OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

SIGNOS Y OBRAS

  

  

PHILIPPE SOUPAULT1

I

En Philippe Soupault, hasta ahora, me interesa m�s el artista que la obra. Esto no quiere decir absolutamente que la obra sea negligible. Los libros de Soupault nos ofrecen siempre un gesto original e imp�vido de su esp�ritu. Tiene un puesto distinguido e individual en la mejor literatura francesa de este tiempo. Pero el artista honrado, inquieto, nervioso, que lo ha escrito, ocupa un puesto m�s alto y singular a�n.

Soupault pertenece a la combativa falange suprarrealista que re�ne en sus cuadros a los mejores valores de vanguardia de las letras francesas: Louis Arag�n, Andr� Bret�n, Paul Eluard. Sobre la generosa batalla y la iluminada esperanza de este man�pulo he dicho ya algo a prop�sito de su acercamiento al equipo de Clart�.

El suprarrealismo que tiene en Soupault uno de sus agonistas representativos no se presenta s�lo como una escuela o un movimiento de la vanguardia francesa sino, m�s bien, como una corriente primaria, como un fen�meno sustantivo de la literatura contempor�nea. El norteamericano Waldo Frank, el rumano Panait Istrati �para citar dos nombres nuevos pero notorios a nuestro p�blico� acusan en su arte una definida orientaci�n suprarrealista. La obra de Pirandello en sus calidades esenciales es tambi�n suprarrealista, aunque �como por lo dem�s ocurre siempre al genio� no se haya incubado en la atm�sfera de la escuela suprarrealista y, antes bien, la haya precedido y anticipado.

Los suprarrealistas restauran en el arte el imperio de la imaginaci�n. Pero no renuncian a ninguna de las adquisiciones del realismo: las superan. Su trabajo coincide absolutamente con el impulso y el rumbo actuales del arte. La fan�tas�a, como ya una vez lo he dicho, recupera sus fueros y sus posiciones. Oscar Wilde, hasta cierto punto, resulta un maestro de la est�tica contempor�nea. Sus paradojas cobran actualidad. Pego no es, absolutamente, una paradoja decir hoy que el realismo nos aleja de la realidad. Porque no la captaba en su esencia viviente. Y la experiencia ha demostrado que con el vuelo de la fantas�a es como mejor se puede abarcar todas las profundidades de la realidad. No, por supuesto, falsific�ndola o invent�ndola. La fantas�a no surge de la nada. Y no tiene valor sino cuando crea algo real.

Esta revalorizaci�n del rol de la fantas�a ha impreso un fecundo impulso a la literatura ac�tual. La flaqueza de �sta no est� en su exceso de ficciones, sino en la falta de una gran ficci�n, de una gran esperanza.

Philippe Soupault siente bien este drama. El libro que tengo ahora delante de los ojos En Joue (Bernard Grasset. Par�s), es la novela de un hombre moderno, escritor y deportista, que sufre la angustia y la tortura terrible de tener vac�a el alma. Juli�n, el protagonista de Soupault, carece ante todo, de una meta. Su el�n2 se agota, se destruye en un vuelo sin objeto.

Como apunta uno de sus cr�ticos, En Joue es a la vez un car�cter de La Bruy�re y la confe�si�n de un hijo del siglo (todos los ep�tetos que se han acostumbrado a aplicar a nuestra �poca: febril, sensible, m�ltiple, inquieta, etc., convie�nen a Juli�n) filmados y proyectados ante nosotros al ritmo atropellado de Entr'acte3 de Ren� Clair. Y estas im�genes sucesivas, incisivas, que terminan en un aceler�4 pat�tico, deslumbran casi dolorosamente nuestro esp�ritu, sugestionan nuestra atenci�n y retienen nuestros sentimien�tos tan perfectamente como cualquier historia l�gicamente conducida.

Este juicio me parece exacto. Como tambi�n la constataci�n de que con sus nuevas novelas, que sigue tan de cerca a Les fr�res D'Uran�deau5 Soupault ha dado plenamente en el blanco. Soupault ha escrito un hermoso libro que reafirma todas las calidades esenciales de su arte; del cual puede decirse que es suprarrealista porque es tr�gica y dolorosamente humano.

