OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI |
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FIGURAS Y ASPECTOS DE LA VIDA MUNDIAL I |
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RENE VIVIANI*
El elenco de los abogados elocuentes y de los retores ilustres de la democracia ha sufrido una nueva baja. En julio, perdi� a James J. Bryce. Ahora ha perdido a Ren� Viviani. Estos dos hombres eran de an�logo cu�o y de parecida filiaci�n, dentro de sus dis�miles pueblos. Como Bryce, Viviani naci� bajo la estrella de la Democracia. Como Bryce, despu�s de un per�odo de audacia ideol�gica, se convirti� en un quieto funcionario de la burgues�a. A Viviani, pol�tico de los tiempos preb�licos, impregnado de su humanitarismo y de su pacifismo abstractos y confusos, le habr�a gustado seguramente pasar a la historia como un ministro de la paz. Su destino ha preferido consignar su nombre a la posteridad como el de un ministro de la guerra. Viviani, te�ricamente, representaba en el poder, en 1914, la mentalidad y la ideolog�a de una democracia pacifista. Pero, pr�cticamente, obedec�a al impulso y a los intereses de una burgues�a imperialista. Proced�a, como Millerand y como Briand, de las filas del socialismo. Mas su adhesi�n al socialismo se explicaba perfectamente en una �poca en que, de un lado, el sentimiento democr�tico y el sentimiento socialista se diferenciaban a�n muy poco y en que, de otro lado, la lucha contra los elementos conservadores y reaccionarios dominantes entonces en la Tercera Rep�blica confund�a y extraviaba a muchos dem�cratas en el campo mal demarcado todav�a de la pol�tica proletaria. Viviani milit�, antes de la fusi�n de las distintas tendencias socialistas francesas, en el grupo de los socialistas "independientes" (del cual formaba tambi�n parte Jaur�s). Pero desde que, a consecuencia del affaire Dreyfuss, las izquierdas burguesas conquistaron el gobierno e inauguraron la etapa radical y frac-masona de la Tercera Rep�blica, result� inevitable la reabsorci�n de �ste y otros �independientes� por la burgues�a y el capitalismo. La primera defecci�n fue la de Millerand; la segunda fue la de Briand; la tercera, la de Viviani. Ni el sitio de Millerand, ni el de Briand, ni el de Viviani, estaban en el partido de la revoluci�n; estaban en el partido de la democracia y del liberalismo. La burgues�a y la peque�a burgues�a francesas, amenazadas por la reacci�n aristocr�tica, necesitaban los servicios de estos abogados y parlamentarios verbosos para combatir, en el nombre de una democracia m�s o menos te�ida de filo-socialismo y anti-clericalismo, el resurgimiento de los residuos del ancien r�gime emboscados en la tradici�n cat�lica de Francia. En pago de sus servicios, la burgues�a francesa estaba dispuesta a hacer de Millerand, de Briand y de Viviani los premiers o los presidentes de la Tercera Rep�blica. La elevaci�n de estos disidentes del socialismo a los m�s altos puestos de la pol�tica demo-burguesa no se presenta, en la historia de la Tercera Rep�blica, como una cosa casual. Jorge Sorel, uno de los pensadores que m�s aguda y hondamente ha estudiado este per�odo dreyfussiano de la rep�blica francesa, constataba las abdicaciones de la clase burguesa ante el avance socialista, al mismo tiempo que el gradual domesticamiento del socialismo parlamentario por las concesiones, y blandezas de la burgues�a. El fil�sofo de las Reflexiones sobre la Violencia sent�a la necesidad de que ambas clases volviesen a su combatividad y a su beligerancia. Y pensaba que de otro modo no cumpl�an real e intensamente su misi�n hist�rica. Natural y l�gico en una burgues�a que de esta manera se comportaba fue, sin duda, el entregarse a par�lamentarios de origen socialista y a�n demag�gico. En sus propios rangos, los estadistas y los conductores escaseaban. �Qu� otra raz�n puede haber hecho sus jefes, durante un per�odo que comienza con la victoria del