OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI |
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TEMAS DE NUESTRA AMERICA |
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"EL NUEVO DERECHO" DE
El Dr. Alfredo Palacios, a quien la juventud hispano-americana aprecia como a uno de sus m�s eminentes maestros, ha publicado este a�o una segunda edici�n de El Nuevo Derecho. Aun�que las nuevas notas del autor enfocan algunos aspectos recientes de esa materia, se reconoce siempre en la obra de Palacios un libro escrito en los primeros a�os de la paz, cuando el mundo, arrullado todav�a por los ecos del mensaje wilso�niano, se mec�a en una exaltada esperanza de�mocr�tica. Palacios ha sido siempre m�s que un socialista, un dem�crata, y no hay de qu� sorprenderse si en 1920 compart�a la confianza entonces muy extendida, de que la democracia conduc�a espont�neamente al socialismo. La demo�cracia burguesa, amenazada por la revoluci�n en varios frentes, gustaba entonces de decirse y creerse democracia social, a pesar de que una parte de la burgues�a prefer�a ya el lenguaje y la pr�ctica de la violencia. Se explica, por esto, que Palacios conceda a la Conferencia del Trabajo de W�shington y a los principios de legisla�ci�n internacional del trabajo incorporados en el tratado de paz, una atenci�n mucho mayor que a la Revoluci�n Rusa y a sus instituciones. Pa�lacios se comportaba en 1920, frente a la Revoluci�n, con mucha m�s sagacidad que la generalidad de los social-dem�cratas. Pero ve�a en las conferencias del trabajo, m�s que en la Revoluci�n Sovi�tica, el advenimiento del derecho socialista. Es dif�cil qu� mantenga esta actitud hoy que Mr. Albert Thomas, Jefe de la Oficina Internacional del Trabajo �esto es, del �rgano de las conferencias de W�shington, Ginebra, etc.� acuerda sus alabanzas a la pol�tica obrera del Estado fascista, tan en�rgicamente acusado de mixtificaci�n y fraude reaccionario por el Dr. Pa�lacios, en una de las notas que ha a�adido al tex�to de El Nuevo Derecho. Este libro, sin embargo, conserva un notable valor como historia de la formaci�n del derecho obrero hasta la paz wilsoniana. Tiene el m�rito de no ser una teor�a ni una filosof�a del "nuevo derecho", sino principalmente un sumario de su historia. El Dr. S�nchez Viamonte que prologa la segunda edici�n, observa con acierto: �No obstante su estructura y contenido de tratado, el libro del doctor Palacios es m�s bien un sesudo y formidable alegato en defensa del obrero, explicando el proceso hist�rico de su avance progresivo, logrado objetivamente en la legislaci�n por el esfuerzo de las organizaciones proletarias y a trav�s de la. lucha social en el campo econ�mico. No falta a este libro el tono sentimental un tanto dram�tico y a veces �pico, desde que, en cierto modo, es una epopeya; la mAs grande y trascendental en todas, la m�s humana, en suma: la epopeya del trabajo. Por eso, supera el tratado puramente t�cnico del especialista, fr�o industrial de la ciencia, que aspira a resolver matem�ticamente el problema de la vida�. Palacios estudia los or�genes del "nuevo derecho" en cap�tulos a los que el sentimiento apolog�tico, el tono �pico como dice S�nchez Viamonte, no resta objetividad ni exactitud magistrales, El sindicato, como �rgano de la conciencia y la solidaridad obreras, es enjuiciado por Palacios con un claro sentido de su valor hist�rico. Palacios se da cuenta perfecta de que el proletariado ensancha y educa su conciencia de clase en el sindicato mejor que en el partido. Y, por consiguiente, busca en la acci�n sindical, antes que en la acci�n parlamentaria de los partidos socialistas, la mec�nica de las conquis�tas de la clase obrera. Habr�a, empero, que reprocharle, a prop�sito del sindicalismo, su injustificable prescindencia del pensamiento de Georges Sorel en la investi�gaci�n de los elementos doctrinales y cr�ticos del derecho proletario. El olvido de la obra de Sorel �a la cual est� vinculado el m�s activo y fecundo movimiento de continuaci�n te�rica y pr�ctica de la idea marxista� me parece parti�cularmente remarcable por la menci�n desproporcionada que, en cambio, concede Palacios a los conceptos jur�dicos de Jaur�s. Jaur�s �a cuya gran figura no