mirada hacia los retratos de sus antepasados que penden de las paredes de la parte superior de la sala, amenazando con reanudar la charla sobre ellos. Luego de una pausa, invita a pasar a Jos� Carlos al interior de la casa, hasta uno de los salones contiguos donde est� ubicado el improvisado taller de Juanita. Jos� Carlos frente a las obras de arte, se siente sorprendido por el talento de la cautivante pintora. Alza uno de los lienzos y se queda contempl�ndolo con unci�n. Y no pudiendo reprimir su curiosidad, pregunta a la autora de tales obras:

-�Qui�n ha sido su maestro?

La ni�a con toda naturalidad responde:

-"Soy autodidacta. S�lo me gu�o de las revistas y libros sobre pintura francesa".

-Es necesario -prosigue Mari�tegui- que haga una exposici�n. Yo me puedo encargar de asesorarla en esos menesteres, si me lo permite su se�ora madre y Ud.

La se�ora Juana y su hija agradecen el gentil ofrecimiento.

Jos� Carlos insiste:

-Justamente dentro de breve tiempo va a convocarse el Concurso "Concha", y Ud. debe intervenir en �l. D�jeme esa gesti�n por mi cuenta, yo me ocupar� de que Ud. tenga la clasificaci�n que merece por la calidad de pintura que cultiva.

De pronto, cambiando el tema, la madre de Ricardo, sin premeditaci�n alguna, lanza una pregunta impertinente.

-"D�game joven: �de cu�l de los Mari�tegui es Ud. hijo?".

Se abre un largo par�ntesis dentro del coloquio. Jos� Carlos titubea, no sabe que arg�ir. El silencio surge con un intervalo prolongado. No tiene la respuesta apropiada. Y la cuesti�n -igual que en otras ocasiones- no puede ser satisfecha.

La interlocutora, sin sospechar la angustiosa situaci�n del amigo de su hijo, insiste en su pesquisa, muy femenina por cierto:

-"Mi marido conoc�a a un se�or Mari�tegui, pariente de Legu�a, que ha intervenido en la pol�tica. �Creo que era militar y estaba casado con una de las Ausejo?".

Por fin, Jos� Carlos abandona su mutismo para decir que la familia Mari�tegui es una sola y que todos los que llevan ese apellido son parientes.

Sofocado, como si no pudiera soportar tantas emociones a la vez, se despidi� de los Mart�nez, cort�smente, prometiendo retornar para materializar la ayuda ofrecida al aspirante a escritor y a Juanita con su pintura. Mari�tegui ten�a prisa de recorrer las calles de Lima (114). Fuera de la casa, sinti� en el fondo de su ser que acababa de vivir instantes de profunda conmoci�n y estremecimiento, y que algo completamente nuevo, diferente, empezaba para �l. Confrontaba la necesidad de comunicar las angustias de la rom�ntica pasi�n que se iniciaba en su vida, pero no sab�a a qui�n. En tal circunstancia, prefiere refugiarse en la plegaria y en la poes�a. Aquella misma noche, antes de volver a "La Prensa" para terminar su trabajo, se dirige al templo de San Pedro donde reza algunas oraciones y despu�s se encamina al diario a fin de perge�ar un madrigal. De repente le vino a la mente el recuerdo de la tarea trunca, que hubo de abandonar para atender a su peque�o amigo, intenta reanudarla pero las ideas no le brotan con fluidez y, entonces, inutiliza varias cuartillas. Los colegas alarmados indagan por su estado de �nimo, mas Mari�tegui casi sin contestar persiste en ordenar su pensamiento. Todav�a se hallaba sumido en el recuerdo de tan s�bito trance amoroso en su vida. Quiz�s si pens� que aquella ni�a, tal bella y distinguida, pod�a ayudarlo en la persecuci�n de su padre a trav�s del ambiente aristocr�tico. Nadie mejor que ella estaba en condiciones para acompa�arlo al encuentro de los suyos (el padre y los familiares de �ste). Pero c�mo insinuar su amor ante Juanita, si era tan t�mido. Despu�s de todo, su figura grotesca le preocupaba. Cre�a que ello pod�a ser un impedimento para alcanzar el amor de la se�orita Mart�nez de la Torre. Su rostro -me refiero al de Mari�tegui- delgado y fatigado; su aspecto cetrino; las huellas de su incurable enfermedad; sus ojos brillantes y tristes. Estas cavilaciones lo ten�an desconsolado.

Se explica as� el porqu� Jos� Carlos se inscribe en una Academia de Arte, lugar donde, por rara coincidencia, tambi�n estaba matriculado Ricardo Fl�rez (1893- ), hijo del doctor del mismo nombre y apellido (115), tan conocido de Mari�tegui por ser su m�dico. Hac�a poco tiempo que Herminio Arias de Sol�s, pintor de melena abundante, procedi� a fundar la "Academia de Pintura y Escultura Leon Bonnat" (23 de mayo de 1913) en la Colmena, pasaje del Muelle n�m. 382 altos. "Inspirado en las pr�cticas acad�micas de la Escuela Nacional de Bellas Artes de Francia, de sus grandes artistas, guiado por los sabios consejos de mi venerable maestro Le�n Bonnat -declara Arias de Sol�s-, cuyo nombre he dado a esta Academia como homenaje de �ntimo reconocimiento, he querido llegar a la Patria, trasplantar sus m�todos por ser la verdad, por ser �tiles y necesarios y en armon�a con las ense�anzas sucesivas que en mis peregrinaciones he recibido de los grandes maestros del Renacimiento italiano y espa�ol" (116). En la Academia se impart�an cursos completos de dibujo, pintura, escultura y composici�n. Pintura al pastel, acuarela, miniatura y naturaleza muerta.