dreyfussismo y que todav�a no acaba, a ex-socialistas como Mille�rand, Briand, Viviani, y ex-combatientes de la Comuna como Clemenceau? La figura de Viviani tiene menos relieve que la de sus compa�eros de equipo. Viviani perte�nec�a totalmente a la pol�tica pre-b�lica. No era capaz de llegar al reaccionarismo de Millerand. No ten�a el empaque necesario para renegar completamente la democracia como hab�a rene�gado el socialismo. Dentro del ambiente de la post-guerra le costaba mucho trabajo moverse. Toda su ret�rica estaba hecha a base de las grandes palabras de la democracia: Paz, Liber�tad, Parlamento, etc. En las izquierdas burgue�sas, los leaders eran otros. En las derechas, to�cadas de locura fascista, su oratoria no serv�a para nada. Los servicios de Viviani no pod�an ya ser utilizados sino para alguna misi�n diplom�tica en Washington o en Ginebra, en la cual encontrase una aplicaci�n su desocupada elo�cuencia. O para una enf�tica respuesta a las inocuas memorias del ex-kaiser de Alemania. Viviani, premier de Francia en 1914, era por antonomasia el abogado de su pa�s en el proceso de las responsabilidades de la guerra mun�dial. (La historia hab�a querido que este hom�bre pac�fico, y en el fondo pacifista, sin �mpe�tus guerreros ni sue�os marciales, fuese en Fran�cia el premier de la guerra). Mientras el mundo permaneci� bajo la influencia de la predicaci�n y la documentaci�n aliadas, no le cost� mucho trabajo a Viviani defender resonante y victoriosamente la causa de la Entente. Pero desde que la divulgaci�n de los documentos secretos de los archivos rusos y la investigaci�n de los hombres de estudio imparciales y honestos proyectaron sobre la cuesti�n de las responsabilidades una luz nueva, la opini�n del mundo, malgrado el eco sonoro de los discursos y los escritos de Viviani, empez� a modificarse radicalmente. Esta debe ser una de las penas que han enfermado y han matado al ex-premier. No pod�a Viviani aceptar jam�s el descr�dito de la tesis que, durante tanto tiempo, hab�a permitido a Francia declararse inocente de toda responsabilidad en el origen de la contienda y considerarse, por ende, defensora y asertora de los fueros del Derecho y de la Justicia internacionales. Por esta tesis y para esta tesis, se hab�a hecho en Francia la uni�n sagrada. Por esta tesis y para esta tesis, el pueblo franc�s hab�a combatido heroicamente hasta la victoria. El viejo orador de la democracia francesa y de la Tercera Rep�blica debe haber sufrido mucho con la lectura de las memorias de George Louis, embajador de Francia en Rusia antes de la guerra, y del libro de Fabre Luce La Victoire y de otros documentos recientes que se�alan a Poincar�, presidente de Francia en 1914, entre los responsables de la conflagraci�n. No tanto porque estos documentos hayan socavado su convicci�n, ni porque le hayan revelado cosas esencialmente nuevas, sino porque, en presencia de su publicidad, tiene que haber sentido la imposibilidad de seguir conmoviendo a la opini�n mundial con sus dram�ticas protestas de abogado y de testigo respecto de la absoluta inocencia de Francia. Viviani, seguramente, no ambicion� nunca ser un protagonista de una guerra mundial. Su car�ne, su gesto y su redingote de parlamentario y de retorno escond�an ni disfrazaban a un C�sar embrionario ni a un Napole�n larvado. En el sentimiento o en el pensamiento de este hom�bre, el hero�smo no ten�a sin duda tanta impor�tancia ni tanta categor�a como la elocuencia. Tal vez ambicion� ser un protagonista de la paz mundial en una m�xima jornada oratoria del Tribunal de La Haya. Y en los �ltimos a�os de su vida no debe haberle quedado siquiera la ilusi�n de haber sido realmente el actor de una guerra cruenta, pero de la que, al menos, la pos�teridad pudiese decir, en alguna forma, que fue una guerra pacifista.
NOTA:
* Publicado en Variedades, Lima, 12 de Septiembre de 1925
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