regateo ninguno de los m�ritos que en justicia le pertenecen�, era esencialmente un pol�tico y un intelectual que se mov�a, ante todo, en el �mbito del partido y que no pod�a evitar en su propaganda socialista, atento a la clientela peque�o-burguesa de su agrupaci�n, los h�bitos mentales del oportunismo parlamentario. No es prudente, pues, seguirlo en su empe�o de descubrir en el c�digo burgu�s principios y nociones cuyo desarrollo baste para establecer el socialismo. Sorel, en tanto, extra�o a toda preocupaci�n parlamentaria y partidista, apoya directamente sus concepciones en la experiencia de la lucha de clases. Y una de las caracter�sticas de su obra �que por este solo hecho no puede dejar de tomar en cuenta ning�n histori�grafo del "nuevo derecho"� es precisamente su esfuerzo por entender y definir las creaciones jur�dicas del movimiento proletario. El genial autor de las Reflexiones sobre la violencia advert�a �con la autoridad que a su juicio confiere su penetrante interpretaci�n de la idea marxista� la "insuficiencia de la filosof�a jur�dica de Marx" aunque acompa�ase esta observaci�n de la hip�tesis de que "por la expresi�n enigm�tica de dictadura del proletariado, �l entend�a una manifestaci�n nueva de ese Yolksgeist** al cual los fil�sofos del derecho hist�rico reportaban la formaci�n de los principios jur�dicos". En su libro Materiales de una teor�a del proletariado, Sorel expone una idea �la de que el derecho al trabajo equivaldr�. en la conciencia proletaria a lo que es derecho de propiedad en la conciencia burguesa� mucho m�s importante y sustancial que todas las eruditas especulaciones del profesor Antonio Menger. Pocos aspectos, en fin, de la obra de Proudhon �m�s significativa tambi�n en la historia del proletariado que los discursos y ensayos de Jaur�s� son tan apreciados por Sorel como su agudo sentido del rol del sentimiento jur�dico popular en un cambio social. La presencia en la legislaci�n demo-burguesa de principios, como el de "utilidad p�blica", cuya aplicaci�n sea en teor�a suficiente para instaurar, sin violencia, el socialismo, tiene realmente una importancia mucho menor de la que se imaginaba optimistamente la elocuencia de Jaur�s. En el seno del orden medioeval y aristocr�tico, estaban, asimismo, muchos de los elementos que m�s tarde deb�an producir, no sin una violenta ruptura de ese marco hist�rico, el orden capitalista. En sus luchas contra la feudalidad, los reyes se apoyaban frecuentemente en la burgues�a, reforzando su creciente poder y estimulando su desenvolvimiento. El derecho romano, fundamento del c�digo capitalista, renaci� igualmente bajo el r�gimen medioeval, en contraste con el propio derecho can�nigo, como lo constata Antonio Labriola. Y el municipio, c�lula de la democracia liberal, surg�a tambi�n dentro de la misma organizaci�n social. Pero nada de esto signific� una efectiva transformaci�n del orden hist�rico, sino a partir del momento en que la clase burguesa tom� revolucionaria- mente en sus manos el poder. El c�digo burgu�s requiri� la victoria pol�tica de la clase en cuyos intereses se inspiraba. Muy extenso comentario sugiere el nutrido volumen del Dr. Palacios. Pero este comentario me llevar�a f�cilmente al examen de toda la concepci�n reformista y dem�crata del progreso social. Y �sta ser�a materia excesiva para un art�culo. Prefiero abordarla, sucesivamente, en algunos art�culos sobre debates y t�picos actuales de revisionismo socialista. Pero no concluir� sin dejar constancia de que Palacios se distingue de la mayor�a de los reformistas por la sagacidad de su esp�ritu cr�tico y el equilibrio de su juicio sobre el fen�meno revolucionario. Su reformismo no le impide explicarse la revoluci�n. La Rusia de los Soviets �a pesar de su dificultad para apreciar integralmente la obra de Len�n� tiene en el pensamiento de Palacios la magnitud que le niegan generalmente rega�ones te�ricos y solemnes profesores de la social-democracia. Y en su libro, se revela honradamente contra la mentira de que el derecho "nazca con tanta sencillez como una regla gramatical".
NOTAS:
* Publicado en Variedades: Lima, 30 de Junio de 1928. ** Esp�ritu popular.
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