Al seguir estudios Jos� Carlos en la Academia de Arias de Sol�s ten�a dos motivos: primero, que no pod�a ser cr�tico de arte, como deseaba serlo, por propia voluntad, y segundo, que era la �nica forma de tener ascendiente sobre la jovencita pintora. Ahora bien, el contacto con el ambiente art�stico de la Academia habr�a de darle una serie de elementos formativos, como veremos m�s adelante y, sobre todo, acentuar�a su admiraci�n sobre el arte renacentista. Es conveniente recalcar, que Arias de Sol�s alababa el talento y la sensibilidad de Jos� Carlos (117). Sin embargo, las veleidades de pintor duraron poco en Mari�tegui, aunque lo indispensable para lograr una mayor comprensi�n en el arte pict�rico y para perfeccionarse en la cr�tica art�stica.

Y como era de esperarse, Jos� Carlos continu� frecuentando la casa de la familia Mart�nez de la Torre. Sol�a departir con la Se�ora, con Juanita y con Ricardo. A los dos �ltimos les trasmit�a sus experiencias y los alentaba en sus labores art�sticas y literarias. En cambio con la viuda, charlaba sobre la vida de ilustres personajes del alto mundo social y acerca de los chismes pol�ticos. Pronto Juanita, inducida por Mari�tegui, se present� al Concurso "Concha", convocado por la Academia del mismo nombre, situada en los altos del Mercado Central, a cuya sala de exhibici�n conduce los cuadros de la se�orita Mart�nez de la Torre. All� se abre la exposici�n de trescientas obras pict�ricas inscritas en el certamen. Y Jos� Carlos cumpli� con su palabra empe�ada, escribi� algunos art�culos period�sticos y hasta sostuvo una encendida pol�mica con el pintor Te�filo Castillo por defender a Juanita.

En una de las mencionadas notas, dice Jos� Carlos: "La se�orita Mart�nez de la Torre, cuya inspiraci�n y talento son grandes como escasa su edad y limitados sus estudios art�sticos, es una de las principales contribuyentes en el Concurso. Ha presentado copias de hermosos cuadros en que revela todo su exquisito temperamento; cabezas de ni�os sonrientes y hondamente expresivas; peque�os diminutos lienzos en que la joven pintora aprision� delicados y pintorescos paisajes. Hay en ellos, como en todos los cuadros de la galer�a -modestos ensayos hemos dicho- defectos de t�cnica evidente, pero perdonable en gracia al escaso conocimiento de esta artista de diecisiete a�os, que se esfuerza por trasladar al lienzo sus impresiones, dentro de la escasez y casi falta completa de conocimientos acad�micos, guiada s�lo por una notable afici�n y una intuici�n admirable..."

"La obra de esta ni�a es de aquellas que precisa analizar sin la obsesi�n del detalle ni la perfecci�n t�cnica, atendiendo s�lo a la inspiraci�n que en ella vive, penetrando sutilmente en el esp�ritu que la anima, sobreponi�ndose a toda exigencia acad�mica admirando ante todo el talento y las condiciones de quien cuenta con corta edad y no tiene otro maestro que su intuici�n extraordinaria. En el criterio del jurado, si quiere proceder con justicia como hay que suponer, deben pesar estas consideraciones y ser tomadas en cuenta muy seriamente" (118).

Ciertamente que el triunfo no se hizo esperar para Juanita. Pero es preciso echar una ojeada a los elementos que concurrieron a su favor. Entre ellos tenemos, indudablemente, la calidad de la obra -aunque hubo cr�tica muy severa al respecto-, la vehemente campa�a period�stica de Jos� Carlos y, por �ltimo, la suerte de la propia concursante.

El Jurado -entre cuyos integrantes figuraba Luis Ulloa y actuaba de Secretario Alberto Secada, ambos amigos de Mari�tegui- despu�s de hacer un detenido examen de los cuadros presentados al Concurso "Concha", decidi� sortear el premio consistente en mil ochocientos soles entre las tres personas que hab�an sido seleccionadas. Escritos los nombres de las se�oritas Juan�ta Mart�nez de la Torre, Mar�a A. Quincot y de la se�ora Carmen Ballauri en c�lulas secretas, fueron colocadas en una �nfora en presencia del p�blico y al extraerse una de las c�lulas, result� agraciada la se�orita Mart�nez de la Torre (119).

Al enterarse Jos� Carlos de que su patrocinada result� ganadora del premio "Concha", hace el siguiente comentario en el peri�dico: "...abrigamos la seguridad de que Juanita Mart�nez de la Torre, la gentil triunfadora en este interesante torneo que a tanto debate ha dado origen llegar� a ser una artista de ejecuci�n e inspiraci�n sobresalientes".

"Fue por eso que movidos por el sentimiento de honradez y justicia, sentimiento que ha inspirado siempre todos nuestros conceptos y en especial los que a asuntos art�sticos se han referido, nuestra opini�n favoreci� la producci�n de la se�orita Mart�nez de la Torre y la sindic� francamente como la m�s digna de recibir el premio".

