OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

EL ALMA MATINAL

     

     

III. PIERO GOBETTI Y EL RISORGIMENTO1

 

Gobetti tiene un sitio solitario e individual entre los cr�ticos e historiadores del Risergimento italiano. En este como en todos los debates, su posici�n era el resultado de un severo y original an�lisis de los hechos y las ideas, lo m�s distante posible de las f�ciles transacciones de la erudici�n con las f�rmulas de curso, oficiales. No era la cr�nica de la Unidad Italiana lo que le interesaba; menos todav�a la solemne galer�a de los pr�ceres victoriosos. Sus estudios prefirieron la reivindicaci�n de los precursores vencidos por lo mismo que en ellos es m�s inteligible y di�fana la preparaci�n ideal del Risorgimento.

En el prefacio del volumen que re�ne estos estudios, escribe Gobetti: "El Risorgimento italiano es recordado en sus h�roes. En este libro me propongo mirar el Risorgimento a contra luz, en las m�s oscuras aspiraciones, en los m�s insolubles problemas, en las m�s desesperadas esperanzas: Risorgimento sin h�roes". "La exposici�n no agradar� �a�ade� a los fan�ticos de la historia hecha: me atribuir�n un humor d�scolo, pa- ra reprobarme lagunas arbitrarias. Pero yo no querr�a hablar del Risorgimento que ellos vulgarizan en sus c�tedras de apolog�a estipendiada del mito oficial. El m�o es el Risorgimento de los her�ticos, no de los profesionales".

En la cr�tica hist�rica y pol�tica de los �ltimos a�os no han escaseado en Italia actitudes que acusan cierta afinidad, en algunos aspectos, con la de Gobetti, ante los problemas del Risorgimento. Los ensayos de Mario Missiroli, �a pesar de ciertas incoherencias, cuya explicaci�n se encuentra en su elaboraci�n pol�mica, con variados reflejos de las batallas del periodismo� constituyen en conjunto valioso proceso del Risorgimento, en pugna en m�s de un punto con las interpretaciones catedraticias. En Giovanni Am�ndola, aunque su obligada discreci�n de pol�tico no le consent�a excesiva libertad cr�tica, se constata igualmente la inclinaci�n a sentir y plantearse el problema de una revoluci�n incumplida, m�s bien que a contentarse de los formales laureles de su victoria. El fascismo con su pol�tica de liquidaci�n reaccionaria del Estado democr�tico, surgido de esta historia, ha demostrado hasta qu� punto fue superior a las posibilidades de la burgues�a y la peque�a burgues�a italianas �a ese demos indiferenciado que se llama el pueblo� el esfuerzo de los l�deres y precursores de la unidad por dar a Italia las instituciones y las exigencias de un r�gimen de libertad y laicismo.

Gobetti situaba su observaci�n en el escenario de donde mejor se pod�a dominar el panorama de la pol�tica italiana: el Piamonte. La unidad italiana, como expresi�n de un ideal victorioso de modernidad y reforma, se presentaba a la inquisici�n apasionada y se�era de Gobetti incompleta y convencional. Las corruptelas de la Italia meridional, agr�cola y peque�o burguesa, provincial y pobre, palabrera y gaudente, pesaban demasiado en la pol�tica y la administraci�n de un Estado creado por el tes�n de las �lites septentrionales. El Estado demoliberal era en Italia el fruto de una transacci�n entre la mentalidad realista y europea de las regiones industriales del Norte y los gustos cortesanos o demag�gicos de las regiones campesinas del Sur, afligidas aun por los problemas de. la sequ�a y la malaria. Y, as� como en los a�os del Risorgimento, la Italia septentrional, y m�s espec�ficamente el Piamonte, hab�a suministrado a la obra de la unidad, una casa real, la de Saboya, de sobria educaci�n europea, un ideario pol�tico de fuerte y propia raigambre, un personal de estadistas y administradores que, de Cavour a Giolitti, se mostraron singularmente dotados para la realizaci�n; en los a�os de post-guerra, part�an del Norte las fuerzas que anunciaban vigorosamente una democracia obrera y se formaban en Tur�n, sede de L'Ordine Nuovo, asiento de las usinas de la Fiat, los cuadros de la revoluci�n proletaria. Y una vez m�s el impulso de una Italia absolutamente moderna, entonada econ�mica y mentalmente al ambiente m�s estrictamente occidental, se esterilizaba por la resistencia de una Italia provincial, �ntimamente g�elfa y papista, deformada en la superficie por el espect�culo parlamentario, cuyo verbalismo inconcluyente y cuya ret�rica espumante inficionaban al propio socialismo, basado en clientelas electorales y agitaciones de plaza mal avenidas en sus m�viles con el entendimiento y la actuaci�n de una pol�tica marxista.

Puede decirse que el drama del Risorgimento nunca apareci� m�s vivo, en sus consecuencias, que en los d�as dram�ticos en que, vencida sin combate la revoluci�n socialista, se preparaba por la interacci�n de diversas fuerzas negativas y reaccionarias la revancha de la Italia peque�o-burguesa contra el Estado liberal. Este es, sin duda, el factor que excita la clarividencia de Gobetti para reconstruir tan l�cida y apasionada- mente la g�nesis ideal del Risorgimento.

Ya, a prop�sito de las ricas sugestiones que la econom�a ofrece al pensamiento de Piero Gobetti, me he referido al rol que atribuye al parasitismo y a la pobreza, a la corrupci�n de las plebes conservadoras por la beneficencia y las limosnas del absolutismo y la Iglesia, a la ausencia de una econom�a robusta y de masas operantes y productoras. La lucha por la libertad y la democracia no fue sentida suficientemente, en sus fines ideales, en su necesidad hist�rica, por el pueblo. "El problema de nuestro Risorgimento: construir una unidad que fuese unidad de pueblo, �escribe G�betti� permanece insoluto porque la conquista de la independencia no ha sido sentida tanto como para tornarse vida �ntima de la naci�n misma, no ha sido obra fatigosa y aut�noma de formaci�n activamente espont�nea". El liberalismo renunci� en Italia a los objetivos de la Reforma protestante; el catolicismo, para mantener su predominio, devino demoliberal; el juego pol�tico se sujet� a las leyes del oportunismo y la transacci�n. Italia no super�, ni aun en su m�s ardiente estaci�n demo-mas�nica, el equ�voco del liberalismo cat�lico. "El diletantismo literario, que hab�a impedido una reforma religiosa y en el mismo modo un movimiento franciscano de redenci�n aut�noma, era sustancialmente an�rquico y antisocial. Y una psicolog�a libertaria as� formada pod�a aceptar por mera inercia una fuerza tradicional como la Iglesia, pero no pod�a dar su vitalidad a la creaci�n del nuevo Estado; como la historia en su m�s vasta dial�ctica europea desbordaba la contingente voluntad de la mayor�a de los ciudadanos italianos, se acept� la osamenta, el mecanismo del Estado liberal, sin vivificarlo interiormente. Las experiencias del 48 y del 49 ayudaron a la formaci�n de la nueva clase dirigente, pero debiendo �sta aceptar el equ�voco que la circundaba, tuvo solamente una funci�n de pr�ctica habilidad, no fue revolucionaria, no cre� al Estado". En estas palabras est� expresada la tragedia de una clase dirigente a la que Italia fascista ha vuelto las espaldas, pero a la que debe, sin duda, Italia, su puesto actual en el mundo moderno.

 


NOTA:

1 Publicado en Mundial: Lima, 15 de Agosto de 1929.