II

Los suprarrealistas, seg�n Emmanuel Berl, han fundado �un club de la desesperanza, una literatura de la desesperanza�. Ni Berl acierta, en general, en su juicio, sobre los suprarrealistas que, mejor que �l, han hallado el camino de la Revoluci�n, ni Soupault milita ya en el grupo que capitanean, por turno caprichoso, Bret�n, Arag�n y Eluard. Pero, excluido de este grupo por su colaboraci�n en 900, la revista de M�ximo Bontempelli, Philippe Soupault contin�a siendo en sus obras, un novelista de la desesperanza. Bajo este aspecto, la filiaci�n de su literatura sigue siendo suprarrealista, dentro de la definici�n de Emmanuel Berl.

La atm�sfera, el clima de Les Derni�res Nuits de Paris,6 son, ante todo, la atm�sfera y el clima de la desesperanza. La desesperanza alcanza en Soupault un lirismo pat�tico, una tensi�n misteriosa que s�lo los elementos de ternura y de sue�o que tiene siempre la poes�a de Soupault nos consienten sentir sin malestar ni fiebre.

Los personajes de Les Derni�res Nuits de Paris vagan por los parajes nocturnos de un Par�s intemporal, pero verdadero, con algo del automatismo de los son�mbulos. Son personajes de la noche, criaturas de la noche, con un destino, un itinerario y una realidad rigurosamente nocturnos. Y estas �ltimas noches de Par�s no tienen nada de com�n con las noches galantes, ex�ticas, suntuosas, ven�reas de Paul Morand. De las noches de Soupault est�n proscritos el placer, el lujo, la riqueza, el jazz-band, la iluminaci�n excesiva. Sus protagonistas no encuentran su ambiente sino en un Par�s algo sombr�o, estrictamente nocturno. Por las avenidas y las callejas de este Par�s, no pasan ya los convidados del Conde d'Orgel ni de la duquesa de Guermantes. Estamos lejos de Marcel Proust. Y de Raymond Radiguet como de Morand y Giraudoux. Philippe Soupault inaugura la noche absoluta. Su novela es, hasta cierto punto, un retorno a la noche baudeleriana, la "noche amiga del criminal".

Pero la noche de Soupault no llega a lo m�s dram�ticamente nocturno sin visiones de aquelarre, de hospital, de taberna. Soupault la exonera de todo lo que la literatura le hab�a anexado: en sus noches los ayes y los espasmos pierden su antiguo car�cter de atributos sustantivos; en sus noches no hay fantasmas. Baudelaire continuaba la antigua mitolog�a de la noche; Soupault preludia su mitolog�a moderna, urbana, novecentista. Mitolog�a que se quedar� trunca, larva�da, inconclusa: elaboraci�n tard�a de la mala vida nocturna de la urbe burguesa.

La noche de Soupault no es ya sensual, voluptuosa, pecadora, m�rbida. Soupault no puede prescindir del amor ni del crimen. Pero el amor carece, en su novela, de representaci�n pagana y ven�rea y de simbolizaci�n epital�mica. El amor, en Les Derni�res Nuils de Paris es al mismo tiempo m�s l�rico y material. En su descripci�n, Soupault lo obliga a una econom�a casi asc�tica de deseo, de goce y de espasmo. El acto sexual es un hecho mec�nico que abomina y escapa a toda morosa especulaci�n descriptiva y que s�lo as�, fugitivo, secreto, adquiere su plenitud po�tica. La explicaci�n le resta intensidad.