"Y si bien el criterio del jurado no ha sido uniforme y distinta resoluci�n preconizara el dictamen de los se�ores asesores, la mano misteriosa de la fortuna ha discernido esa recompensa a una ni�a que al relevante m�rito de su talento une dones de gracia y de belleza que reflejan las delicadas exquisiteces de su alma de artista" (120).

A partir de ese momento, Mari�tegui tambi�n compartir� la alegr�a y la satisfacci�n que siente Juanita por haber obtenido el premio "Concha". La madre mientras tanto no sabe como expresar su reconocimiento a Jos� Carlos. Y se preguntar� con cierto asombro �qu� clase de joven es �ste? La verdad es que no encuentra respuesta para justificar la preocupaci�n del periodista por todo lo que ata�e a sus familiares. Es porque esta madre no sospecha a�n la gran pasi�n que inspira su bella hija en aquel adolescente de car�cter amable y triste.

Por esta misma �poca, Mari�tegui colaboraba en la revista "Mundo Lime�o" (publicaci�n semanal ilustrada de sociedad, literatura, modas y novedades); dirigida por Fabio Camacho y donde actuaba de Secretario de redacci�n Carlos P�rez C�nepa (121). Escribe notas y comentarios para las se�oritas de la sociedad de Lima, en las secciones intituladas: "Contigo, lectora causerie" y "Desde las tribunas del Jockey Club" (122).

Ulteriormente, P�rez C�nepa se separa de Camacho y funda la revista "Lul�" en la cual seguir� colaborando Jos� Carlos -con el seud�nimo "El de siempre"- en la secci�n dedicada a notas sociales, donde inserta un peque�o �lbum de fotograf�as con sus glosas al margen (123). Y como es natural publica la fotograf�a de Juanita (124).

Simult�neamente habr� de escribir en "Alma Latina", publicaci�n dirigida por Ra�l Porras Barrenechea y Guillermo Luna Cartland a la saz�n alumnos de la Facultad de Letras de la Universidad de San Marcos (125). Con motivo de la inserci�n de un madrigal de Jos� Carlos en la mencionada revista, titulado: "El elogio de tu clave", Porras Barrenechea escribir� unas breves l�neas de introducci�n: (Mari�tegui) �...un delicado rimador, cuyos versos llenos de lirismo y de ternura lo hacen un poeta aristocr�tico y fino como para las damas" (126).

Eran los a�os en que el amor para Jos� Carlos constitu�a lo m�s importante de su vida. Empezaba a influir sobre Juanita, a tal punto que ya orientaba sus lecturas. Entonces, la se�orita Mart�nez de la Torre, inducida por aqu�l, se suscribi� en "Alma Latina" (127). Y estaba informada de todas las inquietudes literarias y art�sticas correspondientes al primer lustro de la segunda d�cada del siglo XX. Pero esta adorable criatura, hemos de advertir de paso, que aspiraba amar a un joven de su clase. En Jos� Carlos s�lo ve�a al amigo sol�cito y nada m�s. Mari�tegui que siempre ansiaba declarar su amor a Juanita, no pod�a hacerlo invadido de un extra�o presentimiento de rechazo y, por tanto, de destrucci�n de su dulce y obstinada ilusi�n.

Ya vamos viendo que Mari�tegui, en los temas triviales que cultivaba y difund�a por ese tiempo, imita sin propon�rselo a Oscar Wilde en la b�squeda de una belleza al parecer aristocr�tica. Segu�a con la obsesi�n de vivir en un ambiente propicio para hallar las huellas del padre.

Es evidente, por otra parte, que el arte favorece la confidencia, que el adolescente necesita manifestar bajo signos que exigen traducci�n. Pero se da el caso singular de que Juanita no comprende este lenguaje, porque ella aguarda la figura de un apuesto y rom�ntico gal�n. De tal manera que las insinuaciones de Mari�tegui, se quedan como simples mon�logos literarios.

Alejandro Ureta, el amigo y confidente de este episodio dram�tico de Jos� Carlos, ha de viajar a Italia llevando honrosa comisi�n del Gobierno (128). Desde el Viejo Mundo -igual que antes Valdiz�n y Valdelomar- sostiene correspondencia con Mari�tegui y remite peri�dicamente las cr�nicas "Lejos del terru�o", que leer� Jos� Carlos en compa��a de Juanita en la revista "Variedades".

Habl�bamos antes del momento pol�tico por el que atraviesa el pa�s. As� tenemos que a poco del deceso del "Califa", "La Prensa" se aleja del gobierno de Billinghurst con gran j�bilo de Mari�tegui y de los partidarios del pierolismo. Era la etapa caudillista de nuestro biografiado. Desde el diario que hasta hac�a poco apoyaba al r�gimen se empieza a conspirar contra Billinghurst, tomando parte en la conjura nada menos que el Dr. Alberto Ulloa Cisneros, Director de "La Prensa" y diputado, quien en compa��a de otros representantes, entre ellos Arturo Osores, David Garc�a Yrigoyen, Jos� Balta, Rafael Grau, Luis Julio Men�ndez, Pl�cido Jim�nez y Oswaldo Hoyos Osores, incitan al pueblo y al ej�rcito a defender la existencia y los fueros del Parlamento. Tambi�n llegan al extremo de declarar vacante la presidencia de la Rep�blica. Todo ello causa un revuelo tremendo y sumerge a Marj�tegui en una atm�sfera apasionante. En medio de estos ajetreos pol�ticos, �ste tiene la oportunidad de alternar con Jorge Prado, Alfredo Piedra -quienes se iniciaban como conspiradores de la pol�tica criolla- y con otros esclarecidos dirigentes de la oposici�n billinghurista que frecuentaban "La Prensa".

Apenas transcurren tres meses de lucha entre el Congreso y Billinghurst, cuando se produce el levantamiento de la guarnici�n de Lima al mando del Coronel Oscar R. Benavides (1876-1945), h�roe de la Pedrera, quien acababa de renunciar a la jefatura del Estado Mayor del Ej�rcito para defender la Constituci�n, seg�n la versi�n de la oligarqu�a civilista amenazada por Billinghurst. Depuesto el Presidente de la Rep�blica por el golpe militar del 4 de febrero de 1914, movido por el Parlamento donde campeaban los representantes del civilismo, el pueblo inerme se desconcierta, y como no estaba preparado para tal contingencia, se repliega ante la fuerza armada. "No obstante la popularidad de Billinghurst -apunta Valc�rcel- su r�gimen termin� violentamente el 4 de febrero de 1914. Una vez m�s qued� evidenciado que ning�n Gobierno logra en el Per� asegurar su estabilidad si se halla en contradicci�n con los privilegios y los intereses creados..." (129).

Fue precisamente durante aquel r�gimen billinghurista, que los obreros portuarios del Callao obtuvieron la jornada de ocho horas, que por primera vez se dio en el Per� (Decreto-Ley 10.I.1913) y, simult�neamente, arrancaron la promesa de hacer aprobar por el Parlamento una Ley haciendo extensiva esta conquista a toda la Rep�blica.

Sabedor Valdelomar del derrocamiento de Billinghurst se siente obligado a renunciar el cargo diplom�tico que ejerc�a en la Legaci�n del Per� en Italia. De regreso a la Patria, recorrer� Florencia y Mil�n. Luego a mediados de marzo de ese mismo y desventurado a�o, arribar� al puerto del Callao. A los pocos d�as ingresa a trabajar al cuerpo de redacci�n de "La Prensa", donde encuentra a su entra�able amigo Mari�tegui. Es de recordar aqu� que �ste estaba atra�do por la literatura period�stica que animaban, por ese entonces, Luis Fern�n Cisneros y Leonidas Yerovi. Advirtamos de pasada, que Jos� Carlos hubo de escribir numerosos poemas, totalmente in�ditos, que versaban sobre los temas de amor, erotismo, la muerte, enfermedades, decepciones y misticismo. Llegados a este punto, se hace patente el influjo de Valdelomar, tanto en el contenido de la obra de Mari�tegui como en la forma. Tambi�n se observa, pero en la prosa period�stica, las huellas evidentes de sus maestros del diario "La Prensa" a los cuales hemos venido haciendo menci�n. Influyen, igualmente, en �l los amigos, sabido es lo sensible que era Jos� Carlos a la sugesti�n de las simpat�as.

La verdad es que Mari�tegui dominaba el estilo period�stico y tambi�n, empezaba a crearse un estilo personal que le permit�a verterse al exterior de modo original y aut�ntico.

Transcurrido a�o y medio de Gobierno de mano fuerte, el Coronel Benavides, Presidente Provisional del Per�, habr�a de entregar el Mando Supremo al Dr. Jos� Pardo (1864-1947), quien resultara proclamado Presidente Constitucional por el Parlamento el 10 de agosto de 1915. La clase dirigente del pa�s le dio el triunfo -aunque ama�ado por cierto- a uno de los elementos m�s representativos de la oligarqu�a dominante y arist�crata por excelencia. El civilismo recurri� otra vez a la pol�tica de negociaciones de alto nivel (Convenci�n de Partidos Pol�ticos) al margen de las masas populares para imponer su candidato. Pardo asume la presidencia de la Rep�blica en un momento dram�tico para la historia del hombre en el plano universal. Europa se hallaba ensangrentada y desgarrada por los efectos de la Primera Guerra Mundial iniciada en agosto de 1914. El conflicto b�lico que repercut�a en el mundo entero, significaba una verdadera calamidad y hecatombe para los pueblos que ten�an que soportarlo todo a costa de innumerables sacrificios y desastres. Y como aumentaba la pobreza y el dolor en  los trabajadores, �stos no tuvieron otra alternativa que plantear su propia soluci�n para detener la cat�strofe que los sum�a en la desesperaci�n. Con esta actitud empiezan las grandes transformaciones sociales. Las huelgas y los movimientos de protesta de car�cter popular se hacen sentir de uno a otro conf�n en el Viejo Mundo. Am�rica tambi�n comienza a estremecerse por los mismos sacudimientos sociales que tienen como epicentro Europa.

Todas estas preocupaciones humanas que excitaban el ambiente habr� de recoger Mari�tegui en el proceso de la formaci�n de su conciencia social. Agr�guese a ello que, merced al empe�o de superaci�n, tan innato en �l, alcanz� a escalar el envidiable cargo de cronista parlamentario de "La Prensa", puesto de suma importancia para comprender los problemas pol�ticos que conmov�an a la opini�n p�blica de aquellos a�os de conflagraci�n armada en el plano mundial.