Georgette, la protagonista de la novela, es una encarnaci�n extra�a y femenina de la noche de Par�s. Su misterio es su carencia de misterio: la naturalidad con que atraviesa un escenario terror�fico e incomprensible para el espectador; la indiferencia con que obedece su desti�no de buscona nocturna; la ignorancia del vicio, del amor, de la perversidad, en su existencia de ramera, como las estrellas, exacta siempre en el recorrido de su �rbita. Soupault la crea con los elementos de una fantas�a noct�mbula. Su retrato es, adem�s, un esquema trazado con l�neas de sue�o y de ternura. �Mir�ndola atentamente no se pod�a imaginarla viviente durante el d�a. Ella era la noche misma y su belleza era nocturna. Lo mismo que se repite con una per�fecta inconsciencia: claro como el d�a, no era posible impedirse encontrar a Georgette bella como la noche. Pienso en sus ojos, en sus dientes, en sus manos, en esa palidez que la cubr�a toda entera. Y no olvido esa frescura que la acompa�aba. Me parece que Georgette se tornaba m�s deseable cuando avanzaba la noche, que cada hora la despojaba de un vestido y volv�a su desnudez m�s visible. Todo esto son recuerdos que se extrav�an y se encienden, todo esto son deseos de la noche, mas Georgette hab�a comprendido que, para ser bella y deseada, ten�a que identificarse con la noche, con el misterio cotidiano�. Georgette no es sino una pobre chica que se prostituye, que en todas las callejuelas de su recorrido conoce hoteles min�sculos y oscuros, que en sus cuartos vulgares y an�nimos se desnuda ligera y ausente para seguir un minuto despu�s su vuelo, graciosa y menuda como un p�jaro; pero es tambi�n, en su banalidad y en su miseria, una criatura genuina y exclusivamente parisina; que es la p�lida paseante nocturna que roza los m�s tr�gicos secretos de Par�s, que en el ambiente hosco, en las logias canallas del vicio, conserva la se�orilidad de una musa; �ltima representante de la tradici�n de una capital refinada hasta en su galanter�a bohemia y callejera. Volpe, el jefe del peque�o mundo de ladrones y souteneurs7 de Les Derni�res Nuits de Paris la define a su modo en estas palabras: �Georgette, vive fuera de lo que nosotros, vos como yo, creemos que ella sea. No he podido admitir jam�s que ella no fuese sino la que pasa, la que obedece. Georgette es una mujer. Esto es lo que puedo decir. Ella vive, he ah� todo. Vos no sab�is el rol que juega entre las gentes que hab�is encontrado en mi compa��a. Se le podr�a comparar al de un fetiche o al de una mascota�. Es todo, sin duda, lo que sobre ella puede pensar Volpe, explotador de mujeres y de ladrones. Pe�ro su interlocutor siente que Georgette es, con su misterio pueril, la �nica poes�a sup�rstite en la noche de Par�s.

Hast�o, desesperanza, locura: el incendio que devasta a medianoche un sector de Par�s nace de la fantas�a de su hampa, y no de un C�sar como en Roma; fermentan, en la noche de Pa�r�s, deseos l�vidos y deformes como los cad�ve�res varados en las riberas del Sena por las corrientes del crimen y el suicidio. Soupault nos comunica, en im�genes suprarrealistas, la emoci�n de la decadencia de una ciudad donde pros�peran clubes de la desesperanza y una literatura de la desesperanza.

�Par�s se hinchaba de fastidio, despu�s dormitaba como para digerirlo�. �El alba se anunciaba y yo asist�a al despertar de esta banlleuse8 lamentable como un moribundo pudri�ndose al borde del Sena�. �Como la Tierra, Par�s se enfriaba y deven�a simplemente una idea. �Por cu�ntos a�os todav�a conservar�a esta potencia de ilusi�n?�. La noche galante, gozosa, iluminada, artificial, termina. Y comienza, en la literatura francesa, la noche absoluta.

 


NOTAS:

 

1 Las dos partes de que consta el ensayo sobre Philippe Soupault aparecieron en las ediciones de Mundial y Variedades correspondientes al 11 de diciembre de 1926 y al 29 de mayo de 1929, respectivamente. La pri�mera, bajo el ep�grafe de Un libro de Philippe Sou�pault; la segunda, con el titulo de Les derni�res nuits de Paris, por Philippe Soupault.

2 Esp�ritu animador.

3 �Entreacto"

4 Aceleramiento.

5 Los hermanos D'Urandeau.

6 Las �ltimas noches de Par�s.

7 Rufianes.

8 De las afueras, de extramuros.