Andaba Jos� Carlos por los 20 a�os, y era ya un redactor brillante y muy cotizado por sus lectores y amigos. Viv�a, en esa temprana edad, �ntegramente de su profesi�n, pero se evidenciaba en Mari�tegui el deseo de llegar a ser algo m�s que un hombre consagrado a la actividad de simple columnista o editorialista.

Y lo curioso del caso es que sus contradicciones lo llevan a enfrentarse con Jos� Pardo, a quien deb�a admirar por su extracci�n y vida aristocr�tica. Igual situaci�n sucede con Jos� de la Riva Ag�ero, Marqu�s de Aulestia. A ambos personajes de la pol�tica peruana y conspicuos miembros de la oligarqu�a tradicional los ridiculiza y los ataca con fino humorismo o con duras s�tiras. En el fondo, la aspiraci�n aristocr�tica para Jos� Carlos era s�lo un medio para llegar al padre, mas no para identificarse con tal valor clasista y anacr�nico.

 


NOTAS:

 

(41)Actualmente ya no existe la casa, pues fue derribada para edificar el local del Cine "Lido". Mari�tegui vivi� all� desde los ocho a�os de edad (1902) hasta los diecisiete (1911).

(42) Informaci�n suministrada por Juan Manuel Campos.

(43) Figura J. C. Mari�tegui en el Directorio de los suscriptores de "El Comercio".Almanaque de "El Comercio" para 1910. Lima, Imp. "El Comercio" (1911), p. 82.

(44) "De los miles de libros -mil trescientos vol�menes empastados, de distintos autores y diferentes materias- se�alados en el inventario (declara Swayne y Mendoza), s�lo conservo uno: "La libertad de los mares" con la anotaci�n a l�piz "Corso malvado, diablo encarnado" puesta por mi bisabuelo Francisco Javier Mari�tegui y Teller�a) cada vez que se hace menci�n de Napole�n".  Swayne y Mendoza, Guillermo. Ob. cit. p. 78 y 83.

(45) Ibid. Testimonios de Federico More, Carlos Guzm�n y Vera, Emilio de Armero yAlberto Ureta, quienes coinciden en gran parte con los autores y t�tulos que detallamos.

(46) Ya de periodista profesional, Mari�tegui, rememora esa etapa de su adolescencia. �...En el horizonte de sus recuerdos, el cronista ve alejarse -escribe- los d�as serenos de su infancia, que arrullara la fe entonces intacta. Y se hace la ilusi�n de sentirse otra vez ni�o y bueno, como cuando no hab�a amargado a�n su esp�ritu el torcedor fatal de la duda. �Oh la virtud consoladora de creer, que pondr�a claror de aurora en su vida ensombrecida por dolorosos pesimismos y lacerantes desesperanzas!� Firmado: Juan Croniqueur. En: La Prensa, Lima, abr. 1, 1915, p. 2.

(47) Ibid. Test. de J. C. La Chira.

(48) En: La Prensa, Lima, 16 jun. 1915, p. 3.

(49) En: El Comercio, Lima, 8 y 29 ene, 1909, p. 3.

(50) Mir� Quesada, Luis. El socialismo intervencionista y su influencia en Am�rica. En: El Comercio, Lima, 24 ene. 1909, p. 5. (De "El Mercurio" de Santiago) Uno de los trabajos presentados al Congreso Cient�fico que acaba de desarrollarse en Santiago, titulado: "El socialismo intervencionista y su influencia en Am�rica", corre impreso, lo cual nos ha proporcionado la satisfacci�n de repasarlo ligeramente. Su autor es el Sr. Luis Mir� Quesada uno de los cinco delegados del Per� al Congreso Cient�fico.

(51) Informaci�n del Sr. Juan Puppo, quien fuera vecino de Jos� Carlos, cuando �ste viv�a en la calle Washington.

(52) Mari�tegui cre�a haber nacido en 1895, de all� que dijera en su nota auto-biogr�fica enviada a Samuel Glusberg (Enrique Espinoza): "A los 14 a�os entr� de "alcanza rejones" a un peri�dico..." Debemos rectificar esta aseveraci�n. En realidad estaba por cumplir 15 a�os, como puede comprobarse en las partidas de nacimiento y de bautismo que descubri�ramos hace algunos a�os, y que se encuentran insertas en el cap�tulo anterior, donde se establece en forma definitiva, que naci� en 1894. 0 sea, que a los 15, y no a los 14 -como afirmara Jos� Carlos- ingres� al diario "La Prensa".

(53) Ibid. J. M. Campos

(54) Testimonio de Jos� Asturrizaga Fern�ndez.

(55) Informaci�n de Augusto Aguirre Morales.

(56) Lima, Centro de propaganda cat�lica, 1895. Foil. 1 - 87 p.

(57) (Mari�tegui, J. C.) La generaci�n literaria de hoy. Conversaci�n con don Manuel Gonz�lez Prada, por Juan Croniqueur (seud.) En: El Tiempo, Lima, 2 oct. 1916, p. 2.

(58) Ibid. Testimonio de J. M. Campos y E. de Armero

(59)  �... En la obra de Gonz�lez Prada, nuestra literatura inicia su contacto con otras literaturas. Gonz�lez Prada representa particularmente la influencia francesa. Pero le pertenece en general el m�rito de haber abierto la brecha por la que deb�an pasar luego diversas influencias extrajeras. Su poes�a y aun su prosa acusan un trato �ntimo de las letras italianas ... " Mari�tegui, Jos� Carlos. 7 ensayos de interpretaci�n de la realidad peruana. Lima, "Biblioteca Amauta", 1928, p. 190.

(60) Ibid. Testimonio de Alberto Ureta.

(61) ".. . agud�simo de pensamiento, de muchas lecturas -escribe S�nchez sobre Alfredo-, cuidadoso en el vestir, con un nombre ilustre, independiente de modos y conducta, enamoradizo, buen discutidor, f�cil en la versificaci�n, audaz en sus opiniones, periodista..." S�nchez, Luis Alberto. Apuntes para la vida de Alfredo Gonz�lez Prada. Lima, Lib. e Imp. Gil, S. A. 1946, p. 7.

(62) El incidente ocurrido ese mismo d�a 29 a C�sar Falc�n, muy cerca de la Casa dePizarro, y que lo describe a continuaci�n, sirve para confirmar el peligro a que se vieron expuestos Campos y Mari�tegui: �... Desde las azoteas del Palacio �escribe Falc�n-, los soldados victoriosos acribillaban a tiros la inmensidad indiferente del espacio. Ya no hab�a enemigos ni amenaza..." Y como C�sar -llevado de su curiosidad- se atreviera a cruzar los portales de la Plaza de Armas para recoger algunas impresiones acerca de lo que hab�a pasado con Legu�a, �diez a veinte fusiles comenzaron a disparar contra �l�, felizmente los pilares y su destreza para escapar del riesgo, lo salvaron de la muerte: p. 3-4.   Falc�n, C�sar. El mundo que agoniza. M�xico, 1945.

(63) M�s tarde, ha de conocer Mari�tegui personalmente a Isa�as de Pi�rola en la redacci�n de "El Per�" (1917), al lado de V�ctor M. Ma�rtua y Luis Fern�n Cisneros, directores del diario que patrocinaba don Isa�as. Luego este personaje en el a�o 1919, habr� de ayudar a sostener el peri�dico "La Raz�n", que dirigen Jos� Carlos y C�sar Falc�n, contra Legu�a. Dato proporcionado por C�sar Falc�n.

Posteriormente, cuando Mari�tegui llega a Nueva York de paso para Europa, habr� de visitar -en compa��a de su amigo Beteta- a don Isa�as. Testimonio del se�or Toribio Beteta.

(64) "... ya era amigo de Gonz�lez Prada. Y Prada le estimaba profundamente: en una carta de Prada a su hijo Alfredo hay referencias de Mari�tegui: p. 14. S�nchez, Luis Alberto. Datos para una semblanza de Jos� Carlos Mari�tegui. Presente, n�m. 1, Lima, jul. 1930, p. (1) y 14.

"... y, a veces, junto con su hijo Alfredo (alude al padre de �ste: don Manuel Gonz�lez Prada) lo visitaban J. C. Mari�tegui": p. 71. Chang-Rodr�guez, Eugenio. La literatura pol�tica de Gonz�lez Prada, Mari�tegui y Haya de la Torre. M�xico, 1957.

(65) Gonz�lez Prada, Adriana de. Mi Manuel. Lima, Ed. Cultura Ant�rtica S. A. 1947, p.364.

(66) (Mari�tegui, Jos� Carlos) Glosario de las cosas cotidianas ... En: El Tiempo, Lima, 17 jul. 1916, p. (1)-2   Ep�grafe de la Secci�n: Cartas a X.  Seud.: Juan Croniqueur.

(67)Consultar los peri�dicos "La Cr�nica", "El Comercio" (Lima, abr. 4, 5, 6 y d�as subsiguientes del a�o 1910, en los que se ofrece las informaciones del incidente internacional peruano-ecuatoriano).

(68) Baz�n, Armando. Biograf�a de Jos� Carlos Mari�tegui. Santiago de Chile, Ed. Zig-Zag, 1939, p. 41.

(69) Dato proporcionado por Emilio de Armero.

(70) Ibid.

(71) En homenaje a la memoria de don Alberto Ulloa, Carlos Guzm�n y Vera recuerda emocionado los a�os mozos del periodismo en nuestra Patria. Un reportaje de Julio del Prado. En: Excelsior. Lima, 11 (131-132): 14-17, ene. - feb. 1944.

(72) Ulloa, Alberto. Jos� Carlos Mari�tegui. En: Nueva Revista Peruana, Lima, 2 (6): 261-279. 1 jun. 1930.

(73) Debo rectificar la aseveraci�n que he venido sosteniendo en la "B�o-Bibliograf�a de Jos� Carlos Mari�tegui". Lima, Departamento de Publicaciones de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 1963 y otras publicaciones de que �ste public� su primera cr�nica con el seud�nimo de Juan Croniqueur el 1 de enero de 1914. En realidad, el primer escrito de Jos� Carlos Mari�tegui sale a la luz tres a�os antes, el 24 de febrero de 1911 con el mismo seud�nimo de Juan Croniqueur. Posteriormente, aparecen otras colaboraciones de Mari�tegui con los seud�nimos de Juan Croniqueur, Jos� Carlos y J. C. M. As�, pues, se ha dejado de consignar en la �B�o-Bibliograf�a de J. C. Mari�tegui�, Lima 1963, siete fichas correspondientes al mismo n�mero de cr�nicas que salieran en el diario "La Prensa" -de la pluma de Mari�tegui- entre el 24 de febrero de 1911 al 23 de diciembre de 1913.

(74) Popularidad de Lerroux. El mitin de Jai Alai. Un poeta festivo. En: La Prensa, Lima, 24 feb. 1911, p. 4. Antes del t�tulo: Cr�nicas madrile�as. Antes del texto: (Especial para "La Prensa") Se�ores Redactores. Fechada y firmada: Madrid, enero de 1911.- Juan Croniqueur (seud.) "De tanto hay que hablar, en esta alegre y bella capital de Espa�a, que mis cr�nicas -escribe el autor-, se limitar�n a tratar de todo aquello m�s interesante y seductor..."

(75) Para se�alar al culpable de la destrucci�n del armario, existen afirmaciones diferentes: una proveniente de Alberto Ulloa (hijo), quien indica como responsable de tal hecho a Alejandro Ureta, y la otra, de Guzm�n y Vera, Pedro Ruiz Bravo y Mois�s Vargas Marzal, quienes sostienen que el autor fue Yerovi. Preferimos esta �ltima versi�n, por estar de por medio las declaraciones de tres periodistas.

(76) Testimonio de C�sar Revoredo.

(77) Testimonio de Carlos Guzm�n y Vera.

(78) lbid.

(79) La moda "Harem". Lo que dicen los modistos parisienses. Las evoluciones de la moda. De los trajes amplios a la falda pantal�n. En: La Prensa, Lima, 7 de mayo de 1911, p. 4. Antes del texto: (Especial para "La Prensa"). Firmado: Juan Croniqueur (seud.)

(80) Ibid. C. Guzm�n y Vera.

(81) Ibid. En: La Prensa, Lima, 24 feb. 1911, p. 4.

(82) Lecturas amenas: Los badauds de Paris. En: La Prensa, Lima, 8 mayo 1911, p. (1)-2. (Edici�n de la tarde) Firmado: J. C. (seud.)

(83) Ibid. por Gast�n Roger (seud.). En: Mercurio Peruano, Lima, 13 (139-140): 200, mar.-abr. 1930.

(84) �C�mo escribe Ud.? En: Variedades, Lima, 22 (932), 9 ene. 1928.

(85) Testimonio de Jos� G�lvez.

(86) Ibid. C. Guzm�n y Vera.

(87) Testimonio de Federico More.

(88) Ibid. C�sar Revoredo (quien habitaba frente al inmueble ocupado por Mari�tegui). Coincide en se�alar, tambi�n, el mismo apartamento habitado por Jos� Carlos, Emilio de Armero en su informaci�n.

(89) Almanaque de "El Comercio" para 1913. Lima, Imp. "El Comercio" (1913) Directorio de los suscriptores de "El Comercio" 1912. Ciudad de Lima, p. 76 a.

(90) Ibid. Una encuesta a Jos� Carlos Mari�tegui. En: Mundial, Lima, 7 (319), 23 jul. 1926.

(91) Ulloa, Alberto. Don Nicol�s de Pi�rola. Una �poca de la historia del Per�. Lima, Imp. Santa Mar�a, 1950, p. 390.

(92) Ibid. p. 391. Citamos tambi�n, la versi�n period�stica: Don Isa�as de Pi�rola en Lima. Un entusiasta recibimiento. El desfile por las calles. Los discursos pronunciados. En: La Prensa, Lima, 12 oct. 1911, p. (1).

(93) Realmente, a�os despu�s Jos� Carlos comprueba que su padre se amparaba en una identidad falsa, como se ha demostrado en el primer cap�tulo de esta biograf�a.

(94) Stud "Alianza" En: La Prensa, Lima, 7 abr. 1911, p. 7. Ep�grafe de la Secci�n: Turf. Firmada: Ajax (seud.) Cr�nica sobre el Stud del se�or Foci�n Mari�tegui.

(95) Ib�d. Juan C. La Chira.

(96) Ibid. Juan Manuel Campos.

(97) "Snobismo -afirma Werfel- es una voluntad morbosa hacia la notoriedad (ver Adler, sobre el af�n morboso de notoriedad). Hemos dicho que la voluntad de notoriedad en el snob se halla en contradictoria posici�n con su fundamental y caracter�stica posici�n social. Sue�a con una peligrosa y opuesta direcci�n a la que le es natural. El snob sue�a con todo lo que es anti natural, impropio y prohibido. Es el caso m�s simple (Burgeois gentilhome), el snob es un plebeyo que aspira a la aristocracia, alz�ndose sobre su propia clase social". Werfel, Franz. El snobismo como fuerza espiritual en el mundo. En: Revista de Occidente, Madrid, 83: 137-161, jul. ago. 1930.

(98) Viendo la cuaresma. En: La Prensa, Lima, 28 mar. 1915, p. 2. Ep�grafe de la Secci�n: Del momento. Firmada: Juan Croniqueur (seud.)

(99) Mari�tegui, J. C. Punto de vista anti imperialista. En: Mart�nez de la Torre, Ricardo. Apuntes para una interpretaci�n marxista de la Historia social del Per�. Lima, 1948, t. II, p. 414.

(100) En: La Prensa, Lima, 6 abr. 1912, p. 2. Ep�grafe de la Secci�n: Cr�nicas. Firmada: Juan Croniqueur (seud.) Escribe sobre las ceremonias de la Semana Santa en Lima.

(101) Pontificia Universidad Cat�lica del Per�. Homenaje de la Universidad Cat�lica a su Fundador P. Jorge Dintilhac, SS. CC. Lima (1961) p. V.

(102) Tambi�n fue amigo de Jorge Prado Ugarteche (1887-1970), hijo del General Ignacio Prado, h�roe del 2 de Mayo de 1866 y Presidente del Per� durante la Guerra con Chile (1879), quien participara en el golpe de Estado contra Billinghurst (1914) al lado del Coronel Oscar R. Benavides, Jefe de la insurrecci�n.  Importante documento pol�tico de la actualidad electoral ... En: El Tiempo, Lima. 9 mayo 1917, p. 3. Mari�tegui figura en la lista de los que proclaman la candidatura de Jorge Prado como Diputado por Lima.

(103) cta de fundaci�n del Club Universitario. En: La Prensa, Lima, 19 mayo 1912, p. 2. Informa que Valdelomar fue elegido Presidente de la agrupaci�n.

(104) Ob. cit. (Nueva Revista Peruana, p. 264).

(105) Por los caminos de Europa -dir� Jos� Carlos-, encontr� el pa�s de Am�rica que, yo hab�a dejado y en el que hab�a vivido extra�o y ausente..." Mari�tegui, Jos� Carlos. El Alma matinal y otras estaciones del hombre de hoy. Lima, Biblioteca Amauta 1950, p. 212.

(106) Un vaticinador en desgracia. En: La Prensa, Lima, 14 set. 1912, p. (1) Ep�grafe de la Secci�n: Cr�nicas. Firmado: J. C. M. Edic. de la tarde. Escribe sobre un se�or Cooper que ha anunciado un terremoto en Valpara�so. El sacrificio b�rbaro de Nodgi. En: La Prensa, Lima, 19 set. 1912, p. 2. Ep�grafe de la Secci�n: Cr�nicas. Firmado: J. C. M. Comenta el sacrificio de Nodgi, el vencedor de Puerto Arturo. El poder de las palabras: lo "correcto" por J. C. (seud.) En: La Prensa, Lima, 23 dic. 1913, p. 3. Escribe sobre diversos casos en que se aplica el aforismo latino: "Res, non verba".

(107) More, Federico. Yerovi, humorista, sentimental y l�rico. En: Revista Excelsior, Lima, 13 (170-171): 11, mayo - jun. 1947.

(108) El homenaje a Leonidas Yerovi... En: La Prensa, Lima, 12 mayo 1913, p. (1) - 2.

(109) Agasajo a dos autores teatrales ... En: La Prensa, Lima, 4 ago. 1913, p. 2.

(110) La salud de don Nicol�s de Pi�rola ... En: La Prensa, Lima, 20 jun.1913. p. (1). En la lista de los que concurren a la casa de Pi�rola (don Nicol�s), figura J. C. Mari�tegui.

(111) Testimonio de Ricardo Mart�nez de la Torre.

(112) Mart�nez de la Torre, R. Ob. cit. Apuntes para una interp.... t. IV, p. 357-358.

(113) Al margen de un retrato por J. C. M. (seud.) En: La Prensa, Lima, 1 ene. 1915, p. 4. A la cabeza del t�tulo: El Premio de pintura.

(114) Ibid. Test. de R. Mart�nez de la Torre.

(115) Testimonio de Ricardo Fl�rez (cartas fechadas en Hu�nuco del 8 de abril de 1955 y del 16 de junio de 1964, respectivamente).

(116) El artista nacional Arias de Sol�s. Inauguraci�n de la Academia "Le�n Bonnat". Un suceso art�stico. La Prensa, Lima, 24 mayo 1913, p. (1)

(117) Ibid. Test. de R. Fl�rez.

(118) El Concurso "Concha" por Juan Croniqueur (seud.) En: La Prensa, Lima, 24 dic. 1914, p. (1) - 2. Ep�g. de la Secc.: Al margen del Arte.

(119) Reuni�n del Jurado. En: La Prensa, Lima, 26 dic. 1914, p. (1) Edici�n de la tarde.

(120) El premio de pintura "Concha" por Juan Croniqueur (seud.) En: La Prensa, Lima, 29 dic. 1914, p. 2. Ep�g. de la Secci�n: Al margen del arte.

(121) El primer n�mero de esta publicaci�n apareci� el 27 de junio 1914.

(122) Mundo Lime�o, Lima, 27 jun. 27 jul. 1914.

(123) Lul�, Lima, 22 jul. 1915, p. 7.

(124) Lul�, Lima, 22 jul. 1915, p. 9-11.

(125) Alma Latina, Lima, 1 jul. 1915.

(126) Alma Latina, Lima, 4 feb. 1916, p. 4.

(127) Alma Latina, Lima, 15 ago. 1915.

(128) Despidiendo a Ureta. En: Variedades, Lima, 450, 21 mar. 1914.

(129) Valc�rcel, Luis E. Don Guillermo Billinghurst. En: Excelsior, Lima.: 13-14, ene. -feb. 1954.